El límite de las mentiras. Gerardo Bartolomé. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Gerardo Bartolomé
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789878646763
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a Buenos Aires con las manos vacías? Toda la expectativa que él tenía en este viaje le hacía sentir más miedo al fracaso. También sentía derrumbarse la posibilidad de estudiar en el exterior, que era la base del inicio de su carrera de científico.

      Se sentó frente a los caciques y trató de leer la respuesta a su ansiedad en sus caras, pero era imposible, la expresión de los indios era inescrutable. Inacayal empezó a hablar y Utrac traducía.

      —Pensamos mucho y le preguntamos a nuestras cabezas y a nuestros corazones qué hacer. Apreciamos mucho su coraje por venir a tierra india a saludar a sus amigos. Los tehuelches queremos ser amigos de los huincas. Los tehuelches sabemos que los huincas serán dueños de todo y sólo quedarán los indios amigos de los huincas. Los tehuelches no queremos a los indios enemigos de los huincas pero ellos son muchos. Los tehuelches no pelearán contra ellos. Entonces con Foyel pensamos y luego de la mañana pensamos más. Los huincas amigos de Moreno podrán hacer un mapa de la tierra tehuelche pero Moreno se quedará en el toldo de Inacayal. Después todos los huincas podrán ir más al Norte hasta el límite de la tierra tehuelche, en el sur de la laguna Grande. Moreno no podrá seguir a tierra mapuche. Utrac lo acompañará para asegurarse de que Moreno cumpla su promesa y para no ser prisionero de los mapuches. Después Moreno volverá al toldo de Inacayal y luego al fuerte huinca.

      Cuando terminó de hablar, los dos caciques miraron a Moreno a los ojos mientras Utrac terminaba de traducir, querían saber si había entendido. Luego se levantaron y se fueron, no había posibilidad de apelar la decisión.

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      Cacique Inacayal cuando prisionero en Buenos Aires.

      * * *

      Utrac trató de levantarle el ánimo a Moreno, pero éste sentía que su mundo se le había venido abajo. Tan sólo relevaría la tercera parte de lo que se había propuesto. Magro resultado le llevaría al presidente que había confiado en él para que la Argentina firmara el mejor tratado posible con Chile. Al final alguien diría que el fracaso se debía a que le habían encomendado la importante misión a un inexperimentado veinteañero.

      Cuando llegó a su carpa llamó a su gente y les explicó lo decidido por Inacayal y Foyel. Le contagió su estado de ánimo a los demás, pero el ingeniero Bovio no parecía tan pesimista. Desdobló el único mapa que había de la zona, con faltantes y lleno de errores, y analizaron la región. —Francisco —lo tuteaba porque era bastante mayor que él— podemos hacer bastante. No es tan grave. Estamos más o menos aquí —dijo indicando una zona no bien documentada del mapa—. Si vamos al Norte hasta el Nahuel Huapi verificaremos hacia dónde desagua toda esta región. El Nahuel Huapi desagua al Atlántico, así que toda su zona de influencia está de nuestro lado de la divisoria de aguas. Lo único que nos quedaría fuera del estudio es el desagüe del lago Lácar.

      Moreno miró el mapa más interesado.

      —Sí, es cierto, no estaría tan mal. De aquí hasta el Nahuel Huapi sólo hay dos o tres cuencas, las podemos relevar en el camino. Y sobre el lago Lácar, algo ya se me ocurrirá. Entonces Bovio, hacemos así: mañana sale usted con dos ayudantes y algunos indios por si aparece algún problema, buscan el río principal de esta cuenca, y siguen su cauce hasta que no queden dudas acerca del lado del cual desagua.

      El paraje Esquel (o Esguel, como lo pronunciaban los indios) pertenecía a un valle en el que también estaban los parajes de Tecka y el Maitén. Este corría de Norte a Sur. Al Oeste, el valle limitaba con la Cordillera, y al Este con unas colinas no muy altas que estaban a unas diez leguas de las primeras estribaciones de los Andes. El valle subía lentamente hacia el Norte donde, seguramente, los restos de una antiquísima morena glaciar lo separaba de otro valle similar. Estaba claro que el río principal de ese fértil valle debía correr de Norte a Sur y, en algún momento, debía torcer hacia el Este y pasar por entre las colinas, o torcer hacia el Oeste encarando la imponente Cordillera. Moreno y Bovio coincidían en que era muy poco probable que un río encontrara un lugar por el cual desaguar hacia el Pacífico entre las altas montañas. Pero estaban allí para estar seguros y no “casi” seguros. Había que verificarlo.

      Mientras Bovio organizaba su pequeña expedición, Moreno fue en busca de Utrac para asegurarse de que Bovio podría contar con un grupo de guerreros tehuelches que lo protegiera de otros indígenas. Cuando lo encontró, su amigo indio le contó que había gran preocupación en la toldería. Temían que al ir al Norte los mapuches los tomaran prisioneros o los atacaran por considerarlos amigos de los huincas.

      —Pero vamos a estar por territorio tehuelche, no vamos a encontrarnos con mapuches.

      —Un chasqui llegó y dijo que Sayhueque sabe que Moreno está cerca. Mandó hombres a buscarlo.

      —¿Entonces tu padre cambiará de opinión y no me dejará ir hasta la laguna Grande?

      —Inacayal y Foyel dieron su palabra. No la cambiarán —Utrac no parecía preocupado, pero agregó—. El viaje será peligroso.

      * * *

      Al día siguiente Bovio y varios del grupo de Moreno habían partido. La toldería estaba desierta. Foyel con su gente había regresado a su tierra y Utrac con varios guerreros había salido de cacería porque con tanto festejo las reservas de alimento habían desaparecido.

      Moreno se pasó casi todo el día revisando su equipamiento. Lo ayudaba Hernández, a quien Bovio había preferido no llevar porque no era de acatar sus órdenes. A media tarde, cuando el calor empezaba a apretar, la mujer de Utrac les trajo unas frutillas silvestres. Moreno comió algunas, Hernández muchas más. Al rato escucharon caballos que llegaban a la toldería, volvía el grupo que había salido de caza. Uno minutos después vieron que Utrac se acercaba a la carrera, y de un manotazo le sacó una frutilla de la mano a Moreno.

      —¡Saque comida de adentro! ¡Saque comida de adentro! —le gritaba Utrac desesperado.

      —No la robamos, fue tu mujer que nos la dio —se defendió Moreno.

      —¡Saque comida de adentro, rápido! ¡Veneno!

      Moreno lo miró a los ojos. No entendía bien de qué se trataba. ¿Quién había envenenado a quién? De pronto se dio cuenta que le había parecido raro que la parca mujer de Utrac les hubiera ofrecido frutillas. Nunca hubo simpatía entre ellos.

      —Hernández vomitá todo. ¡Las frutillas están envenenadas! —le ordenó Moreno al incrédulo Hernández.

      Mientras los dos trataban de vaciar sus estómagos Utrac les trajo un brebaje con un olor hediondo.

      —Tomen —dijo el indio.

      —¿Para qué es esto? —preguntó Moreno asqueado. —Para cagar. Sino ustedes se mueren.

      * * *

      Una hora después empezaron a sufrir dolores terribles. Sus entrañas parecían querer explotar. El suplicio se extendió durante toda la noche. Por la madrugada el dolor de Moreno empezó a menguar. En cambio Hernández no parecía mejorar. Hacia el mediodía Moreno se sentía muy débil pero con menos dolores, entonces llegó Utrac.

      —Amigo Moreno, Utrac está muy triste por lo que pasó.

      —¿Fue tu mujer la que nos envenenó?

      —Sí.

      —¿Y por qué lo hizo?

      —Ella tiene miedo que el huinca llevará a Utrac al peligro. Ella tiene miedo que los mapuches nos maten por culpa del huinca. Ella dice si el huinca se enferma Utrac no irá al Norte.

      —¿Entonces este veneno no mata?

      —Si come poco no mata, si come mucho mata. ¿Moreno comió mucho?

      —Sólo tres o cuatro frutillas, más de aburrido que por tener hambre.

      El que sí comió muchas es Hernández. ¿Mejorará?

      —Difícil saber. Este veneno puede matar en muchos días.

      —¿Cómo