Es hora de cambiar este paradigma tan limitante por otro que dé lugar al crecimiento y la expansión de personas y sociedades.
La cuestión es que, para progresar y avanzar, se hace imprescindible un talante explorador, la búsqueda en los límites de lo conocido y posible, porque solo en la frontera de las cosas es donde el mapa puede ser ampliado y se producen los descubrimientos.
Cuando la gente no sale de su zona de confort, cuando el científico se hace cientifista3, más preocupado por la defensa del dogma y de su estatus que verdaderamente interesado por la búsqueda de nuevos límites y campos del saber, entonces la sociedad no progresa sino que entra en decadencia.
Sin embargo, son muchos los que no solo no participan de la exploración sino que, no conformes con mantenerse en su espacio de seguridad, se permiten juzgar a los que sí se toman la molestia y asumen los riesgos implícitos de llegar hasta esos lugares retadores e inciertos.
Reflexiona para que puedas ampliar tu perspectiva de las cosas. Es imprescindible que te levantes del sofá de tu casa y estés dispuesto a poner a prueba las cosas por ti mismo sin conformarte con lo que otros te cuentan. Es necesario que profundices en contenidos que se encuentran en los límites de lo aceptado, allí donde el conocimiento empieza a ser difuso, allí donde tus esquemas corren el riesgo de tener que ser revisados o incluso reescritos.
Hay una medida de seguridad que vas a necesitar para adentrarte en esos territorios de lo incierto. Para no perderte en ese camino de exploración, siempre debes acudir a las fuentes, consultar al primero que lo dijo, al primero que lo probó, al primero que experimentó aquello que tanto te interesa. De lo contrario corres el riesgo de seguir pistas falsas con deformaciones del mensaje original y, en general, información corrompida, alterada o pervertida.
Sí, explorar significa asumir riesgos, visitar lugares incómodos, equivocarse y tener que regresar a puntos que se creían ya superados. Este es el precio. Pero el valor de la recompensa crece cuanto más dura se hace la exploración4.
3 Concepto que hace referencia a la actitud que demuestra el científico más preocupado por defender la ciencia ya conocida que por la exploración científica en sí misma. Es la ortodoxia a ultranza llevada al terreno de la ciencia.
4 Si algo me llevó al phowa, si algo me caracteriza y diferencia de la mayoría de las personas que conozco, es mi talante explorador y mi orientación a vivir la vida en primera persona, poniendo a prueba lo que otros me dicen, siempre dentro de los límites de lo razonable y de mis posibilidades.
Mi encuentro con el phowa
Comprender mi experiencia con el phowa y cuanto voy a compartir en este libro exige empezar por explicar el modo a través del cual llegué a esta práctica ancestral de budismo tibetano.
Para mi aproximación al phowa han sido esenciales mi formación y entrenamiento previos en zen y yoga. Ambas disciplinas me enseñaron a mantener mi mente enfocada, a distanciarme del propio pensamiento convirtiéndome en un observador del mismo y a estar ampliamente familiarizado con ideas y conceptos que el phowa da por supuestos. Junto a ello, los retos y el rigor que alguna de mis iniciaciones me han exigido han hecho que el camino recorrido con el phowa se allanase de forma natural. Gracias a ello, todo cuanto comparto ahora ha pasado por un largo proceso de asimilación junto a mi propio crecimiento personal.
Desde muy joven he sentido la trascendencia como algo inherente a mi naturaleza y a la de todo cuanto existe. Siempre he creído que cuanto vemos no es más que la punta de una inmensa realidad, sostenida por algo que está más allá de nuestra comprensión e indudablemente de lo que nuestros sentidos y nuestra tecnología más avanzada son capaces de captar y medir. Nunca he tenido que quebrarme la cabeza con ello, ni he tenido que someterme a dialécticas interminables que no llevan a ningún lugar. Sencillamente sabía, o mejor dicho, sentía que la realidad percibida es apenas la superficie de un vasto océano.
Este enfoque me sirvió de aliciente para buscar información y ampliar mi punto de vista y comprensión de las cosas y así profundizar más en lo que iba explorando y experimentando por mí mismo.
En muy pocas ocasiones he podido charlar de forma distendida con personas cuya actitud les permita cuestionarse las creencias más comunes sobre la existencia y lo que hay más allá. Son pocos los que abordan estos temas con fundamento y rigor.
Soy activamente curioso, he encontrado temas de verdadero interés para mí y no he parado hasta profundizar todo lo posible en esos contenidos, especialmente porque me apasionan. Temáticas tan variadas como la biología, la psicología transpersonal, las técnicas de meditación, los mal llamados «estados alterados de conciencia5» y, en otro orden de cosas, actividades deportivas técnicas como el vuelo o el buceo... y, muy especialmente, todo aquello que permite a la conciencia crecer. Porque todo cuanto vamos a exponer aquí, en el fondo, no trata de otra cosa más que de la consciencia.
El año 1993 fue un año verdaderamente especial. Hay un punto de inflexión en mi historia antes y después del mismo.
Transcurría el mes de junio cuando un queridísimo amigo mío, un cura católico al que yo por aquel entonces tenía como alumno en clases de antropología y psicología social, quedó conmigo para dar un largo paseo por un precioso parque para charlar con cierta profundidad.
Hablamos de muchas cosas y en aquella conversación él pudo constatar mi profundo sentido espiritual. Fue en aquel contexto en el que me habló de la meditación zen, en la que él se había iniciado hacía ya algunos años. Aquello despertó mi curiosidad y quise conocer de primera mano en qué consistía.
En octubre de aquel mismo año me sometía a la que sería mi primera iniciación en la práctica del zen en el único zendo6 que había por aquel entonces en nuestro país (en Brihuega, Guadalajara), realizando mi primer sesshin7 de cinco días.
A partir de ahí, la búsqueda sería incesante, a veces a un ritmo frenético, otras a un ritmo más pausado. El descubrimiento ya estaba hecho y el mundo para mí, la vida, la muerte y todas las grandes preguntas de la Humanidad, se convertían en el eje central de mi existencia. Todo lo demás, aunque necesario e importante, pasaría a ocupar desde entonces un lugar secundario.
Mi encuentro con el phowa fue muy sencillo y moderado. En el año 2000 me encontraba leyendo con enorme interés la versión escrita por Sogyal Rimpoché del Libro Tibetano de la Vida y de la Muerte [3], en el que tuve ocasión de profundizar mucho a partir de ese momento.
Sobre el contenido de esta obra, su origen y demás aspectos vinculados, nos extenderemos más adelante. De momento solo apuntaré que se trata de un texto escrito originalmente en el siglo VIII, cargado de todo el simbolismo, la mitología y la cultura ancestral de aquellas tierras.
Leyendo llegué a una página donde me encontré, de manera muy discreta, la práctica del phowa descrita en apenas unos pocos párrafos. La leí con toda atención y de alguna forma esa información quedó fijada en mi mente como tantas otras joyas de esa magnífica obra.8
No había transcurrido demasiado tiempo cuando, lamentablemente, la muerte vino a visitar mi entorno más cercano, siendo mi padre uno de los primeros en partir.
Recuerdo viajar hasta mi ciudad natal, la tristeza de aquellos días y muy especialmente la misa a la que acudieron numerosas personas. En aquel funeral viví con gran extrañeza el hecho de que la persona que oficiaba introdujese el nombre de mi padre en sus textos, haciendo alguna alusión directa a su persona sin conocerlo. Aquello me resultaba vacío y no hacía honor a la memoria del que hasta hacía unas pocas horas antes había sido mi padre. Allí faltaban muchas de sus mejores cualidades y sucesos maravillosos de su biografía que yo hubiera