Hay muchos científicos y especialmente físicos que […] se aferran al dogma impuesto a la perspectiva intelectual occidental por la larga hegemonía surgida en la Ilustración y que puede resumirse brevemente de la siguiente manera: que existe un mundo externo, cuyas propiedades son independientes de cualquier ser humano individual y de la humanidad como tal. Que estas propiedades están codificadas en leyes físicas ‘eternas’, y que los seres humanos pueden obtener un conocimiento confiable, aunque imperfecto y tentativo, de estas leyes mediante la aplicación de los procedimientos ‘objetivos’ y las restricciones epistemológicas prescritas por el (llamado) método científico153.
Que este tipo de absurdo en que se niega el método científico para hacer física por ser una muestra de hegemonía occidental haya sido aceptado para publicación en una de las revistas académicas más prestigiosas del área revela hasta qué punto la doctrina posmoderna ha corrompido la seriedad intelectual de las humanidades con su idea de que todo son juegos de poder y narrativas. Tiempo después de la publicación, Sokal explicó que había enviado el paper fraudulento porque, siendo el mismo un hombre de izquierda, le preocupaba en ese sector «la proliferación de un tipo particular de pensamiento sin sentido» que negaba «la existencia de realidades objetivas» o que «admite su existencia, pero minimiza su relevancia práctica». Su conclusión final sobre el episodio que lo involucró sería fulminante:
La aceptación por parte de Social Text de mi artículo ejemplifica la arrogancia intelectual de la teoría, es decir, la teoría literaria posmodernista, llevada a su extremo lógico. No es de extrañar que no se molestaran en consultar a un físico. Si todo es discurso y ‘texto’, entonces el conocimiento del mundo real es superfluo; incluso la física se convierte en una rama más de los estudios culturales. Además, si todo es retórica y ‘juegos de lenguaje’, entonces la consistencia lógica interna también es superflua: una pátina de sofisticación teórica sirve igualmente bien. La incomprensibilidad se convierte en una virtud; alusiones, metáforas y juegos de palabras sustituyen la evidencia y la lógica. Mi propio artículo es, en todo caso, un ejemplo extremadamente modesto de este género bien establecido154.
Alguien podría argumentar que lo de Sokal fue hace demasiado tiempo, apenas un accidente que no demuestra el verdadero espíritu de las humanidades y su influencia posmodernista hoy en día. Pero una réplica casi idéntica del escándalo fue realizada hace poco por tres académicos desatando un furioso debate en Estados Unidos que repercutió en todo occidente. Entre 2017 y 2018, los profesores James Lindsay, Helen Pluckrose y Peter Boghossian, hastiados, como Sokal, de la charlatanería ideológica que se ha tomado las universidades, escribieron veinte papers llenos de absurdos y tonterías planteadas en jerga posmoderna y los enviaron a prestigiosas revistas académicas dedicadas a estudios feministas, culturales y de género, entre otras disciplinas abocadas a fomentar la cultura del victimismo que hemos analizado. Al momento de dar a conocer el fraude, siete de sus artículos habían sido aceptados ya para publicación en revistas con peer review y otros siete estaban en proceso de admisión. Se trata de un escándalo mucho mayor al de Sokal y no solo por la cantidad de papers admitidos para publicación, sino por los disparates que estos decían. Uno de los papers, por ejemplo, afirmaba que la «astronomía occidental» era sexista y que los departamentos de física debían incorporar otros métodos como la «astrología feminista» o practicar danza interpretativa para conocer mejor las estrellas:
Existen otros medios superiores a los de las ciencias naturales para extraer conocimientos alternativos sobre las estrellas y la astronomía, incluidas las metodologías de etnografía y otras ciencias sociales, un examen cuidadoso de la intersección de las astrologías existentes de todo el mundo, la incorporación de narrativas mitológicas y el análisis feminista moderno de ellas, danza interpretativa feminista (especialmente con respecto a los movimientos de las estrellas y su significado astrológico), y aplicación directa de discursos feministas y poscoloniales sobre conocimientos alternativos y narrativas culturales155.
Otro de los papers publicados hablaba sobre la cultura de la violación entre los perros de los parques de Portland preguntándose si acaso los perros eran víctimas de opresión; uno sostenía que los hombres que se masturban pensando en una mujer sin su consentimiento eran culpables de violencia sexual, y el más perturbador afirmaba que a los estudiantes blancos debía obligárseles a guardar silencio en la sala e incluso encadenarlos al piso como forma de recompensa por sus privilegios156.
Como ya hemos visto, sería un error pensar que esto se limita a la vida puramente universitaria. Lo cierto es que la doctrina del posmodernismo ha impregnado toda la vida en común. Como ha recordado correctamente un estudiante de doctorado en filosofía de Oxford dedicado a estos temas, «hace veinte años Alan Sokal llamó al posmodernismo ‘una tontería de moda’. Hoy en día, el posmodernismo no es una moda, es nuestra cultura». Una cultura que sumerge a los estudiantes de las universidades de élite en un «culto al odio, la ignorancia y la pseudofilosofía» que «amenaza con fundir todas nuestras tradiciones intelectuales en el mismo torrente de consignas políticas y palabrería vacía»157. Y es que el posmodernismo, como ha explicado el filósofo Stephen Hicks, al constituir una reacción en contra del ideal de la Ilustración y todo lo que lo acompaña, busca desterrar no solo la razón para reemplazarla con pura teoría sobre el poder expresada en jerga ininteligible, sino también el individualismo, el capitalismo y el liberalismo. Así, dice Hicks, «en lugar de la experiencia y la razón» postula «el subjetivismo sociolingüístico», contra la «identidad y la autonomía individual» defiende «las diversas asociaciones de raza, género y clase». Todo lo cual lleva a que «en lugar de ver los intereses humanos como esencialmente armoniosos y tendientes a una interacción mutuamente beneficiosa» solo vea «conflicto y opresión»158.
He ahí, en este irracionalismo y relativismo, el origen intelectual de las políticas identitarias analizadas en el capítulo anterior, las que, como ha sido establecido, responden a una particular forma de marxismo aun cuando no sea del todo fiel a la doctrina clásica de Marx. Lo que buscaron pensadores como los franceses Michel Foucault y Jacques Derrida, por nombrar a dos de los más emblemáticos en esta tradición, fue simplemente demoler la cultura occidental. Pues si todo es narrativa y si no hay forma de reclamar superioridad acudiendo a alguna realidad fuera del sujeto, entonces también el relato histórico de occidente es una forma de autojustificación que no tiene manera de ser defendido objetivamente. Como consecuencia se debe «deconstruir» —para usar el famoso término de Derrida— todo lenguaje, ya que no existe referencia a sistemas independientes de él. Así, la idea de que se puede hacer una reconstrucción objetiva de la historia sobre la base de la evidencia recabada no es más que una falacia. En palabras de Hyden White: