Te regalo el fin del mundo. José María Villalobos. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José María Villalobos
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417649586
Скачать книгу
lleve consigo un destacamento por si algo se tuerce. No esté sola en ningún momento. Es una orden.

      Desde el acorazado se inició la comunicación solicitando el encuentro. Mientras, Alice subía a una pequeña nave acompañada de unos pocos efectivos.

      —¿Ax, me escuchas?

      La general intentaba comunicarse con su compañero, que estaba a punto de llegar al acorazado mientras ella viajaba en dirección a Alejandría.

      —¿Alice? Si me llamas por un canal protegido me puedo imaginar lo que vas a decirme. Pero antes escucha, me acabo de enterar de tus planes. ¿Por qué no has esperado a que llegara? No puedo asegurar tu integridad desde aquí.

      —Eso es una falacia, Ax, sabes que si soy abatida reapareceré en el Destructor Capital, mi último punto de salvado. Es este grupo rebelde el que puede desaparecer hoy para siempre.

      —Mira, Alice, sé que todo ha ocurrido muy rápido y que no hemos podido hablar a solas, pero si Klauss se ve forzado a realizar ante ellos la misma prueba de muerte permanente que nos ha mostrado, será porque hay resistencia a la rendición por parte de los insurgentes. Se tratará solo de un pequeño sacrificio en pos de un bien mayor.

      —Ax, escúchame, esto no me gusta nada. Conoces a Klauss. No creo que estando en posesión de la maldita bomba atómica se conforme con mirarla en una vitrina. Tengo que hacerles entrar en razón antes de que veamos una matanza ante nuestros ojos.

      —No creo que Klauss llegue a esos extremos, pero de ser así, ¡razón de más para que no te encuentres en esos momentos en el mismo centro del conflicto! Alice, no sentiré pesar por ellos, pero por favor, no me hagas sentirlo por ti. Te quie…

      De repente, fuertes interferencias cortaron la conversación. La nave había traspasado el muro invisible que rodeaba la ciudad y, tras él, cualquier información no oficial quedaba filtrada. El intercomunicador quedó en silencio.

      —¡Alice, Alice! ¡Maldita sea!

      Ax golpeó furioso el panel de mandos de su nave. En el horizonte ya se dejaba ver una interminable y abarrotada línea de naves y buques de combate flotando a pocos metros sobre el nivel del mar. Sobre todos ellos, sobresalía el acorazado donde debía reunirse con Klauss.

      ****

      El caza militar aterrizó en el puerto, en un pequeño aeródromo que rompía con sus líneas modernas la arquitectura clásica perfectamente recreada de la mítica ciudad. Para evitar tensiones, Alice ordenó al grueso de los soldados que esperaran junto a la nave mientras ella, acompañada de un escolta, se reunía a las puertas de la biblioteca con el líder rebelde. Y allí estaba él, con una larga capa anudada bajo una espesa barba gris, igualmente custodiado por un fornido guardia personal. Ella adivinó bajo la gabardina del guardaespaldas un uniforme oficial de la eArmy. Un traidor, pensó. Se alegró de que Ax no estuviera allí con ella. Él odiaba a los soldados renegados. Dada su impulsividad, aquella cita en la cumbre habría durado justo hasta ese momento. Por su envergadura, el soldado era de tipo tanque, de los que aguantan disparos sin pestañear. Perfecto para reinventarse como guardián de alguien importante.

      —Habíamos quedado en que seríamos solo usted y yo, señor…

      —Llámeme Alexander. Por lo que veo, usted ha sido igualmente prudente. Y yo sí que la conozco, Alice, a pesar de que no porte hoy en su cara las habituales pinturas de guerra. Como podrá suponer, es temida y odiada entre los míos. Con respecto a Risco, mi fiel protector, le aseguro que no debe temer nada si nada oculta. Con el historial que nos precede a uno y otro bando, sabe que soy yo el que debe tomar una mínima cautela.

      Alice vio algunas de sus vías de actuación boicoteadas, como la de capturar directamente al alto mandatario si las negociaciones llegaban a un callejón sin salida. Con un exeSoldier tipo tanque de por medio, el forcejeo, por breve que fuera, daría tiempo suficiente para que su objetivo principal se teletransportara a una nave oculta con la que huir rápidamente. Pero debía transmitir confianza, así que aceptó las condiciones poniendo su mejor cara. Eso sí, planteó también las suyas, que eran las de Klauss.

      —Por supuesto, Alexander. Aunque ya le digo que no tiene nada que temer… si nada de lo que hablemos nos supone una amenaza. Aun así, como comprenderá, debo solicitar que mi soldado me acompañe. No creo que deban existir claras desigualdades en esta reunión, aunque sean por mi parte meramente formales.

      Mientras Alice hacía un gesto al eSoldier para que la acompañara, su mirada se cruzó con la de Risco. Ambos sabían que el soldado de la corporación era mero atrezo. Si algo daba al traste con todo, serían ellos dos los que chocarían sus armas sin insignificantes intermediarios, aunque también ambos sabían quién saldría victorioso de la contienda. Risco era consciente de que simplemente se concentraría en mantener a raya el mayor tiempo posible al mejor luchador de eSports de todos los tiempos, a la guerrera digital más temida. Lo suficiente para permitir que su protegido pudiera escapar hacia un lugar seguro.

      El eSoldier llegó hasta el grupo.

      —Mantente atento, pero en ningún caso actúes sin una

      orden mía.

      El soldado asintió bajo el casco y las grandes gafas de batalla. Alice se aseguraba así que, si la tensión subía más de lo esperado, no se fuera todo al traste por el gatillo fácil de un avatar demasiado nervioso.

      ****

      Klauss observaba sonriendo la ciudad desde la sala de mando del Destructor Capital. Ax, a su lado, guardaba dentro de sí una enorme inquietud. Algo no iba bien, y Alice se encontraba en el epicentro del conflicto sin posibilidad de asistencia inmediata. Había confirmado nada más llegar que era en el acorazado donde se daría su respawn de ser abatida en la ciudad, pero sentía que algo no cuadraba, y la extraña tranquilidad que veía en Klauss no hacía más que acrecentar su desasosiego.

      ****

      La noche empezó a desplegarse sobre el cielo de Alejandría. Seguidos de cerca por sus respectivos guardaespaldas, Alice y Alexander, que habían charlado largo rato durante la última hora, caminaban lentamente hacia el estrado colocado al inicio de la vía Canópica. La imponente avenida, de treinta metros de ancho y seis kilómetros de largo que recorría de este a oeste la ciudad, se encontraba repleta de los miles de rostros expectantes que habían ido llegando desde distintos lugares del planeta.

      Durante la conversación, Alexander miraba a Alice de vez en cuando. Ya había adivinado por sus palabras la lucha que se daba en su interior. Ella le había comunicado la conveniencia de una rendición pacífica por el peligro que suponía la terrible arma recién descubierta por K-Emperor. Le expresó sus sospechas. Temía que aplicara la muerte permanente a aquel líder rebelde delante de todos. La mayor demostración de su poder realizada en aquella expresión de esperanza de alcance universal. Le dio la sensación de que, inconscientemente, los rebeldes le harían el trabajo sucio al Imperio prestándose a ese sacrificio. Pero Alexander no parecía preocupado por los oscuros augurios de Alice. Ya con esa confianza, la conversación había crecido en intimidad en los últimos metros hasta el estrado.

      —¿Usted era militar del Imperio, verdad? Después de tanto tiempo reconozco a uno con solo mirarlo. Creo que ha alterado su aspecto para no ser identificado, pero no así para pasar desapercibido. Esa capa, esa barba y ese pelo grisáceos, esas arrugas, como si quisiera parecer mayor… Me llama mucho la atención, porque no hay ancianos en este mundo. No lo entiendo.

      —Deje que le cuente una pequeña historia, Alice, una de otra época, en aquel otro mundo que dejamos atrás. —Alexander se detuvo justo antes de salir a la palestra. El discurso podía esperar unos pocos minutos más. Comenzó a hablar pausadamente—. Una soleada tarde de domingo un abuelo y su nieto se encontraban paseando por un centro comercial. Mientras el niño correteaba aquí y allá se dio una curiosa escena. El anciano, incapaz de igualar la vitalidad del niño, apoyó el cansancio de los años en su bastón y se quedó mirando fijamente una gran pantalla que casualmente tenía frente a él. En ella se podía ver una calle muy transitada. El