Te regalo el fin del mundo. José María Villalobos. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José María Villalobos
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417649586
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ecos de caos y muerte llegaron desde múltiples direcciones. En el horizonte aparecieron incontables puntos en movimiento acompañados del zumbido de los motores de cazas de combate que Alice conocía tan bien.

      Risco empezó a teclear en su antebrazo para abrir las opciones de viaje rápido hasta el punto de control donde les esperaba la nave en la que habían llegado.

      —¡Han inutilizado nuestra capacidad de teletransporte! ¡Señor, prepárese, voy a dispararle para que aparezca en zona segura!

      Risco apuntó con su arma a Alexander, que esperaba quieto a que su guardaespaldas lo sacara de allí de aquella manera brusca pero inevitable.

      —¡Alto, no!

      Alice golpeó fuertemente el brazo de Risco, que erró el tiro.

      —¡Pero qué demonios!

      Iba a recargar de nuevo, pero miró a Alice y supo que algo iba mal, muy mal. Se detuvo.

      —¿No os dais cuenta? ¡Klauss ha activado a gran escala la muerte permanente! ¡Si disparas a Alexander se acabó! ¡Todos somos ahora mortales!

      Alexander se dirigió a los dos.

      —Tiene razón, ese loco lo ha hecho. Esto estaba en su cabeza desde el principio. Risco, debes hacer llegar esta información al Consejo. Y Alice… lo siento.

      El primer caza llegó cosiendo de pasers con su ametralladora el concurrido suelo de la plaza. Las líneas de código de los caídos empezaron a flotar sinuosas por encima de la multitud enloquecida.

      —Habrá que ir a pie. ¡Vamos!

      Risco tomó la iniciativa disparando a las tropas que comenzaban a desplegarse por la periferia de la avenida a escasos doscientos metros de su posición. Los soldados alcanzados por Risco estallaron en píxeles y desaparecieron. Alice había visto mil veces ese efecto. Sabía que en un puesto de control cercano esos mismos soldados aparecerían de nuevo y de nuevo retomarían el ataque.

      —No sé cómo lo ha conseguido, pero la armada es inmune a la muerte permanente. La situación es aún peor de lo que pensaba.

      —¡Reacciona, atajaremos por la biblioteca!

      La voz de Risco la despertó de su trance. Alice intentó sobreponerse, sacar fuerzas de donde no las había hacía unos segundos. Apretó los puños con rabia y desesperación y se unió en la huida a Risco y Alexander. Los tres desaparecieron en mitad del caos. Mientras, como en la barbarie de antaño, Alejandría ardía de nuevo.

      ****

      Klauss llegó con su séquito a la avenida humeante. Los soldados encañonaban a los supervivientes. Subió hasta el estrado que muy pocos minutos antes había enfervorecido a las masas con la voz de Alexander. La retransmisión se reanudó.

      —Queridos ciudadanos, habéis dejado con vuestro beneplácito que el virus de la Rebelión se extienda dejando en manos del CdC su contención. Y hemos encontrado una cura. Lo que habéis presenciado aquí es el futuro que os espera. Uno en el que el castigo por insubordinación será la muerte. El código de los culpables se unirá a Madre y vuestros cuerpos de carne y hueso se pudrirán donde quiera que estén. La muerte permanente significa la desactivación automática de los biobots que mantienen activos y en forma vuestros cuerpos en el calcinado mundo real. Porque la Tierra sigue siendo un yermo. Os habéis dejado engañar con falsas esperanzas, desoyendo el atento cuidado del gran conglomerado de corporaciones que os salvó hace cinco años de la extinción. Tamaña afrenta tiene ahora su justa respuesta. Los que estáis aquí ya lo habéis visto con vuestros propios ojos. Cuando las grabaciones de lo que ha ocurrido en Alejandría y mis propias palabras lleguen hasta el último rincón habitado de esta galaxia, ya lo habrá hecho la onda expansiva que os hace mortales. Desde la Torre K-Corp, el epicentro de la gran ola, se ha purificado vuestro pensamiento. Solo os queda ser dóciles y serviles ciudadanos a partir de ahora. Mientras sea así el CdC será misericordioso con sus súbditos. ¡Larga vida al Nuevo Orden!

      La mutilada multitud no dijo nada. Solo miró con resignación a Klauss en lo alto del estrado. Intocable. Dios digital de un universo condenado. El terror incansablemente buscado como forma de control total era por fin una absoluta realidad. El mensaje del miedo viajaba en ese momento raudo a la caza del mensaje de la esperanza. Sistema a sistema, mundo a mundo, la celebración se tornaba en terror y sumisión. El Nuevo Orden quedaba instaurado.

      ****

      Alexander, Risco y Alice llegaron al aeródromo oculto donde se encontraba la nave en la que emprenderían la huida.

      —¡Enciendo motores! —gritó Risco, que subió rápidamente por la trampilla de embarque. Alexander se detuvo un momento junto al aparato y se dirigió a Alice.

      —Entiendo que ahora estás con nosotros.

      Ella, aún con mil pensamientos volando y colisionando en su cabeza, no dudó.

      —No tengo otra salida, pero ahora sé que este es mi lugar, siempre lo fue. Y con respecto a lo que me dijo antes, que sentía haber destrozado mi vida, creo que mi vida de verdad empieza ahora. Solo puedo darle las gracias por haber llegado hasta mí y mostrarme por fin el camino que siempre he estado buscando.

      De pronto, el zumbido de un paser los sorprendió al impactar contra la espalda de Alexander, que se desmoronó sin fuerzas en los brazos de Alice.

      —¡No, no, no puede dejarme ahora, no así!

      Alexander, mientras derramaba su valioso código a través de la herida mortal, miró con tranquilidad a Alice en esos últimos momentos.

      —Que estés con nosotros me llena de esperanza. He conseguido mucho más de lo que esperaba, dadas las circunstancias. Sé que conseguirás que el sueño se convierta en realidad, Alice, lograrás que todos vuelvan a la Tierra para un nuevo comienzo. Me voy sabiendo que hemos ganado.

      El cuerpo de Alexander se deshizo entre los dedos de Alice que, llena de rabia, materializó su pistola y apuntó en la dirección de la que había provenido el disparo. Y allí, a escasos cien metros, estaba un grupo de eSoldiers, quieto, esperando, con Ax apuntándole con su arma aún humeante.

      —¿Ax? Tú… lo has matado… cómo has podido…

      —Alice, ¿me culpas por acabar con la persona que nos ha separado? ¿En serio? Ven, todavía puedes revertir la situación. Hablaré con Klauss, eres muy valiosa para nosotros, sé que lo entenderá.

      —¡Déjame! Alexander no ha cambiado nada en mí, solo lo ha sacado a la luz. Y tú lo sabes Ax, desde el principio. Sabías que no era como Klauss, que no era como tú, nunca lo fui.

      Una ráfaga de disparos proveniente de la escalerilla de la nave tumbó a varios soldados y alcanzó a Ax, que empezó a romperse lentamente en píxeles.

      —¡Alice, sube, rápido! —gritó Risco.

      Justo antes de desaparecer, Ax ordenó a sus soldados que no dispararan.

      –Vete, Alice, por lo que fuimos y sentimos, pero que nunca te encuentre, porque tendré que darte caza.

      Alice subió a la nave, que hizo rugir sus motores y emprendió la huida de Nueva Tierra casi en despegue vertical.

      ****

      Ax reapareció en la sala de mandos de la nave capital. Allí ya se encontraba Klauss.

      —¿Qué tal, mi querido general? ¿Dio con ellos?

      Ax, sin dejar de mirar la ciudad ardiente, humeante, que se divisaba a lo lejos, respondió ausente.

      —Alexander está muerto.

      Klauss se acercó a él y puso una mano sobre su hombro. Ax seguía mirando la ciudad.

      —Bien, bien, entiendo. Digamos que eso hace que su cuenta de lealtad se quede nivelada a cero. Sé que no volverá a ponerla en negativo ni por un segundo, ¿verdad?

      Ax