Des/venturas de la frontera. Menara Guizardi. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Menara Guizardi
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789563572018
Скачать книгу
raciales, culturales, coloniales, regionales y estatales, así como de las fronteras nacionales, el concepto de transfronterizo es más amplio que “transnacional”, el cual enfatiza aquellas fronteras controladas por el Estado y centra al Estado-nación como la principal entidad con la que los migrantes interactúan (Stephen, 2012: 456. Traducción propia).

      El argumento central de este debate sobre las comunidades transfronterizas afirma que ellas constituyen realidades condensadoras de las contradicciones, paradojas, diferencias y conflictos de poder entre el capitalismo contemporáneo global y los Estados-nación; y que las prácticas locales de estas comunidades constituyen un entramado disruptivo de las asimetrías globales (Álvarez, 1995: 447). Stephen (2012: 473) enumera algunos puntos definitorios de estas particularidades de las comunidades transfronterizas a los que enuncia como “en tensión” con la definición de comunidades transnacionales.

      El primero se refiere a que se trata de comunidades con trayectorias históricas y actuales muy complejas, lo que demanda el uso interconectado (sofisticado, dice) de diversas herramientas analíticas. El segundo se refiere a que, en los estudios transnacionales, se enfatiza la acción de individuos conectados entre sí a través de la migración hacia espacios lejanos, reproduciendo así formas de “nacionalismo de larga distancia” que son centrales en la conformación de la comunidad migrante (Stephen, 2012: 473). En las zonas transfronterizas, sin embargo, formas muy diferentes de construir la conexión entre sujetos y comunidades tienen lugar y, desde allí, habría que abandonar visiones etnocéntricas que sobre-enfatizan al individuo, para dar más énfasis a las redes familiares, sociales, políticas. En tercer lugar, la transfrontericidad provoca una experiencia de simultaneidad entre espacios nacionales mucho más radical que la migración transnacional de larga distancia, provocando, al mismo tiempo, una interacción más intensamente radical entre elementos constitutivos de la interseccionalidad de los sujetos en el campo social. Las comunidades transfronterizas:

      Son capaces de construir conexiones en múltiples espacios a la vez y pueden construir, mantener y reelaborar identidades que incorporan formas dispares de relaciones raciales, étnicas, regionales, nacionales, de género y de parentesco. Esta discusión ha buscado específicamente desmantelar la homogeneidad del nacionalismo proyectado a través de las fronteras y destacar la importancia de las historias regionales del colonialismo y las jerarquías raciales, étnicas y de género vinculadas a esta historia (Stephen, 2012: 473. Traducción propia).

      La historicidad –de lo nacional, de lo regional y de lo local– es tanto más compleja entre las comunidades fronterizas y, por tanto, requiere una visión muy refinada sobre las heterogeneidades constitutivas de los grupos sociales en el espacio local. Es imposible no notar cómo el argumento antropológico anglosajón se viene acercando, entonces, a aquellas reflexiones desarrolladas una década antes por antropólogos sudamericanos como Segato y Grimson. La crisis que la globalización provocó a las concepciones modernas de Estado-nación derivó en un reforzamiento, protección y represión social, los cuales fueron magnificados en ciertas zonas transfronterizas y específicamente a aquellos Estados que mantuvieron conflictos bélicos con sus vecinos circundantes. Este escenario ha provocado, desde los atentados de las torres de Nueva York en 2001, la creación de dispositivos para influir en la vida diaria de los habitantes transfronterizos, desconociendo y anulando la historia o tradiciones locales comunes que comparten las naciones limítrofes (Grimson, 2005). Asimismo, se identifica que esta tendencia dio origen a otra: el control de los flujos migratorios que transitan por las fronteras (Grimson, 2005). Lo anterior se ampara en el discurso de “seguridad” de los Estados, que defiende que, tras la globalización, urge la necesidad de redefinir sus territorios y los principios de pertenencia de su población (como, por ejemplo, la cultura popular nacional) (Kearney, 2004).

      Stephen hace hincapié en que la visión sincrónica, que el argumento transnacional muy a menudo reproduce, no puede ser aplicada a las comunidades fronterizas. Debido a esta complejidad histórico-regional-local, Márquez y Romo (2008: 1) afirman que las zonas de frontera son espacios donde las familias, comunidades y sujetos negocian identidades mientras interaccionan situacionalmente, de manera intensa, con dinámicas políticas, económicas y sociales macro-escalares. Finalmente, Stephens (2012: 473) propone que el estudio de comunidades transfronterizas debe ser construido a partir del análisis sobre los diversos cruces de frontera que sus miembros realizan y experimentan –tanto de las fronteras literales como de las metafóricas–. La comprensión de cómo los sujetos logran llevar a cabo estos cruces nos permitiría, dice, comprender el tipo de agencia que las personas pueden personificar frente al Estado-nación:

      Una imagen de múltiples capas, históricamente compleja y contemporáneamente rica de todas las fronteras que los migrantes cruzan y llevan consigo en múltiples situaciones y lugares proporciona un sentido de los contrapesos que existen al poder de los Estados-nación para imponer fronteras legales y físicas en la vida de las personas; para controlar policialmente sus propias fronteras en cualquier momento o lugar, y para mover por la fuerza y eliminar a los que están excluidos (Stephen, 2012: 473. Traducción propia).

      Como ejemplifica la historia de Rafaela, las comunidades transfronterizas estarían caracterizadas por la interseccionalidad de formas diversas de frontera que, no obstante, son desafiadas circunstancialmente –de acuerdo con las posibilidades históricas del contexto–, por sus integrantes.

      Pero, ¿estamos realmente en condiciones de afirmar que la experiencia fronteriza de las familias, sujetos y redes sociales les otorga una diferencia radical en relación con las comunidades migrantes que han recibido el sello de “transnacionales”? ¿Estamos en condiciones de plantear la inadecuación del concepto transnacionalismo migrante en las zonas de frontera? Estas interrogantes son especialmente relevantes, porque la teoría transnacional también nos ofrece elementos críticos que permiten redimensionar los “puntos ciegos” del debate sobre las zonas fronterizas. Entre estos puntos, nos interesan particularmente tres.

      El primero refiere a la presión analítica que recae sobre la reformulación del concepto de sociedad (Levitt y Glick-Schiller, 2004: 61). La perspectiva transnacional explicita que la forma como hemos pensado las instituciones sociales –la familia, la ciudadanía y el Estado-nación– requiere una atenta revisión (Levitt y Glick-Schiller, 2004: 61; Gonzálvez y Acosta, 2015: 126-128). Esta revisión, efectivamente, se ha venido realizando en los últimos años, pero su operacionalización ha demandado asumir una perspectiva de género que, tanto las teorías sobre la migración como aquellas sobre las fronteras invisibilizaron durante buena parte del siglo XX (Gonzálvez, 2007; Hondagneu-Sotelo, 2000).

      El segundo punto se refiere, entonces, al llamado que la perspectiva transnacional hace en favor de dar centralidad al protagonismo que las mujeres han asumido en los procesos de transnacionalismo de los sujetos, colectivos e instituciones migrantes. Esta invisibilidad del papel de las mujeres es especialmente controvertida en contextos sudamericanos, debido al relevante rol que ellas desempeñan en los colectivos migrantes de diferentes países (Martínez, 2003, 2009). Son ellas quienes inician el proceso de desplazamiento internacional que movilizará a sus comunidades de origen, actuando como los puntos nodales de unas redes sociales que tienden a transnacionalizarse progresivamente (Alicea, 1997).

      Aunque discreta en la primera década del siglo XXI, entre 1990 y 2000 la feminización de las migraciones se generalizó en América Latina, estando asociada a dinámicas económico-políticas globales (Mora, 2008). Desde 1980, las reformas neoliberales en Latinoamérica provocaron un desempleo masivo asociado con la precarización de condiciones laborales en general. Debido a la persistencia de patrones patriarcales, se reproduce una división social del trabajo en la que el hombre se encarga del recurso económico (actuando en el mercado productivo), mientras la mujer se hace cargo del cuidado del núcleo familiar (Sorensen y Vammen, 2014). El desempleo generalizado deviene en la incapacidad de los hombres de atender a esta expectativa social. Con esto, el proceso de ruptura de las familias (con el abandono del hogar por parte de la figura masculina) se incrementó entre los sectores sociales más pobres y de clase media baja, incrementando el porcentaje de mujeres que asumirán solas las tareas productivas y reproductivas. En diferentes naciones de América Latina, incluyendo a Perú, país de origen de las migrantes que