El presente capítulo se dedica a este debate. En el segundo apartado, ofrecemos una síntesis sobre las discusiones más estructurantes de la perspectiva transnacional de las migraciones, situando las categorías analíticas que pondremos en cuestión y a las que contrastaremos a lo largo del libro. Esto nos permitirá reflexionar, ya en el tercer apartado, sobre el concepto de identidades en contextos transnacionales y globalizados. En cuarto lugar, discutiremos la forma como el concepto de frontera se viene abordando desde los años 90 en la antropología, delimitando puntos de tensión que este plantea a la perspectiva transnacional. Finalmente, abordaremos los principales ejes de discusión en torno a la relación entre migración y género en las ciencias sociales desde la globalización.
Transnacionalismo migrante
A esta altura –tras casi treinta años del inicio de los debates sobre el transnacionalismo en los estudios de la migración, y frente a un proceso de renacionalización de las fronteras que destituye a la globalización como modelo hegemónico–, puede parecer excesivo insistir en ofrecer aclaraciones sobre cómo el concepto de migraciones transnacionales se viene aplicando en las ciencias sociales. Pero entendemos que el ejercicio de situar la categoría es necesario para la discusión que proponemos, en tanto buscamos indagar sobre su operacionalización específica en estudios de caso que refieren a mujeres migrantes que se desplazan en territorios fronterizos. Esto nos permitirá establecer los ejes de teorización a partir de los cuales llevamos a cabo nuestro trabajo de campo, y también nuestras reflexiones críticas sobre las fronteras en el siglo XXI. En este sentido, en un necesario gesto de sinceridad intelectual, partimos por evidenciar que la definición del transnacionalismo como fenómeno, y de las metodologías para trabajarlo, no constituyen un consenso académico (Besserer, 2004: 6; Bryceson y Vuorela, 2002: 11; Moctezuma, 2008: 30).
Según Glick-Schiller et al. (1992) –autoras a quienes podríamos atribuir haber reinventado el término, traspasándolo de la economía a los estudios migratorios (Gonzálvez, 2007: 11)–, los migrantes pasaron a experimentar, desde fines del siglo XX, contextos de globalización caracterizados por una revolución tecnológica de transportes y comunicaciones que abarató el coste de los viajes y posibilitó establecer contacto a tiempo real entre localidades distantes (Castells, 2007). Estos cambios posibilitaron que sujetos y colectividades constituyeran sus experiencias migratorias según patrones innovadores, repletos de vinculaciones imprevisibles, estableciendo, aumentando y densificando relaciones (familiares, económicas, sociales, organizacionales, religiosas) de manera binacional o multinacional; tomando decisiones y medidas, constituyendo su acción y afectos, y viviendo intereses que provocan una experiencia de conexión entre localidades distantes (Levitt y Glick-Schiller, 2004). Con ello, los migrantes articulan los denominados “campos sociales transnacionales”.
Esta última definición nos remite a Bourdieu, quien comprendía el campo “como una esfera de la vida social que se ha ido autonomizando de manera gradual a través de la historia en torno a cierto tipo de relaciones, intereses y recursos propios” (Manzo, 2010: 398). Los campos sociales serían cruzados por luchas y fuerzas tendientes a la transformación y, simultáneamente, a la conservación. Funcionan debido a que los agentes “invierten en él, en los diferentes significados del término, que se juegan en él sus recursos [capitales], en pugna por ganar” (Bourdieu en Manzo, 2010: 398). Ellos están, consecuentemente, atravesados por diferentes formas de capital –social, cultural, simbólico, económico– que los sujetos van apropiando de acuerdo con las posibilidades y limitaciones que sus posiciones sociales en este mismo campo condicionan (con relación a las jerarquías y estructuras de distinción).
Bourdieu usa el concepto para pensar las relaciones dentro de un espacio social dado. Pero la extrapolación de la categoría hacia la idea de “transnacionalismo” conlleva asumir que los migrantes están operando la renegociación de su asignación a los campos sociales de dos o más localidades (en dos o más países) simultáneamente. Esto implica que están entrecruzando, a partir de su agencia, los capitales de por lo menos dos campos. Por ende, los campos sociales transnacionales provocan una interconexión simultánea de las características contextuales (sociales, históricas, políticas y culturales) de las localidades a las que conecta (Glick-Schiller, et al., 1992). El transnacionalismo acarrearía, en este sentido, dos tipos de desplazamiento de los sujetos: uno referente a su trayectoria dentro del campo social de su país de origen; y otro referente a su trayectoria social en el campo de la sociedad de destino. Se trataría, así, de cruces de los límites internos y externos del grupo de origen, pero condicionado por “procesos de participación en ambas regiones o localidades (emisoras y receptoras)” que “no se dan de manera independiente ni sucesiva, sino de manera dependiente y simultánea” (Baeza, 2012: 48).
Diversos autores (Massey et al., 1993; Massey et al., 1994; Portes et al., 2002) han preconizado trabajar este campo migratorio transnacional enfocándose específicamente en cómo los migrantes articulan en él dos tipos de capitales: los sociales y los culturales. El capital social migrante, usualmente asociado a las redes migratorias, se define como “la suma de los recursos reales o potenciales que están vinculados a la posesión de una red duradera de relación más o menos institucionalizada de conocimiento o reconocimiento mutuos” (Bourdieu en Portes, 2000a: 45. Traducción propia). Las redes sociales migrantes transmiten información, proporcionan ayuda económica y prestan apoyo a los migrantes de distintas formas. Por consiguiente, ellas facilitan la migración, al reducir sus costos y la incertidumbre que frecuentemente la acompañan (Massey y Aysa-Lastra, 2011).
Esta red duradera no es naturalmente dada, tejiéndose a partir de estrategias orientadas a la institucionalización de las relaciones de grupo y puede definirse como: 1) las relaciones sociales de estos migrantes en sí mismas, cuando dan acceso al conocimiento y a los recursos de que disponen los miembros de la red; y 2) la cantidad y calidad de recursos (Portes, 2000a: 45). Además, el flujo de información y recursos es bi o multidirecciónal, fortaleciendo los lazos entre los distintos componentes de la red.
El capital cultural, a su vez, correspondería a los conocimientos y recursos incorporados por los migrantes y difundidos a través de sus redes. Según Bourdieu (2011: 214), se pueden distinguir tres estados del capital cultural: 1) incorporado, 2) objetivado e 3) institucionalizado. El primero de ellos, que nos interesa particularmente para los propósitos del libro, se vincula a la noción del habitus, relacionándose con la inscripción corporal de los conocimientos, prácticas y costumbres por parte de los sujetos y colectividades. Un estado que involucraría, en el contexto de nuestro estudio, nociones históricas de alteridad respecto al fenotipo (maneras corporales: hexis) o las construcciones ideológicas de raza sobre las migrantes peruanas, ya sea por su condición “ontológica/nacional”, u otras asociaciones conceptuales entre su identidad y las prácticas culturales que ellas protagonizan cotidianamente en Arica (actitudes o apreciaciones morales: ethos) (Bourdieu, 1991).
Por otro lado, autores como Besserer (2004) piensan esta vinculación entre conocimientos y redes migrantes, concibiendo a las trayectorias subjetivas y comunidades transnacionales desde perspectivas espaciales menos materialistas. Esto los lleva a desplazar el foco hacia la construcción de “topografías transnacionales”, dando centralidad al imperativo de representar la espacialidad de las comunidades y sujetos basándose “no en la distancia que las separa, sino en la densidad y frecuencia de las prácticas comunitarias que les acerca” (Besserer, 2004: 8).
Pero tanto las lecturas que se inclinan a concepciones más literales del espacio como aquellas que dan preferencia a las lecturas menos materialistas, asumen que la generación del campo social transnacional resulta, a la vez que es la causa, de una experiencia social de simultaneidad: un estar en origen y destino al mismo tiempo, reconfigurando con ello los espacios locales de los países que reciben a los migrantes y de aquellos que los emitieron. A través de esta experiencia, los migrantes desbordan en los espacios de recepción unas