(Quien escribe esto ha visitado las ruinas de Troya. Allí he subido hasta el caballo conmemorativo de madera). Pero la Biblia recuerda a Troya asociada con la «capa» o «el capote» de Pablo de Tarso. Era el abrigo usado en el invierno por el apóstol. Allí dejó su capote bajo el cuidado de su amigo Carpo. Era una vestidura que daba testimonio de una vida entregada y gastada al servicio del reino de Jesucristo.
A los incrédulos, el Espíritu Santo los cambia en crédulos. A los mundanos, la Biblia los influencia para convertirse en santos. A los enemigos de la cruz, los vuelve amigos de la cruz. Los que no querían visitar la iglesia, ahora no quieren salir de la iglesia. Los que no querían saber nada de teología, ahora estudian teología. El que antes no oraba ni leía la Biblia, ahora en su nueva vida es un practicante de estos nuevos hábitos espirituales.
Debemos tener un equilibrio entre la pasión religiosa y el fanatismo religioso. Debemos mirar al mundo con los ojos de Jesucristo y tratarlo con el corazón compasivo de Jesucristo. La Palabra de Dios se debe presentar como miel que atraiga al pecador.
No hemos sido llamados para condenar al mundo, sino para decirle al mundo que en Cristo Jesús hay salvación. Jamás podremos convencer al mundo de su pecado, prediquemos y dejemos que el Espíritu Santo lo convenza de su pecado.
El Gran Maestro de Galilea dijo: «Cuando el Espíritu venga, hará que los de este mundo se den cuenta de que no creer en mí es pecado. También les hará ver que yo no he hecho nada malo, y que soy inocente. Finalmente, el Espíritu mostrará que Dios ya ha juzgado al que gobierna este mundo, y que lo castigará. Yo, por mi parte, regreso a mi Padre, y ustedes ya no me verán» (Jn. 16:8-11, TLA).
4. El alcance de la iglesia
«Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio» (Hch. 8:4). Es decir, aquellos creyentes fueron a la diáspora. Aquella persecución contribuyó para que Hechos 1:8 se cumpliera. Se nos declara que «iban por todas partes anunciando el evangelio».
La palabra griega διεσπάρησαν (diesparesan) es un verbo directo. Procede del verbo διασπείρω (diaspeiro). Cuando pensamos en la palabra diáspora, nos viene a la mente los judíos y palestinos dispersados por el mundo. La iglesia de Jesucristo es una comunidad de fe integrada por muchos creyentes que viven y conviven en la diáspora. El mundo es nuestra diáspora, es nuestro exilio.
Jesús de Nazaret oró diciendo: «Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos. Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros» (Jn. 17:9-11).
Ese trabajo de evangelizar que salió de las manos de los doce apóstoles está ahora en las manos de todos los creyentes. A todos nosotros, clérigos o laicos, líderes o subalternos, con Instituto Bíblico o sin Instituto Bíblico, con muchos años de convertidos o recién convertidos, con o sin el bautismo del Espíritu Santo, nos toca la gran responsabilidad de ir «por todas partes anunciando el evangelio».
Ese en «todas partes», es dondequiera que vayamos, en la comunidad, en el trabajo, en la escuela, en la familia, es dondequiera. Y aunque los líderes se queden, nosotros iremos fuera. Nuestro llamado es para evangelizar. Nuestra misión es el mundo.
Si el mundo no conoce a Jesucristo, nosotros debemos presentárselo. Si el mundo no oye su voz, nosotros seremos la voz de Jesucristo. Alguien te habló a ti y a mí de Jesucristo, y ahora estamos en la iglesia. Ahora nos toca a nosotros hacer lo mismo, hablarles a otros de Jesucristo, para que también estén con nosotros en la iglesia.
Cómo sea, cuándo sea, dónde sea y con quién sea, el propósito del evangelio se predicará. Si no somos nosotros, otro lo hará. Si no es por las buenas, será por las malas, pero de una manera u otra, tenemos que predicar a Jesucristo.
Conclusión
Un mártir como el diácono Esteban estuvo frente a un martirizador como Saulo de Tarso. Un día aquel joven perseguidor sería también un perseguido y mártir de la Iglesia cristiana. Las sandalias que dejaba vacía Esteban, Saulo las usaría.
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La persecución por Pablo
Hch. 9:4-5, RVR1960
«Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón».
Introducción
Hechos 9:1-9, narra la más extraordinaria conversión cristiana del primer siglo, y se puede afirmar que de todos los tiempos, y fue la de un rabino fariseo llamado Saulo o Pablo de Tarso, que llegó a ser uno de los paladines del evangelio. Con su conversión se inició un nuevo capítulo de evangelización y misiones para la naciente Iglesia cristiana.
1. El odio de Pablo
«Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén» (Hch. 9:1-2).
El perseguidor. A Saulo o Pablo se le identifica desde el principio como un feroz enemigo de la fe cristiana. Con él se inauguró la primera gran persecución cristiana. Por lo que se desprende de este pasaje bíblico, Saulo era un hombre lleno de amenazas y con ansias insaciables de dar muerte a aquellos que habían profesado a Jesús como Mesías. El cristianismo era para él una herejía, y tenía que ser erradicada. Y llegó a creer que esa era su misión. ¡Saulo fue uno de esos muchos seres humanos que creyendo hacer un bien, hacen mucho mal!
La estrecha teología farisaica que Saulo tenía, no le daba espacio para pensar y creer diferente. Él necesitaba un encuentro sobrenatural con el Dios del cielo. Más que religión con Jesucristo, se debe buscar relación con Él. Unas semanas atrás la hermana Nela Paredes expresó desde el púlpito de la IPJQ: «No es que visitemos la iglesia, sino que sirvamos al que está en la iglesia».
Como Saulo son muchos los que son de mente estrecha (en inglés ‘narrow minded’) que no pueden pensar fuera de la caja, en su manera de vivir y hacer teología. El sentido religioso de estos, es un sin sentido religioso para otros. En vez de dejar a Dios actuar, ellos quieren actuar por Dios. La gracia, la misericordia y el amor de Jesucristo, están ausentes en su desbocamiento religioso.
El apoyador. Saulo llegó hasta Caifás que era el sumo sacerdote, el mismo individuo que enjuició al Mesías Jesús, para recibir de este cartas autorizándole a perseguir a los «de este Camino» (Hch. 9:2).
Saulo era un joven de conexiones en el emporio religioso. Aparece en este pasaje asociado con el sumo sacerdote Caifás, de los saduceos, aquel mismo que actuó en la pasión de Jesucristo: «Los que prendieron a Jesús le llevaron al sumo sacerdote Caifás, adonde estaban reunidos los escribas y los ancianos» (Mt. 26:57).
«Entonces la compañía de soldados, el tribuno y los alguaciles de los judíos, prendieron a Jesús y le ataron, y le llevaron primeramente a Anás, porque era suegro de Caifás, que era sumo sacerdote aquel año. Era Caifás el que había dado el consejo a los judíos de que convenía que un solo hombre muriese por el pueblo» (Jn. 18:12-14).
Saulo ya gozaba de una preeminencia en la cúpula del fariseísmo. La expresión «de este Camino» nos deja saber cómo se conocían a los seguidores de Jesucristo antes de haber sido llamados cristianos. Y fue en Antioquía cuando por vez primera se les dio este nombre de «cristianos» o seguidores de Cristo.
Saulo era su nombre hebreo que se le dio para honrar al primer rey de Israel llamado Saúl. Su nombre en griego era «Paulos» y en latín «Paulus». Pablo es su nombre en español. Como ciudadano romano tenía dos nombres,