Hablando de grandeza humana dijo el Dr. Martin Luther King, Jr, lo siguiente: «Junto a esto ha proliferado una desordenada adoración por la grandeza. Vivimos en una época de ‘magnificación’, en la que los hombres se complacen en lo amplio y en lo grande –grandes ciudades, grandes edificios, grandes compañías–. Este culto a la magnitud ha hecho que muchos tuviesen miedo de sentirse identificados con una idea de minoría» (La Fuerza de Amar. Publicado en español por Acción Cultural Cristiana. Madrid. Publicado en el año 1999, página 25).
2. El encuentro de Pablo
«Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» (Hch. 9:4).
El lugar. «Ya camino a Damasco, y cerca de la ciudad, una luz resplandeciente del cielo lo rodeó: ‘Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo’» (Hch. 9:3).
Ese «camino a Damasco» atravesaba por la Via Mari, la principal carretera hacia Siria, Babilonia, Persia. Cruzaba toda la Galilea y luego ascendía por las Alturas del Golán hasta cruzar el monte Hermón (quien escribe esto ha tomado parte de esa ruta en muchas de mis peregrinaciones a Israel). Saulo había avanzado bastante, estaba ya cerca de su meta. Pero Jesucristo tenía un propósito para él.
Se declara «Ya camino a Damasco». El rey Aretas de los nabateos, con su capital en Petra, parece que dominó por algún tiempo Damasco, de esa manera servía a los intereses romanos y se relacionaba muy bien con los judíos. Pero todos nosotros hemos tenido nuestro «camino a Damasco».
El Dr. Francisco Lacueva a raíz de su conversión a Jesucristo bajo la influencia del Dr. Samuel Vila, al enganchar los hábitos católicos, escribió un libro titulado: Mi camino a Damasco. Sus homólogos católicos en son de burla escribieron algo como una reacción en contra de la conversión del Dr. Lacueva: «Tu camino a Damasco».
Todos tenemos un «camino a Damasco», donde cae el hombre o la mujer viejos, para que se levante la nueva criatura en Cristo Jesús. Ese «camino a Damasco» es el camino de la rendición, es el camino de la muerte del yo, es el camino de nuestra crucifixión humana. ¿Recuerdas tu camino a Damasco? ¿Hacia dónde ibas cuando Jesucristo se te manifestó a ti?
El efecto de aquella luz, asustó la cabalgadura o caballo de Saulo, y este cayó a tierra (Hch. 9:4). Esa caída de Saulo lo humilló, lo hizo tocar polvo, y allí oyó una voz que le dijo: «... Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» (Hch. 9:4).
Watchman Nee nos habló de nuestra propia indignidad a la luz de la manifestación de Jesucristo:
Cuando la luz llega, lo primero que hace es matar. No debemos pensar que la luz solo nos da la vista, ya que cuando ella viene, lo primero que hace es quitarnos la vista. La luz sí nos hace ver, pero eso vendrá más adelante. Al principio nos deja ciegos y nos hace caer hacia atrás. Si no nos hace caer por tierra, ni nos humilla, no es luz. Pablo fue rodeado de una luz y cayó a tierra; sus ojos no pudieron ver nada durante tres días (Hch. 9:8-9). Cuando recibimos la luz por primera vez, quedamos confusos, como cuando alguien sale de la oscuridad a una luz intensa y no puede distinguir nada; todo se le confunde. Aquellos que tienen confianza en sí mismos y son autosuficientes necesitan que Dios tenga misericordia de ellos, pues no han visto la luz. Lo único que conocen son doctrinas y teorías. Mas cuando vean la verdadera luz, dirán: «Señor ¿qué sé yo? No sé nada». Cuanto mayor sea la revelación, más ciego queda uno y más severo es el golpe que recibe. La luz derriba a la persona y hace que sea humilde; sólo entonces recibe la vista. Si nunca hemos sufrido un golpe certero ni hemos sido humillados, y si no hemos estado confusos ni sentido que no sabemos nada, nunca nos hemos encontrado con la luz y todavía estamos en tinieblas. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que su luz nos libre de la confianza que tenemos en nosotros mismos y nunca pensemos que nosotros tenemos la razón, que no nos equivocamos y que sabemos mucho. Que podamos decir: «Señor, Tú eres la luz. Ahora sé que lo único que había visto eran cosas y nada más». (Cristo Es La Luz de la Vida, Página 4).
Mientras uno no caiga de su cabalgadura, no podrá tener una revelación de quién es el Señor que está sobre nosotros. Muchos andan montados en el caballo del orgullo; andan montados en el caballo de sus pasiones; andan montados en el caballo de su desenfreno moral; andan montados en el caballo de su ego; andan montados en el caballo de su fanatismo religioso, sea muy legalista o sea muy liberal.
Pero de aquella cabalgadura, Jesucristo los derribará al suelo. Aquel joven fariseo que perseguía a la iglesia de Jesucristo, fue públicamente humillado, cayendo en tierra, para que recordara que él era polvo de la tierra.
La voz. Dos veces aquella extraña y sobrenatural voz, lo llamó por su nombre hebreo «Saulo, Saulo», que es una variante del nombre de Saúl (en hebreo significa ‘pedido’) y fue el primer rey de Israel. Saulo recibió ese nombre en honor al rey Saúl. Saulo de Tarso pertenecía a la pequeña tribu de Benjamín, al igual que Saúl. Benjamín fue el hijo menor de Jacob con la amada Raquel y hermano de padre y madre de José, el soñador.
Cuando en la Biblia se llama a alguien dos o tres veces por su nombre significa que lo que se le va a decir es sumamente importante, tratando de capturar su atención, de desenfocarlo de sí mismo para enfocarlo en Aquel que lo llama.
Leemos de la experiencia del joven Samuel y de cómo Jehová Dios lo llamó por su nombre: «Jehová llamó a Samuel; y él respondió: Heme aquí. Y corriendo luego a Elí, dijo: Heme aquí; ¿para qué me llamaste? Y Elí le dijo: Yo no te he llamado; vuelve y acuéstate. Y él se volvió y se acostó. Y Jehová volvió a llamar otra vez a Samuel. Y levantándose Samuel, vino a Elí y dijo: Heme aquí; ¿para qué me has llamado? Y él dijo: Hijo mío, yo no te he llamado; vuelve y acuéstate. Y Samuel no había conocido aún a Jehová, ni la palabra de Jehová le había sido revelada. Jehová, pues, llamó la tercera vez a Samuel. Y él se levantó y vino a Elí, y dijo: Heme aquí; ¿para qué me has llamado? Entonces entendió Elí que Jehová llamaba al joven. Y dijo Elí a Samuel: Ve y acuéstate; y si te llamare, dirás: Habla, Jehová, porque tu siervo oye. Así se fue Samuel, y se acostó en su lugar. Y vino Jehová y se paró, y llamó como las otras veces: ¡Samuel, Samuel! Entonces Samuel dijo: Habla, porque tu siervo oye» (1 Sam. 3:4-10).
A muchos de ustedes el Espíritu Santo los está llamando ahora mismo. Su voz está despertando su conciencia dormida. ¡Levántate y obedécelo! A la edad de 19 años, escuché la voz de Jesucristo que me llamó tres veces por mi nombre «Kittim... Kittim... Kittim». No dijo nada más, pero eso ha sido suficiente para que yo le esté sirviendo casi cinco décadas ya.
La pregunta a Saulo de Tarso era: «¿Por qué me persigues?». Muchas veces hacemos las cosas y no sabemos por qué. Saulo no tenía razones para perseguir a los creyentes. Al perseguirlos a ellos, él estaba persiguiendo al que murió por ellos. El grave problema de Saulo no era con la Iglesia era con el Señor de la Iglesia. Su problema no era con los cristianos, sino con el Cristo de los cristianos.
El que maldice a un creyente, maldice al Señor de ese creyente. El que critica a un siervo de Dios, critica al Dios de ese siervo. El que se mete con la iglesia, se mete con Aquel que murió por la iglesia. El que roba a la iglesia o a un pastor, le roba a Dios.
3. La conversión de Pablo
«Él, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer» (Hch. 9:6).
El temor. A muchos el Espíritu Santo los tiene que traer a los pies de Jesucristo, temblando y llenos de miedo, de lo contrario nunca se hubieran rendido ante el trono del Calvario. Necesitan haber tenido un accidente, caer presos o estar confinados en un hospital, ser abandonados