Ellos no se avergonzaron de identificarse con la fe de Esteban, aunque eso los fuera a implicar como creyentes de Jesucristo. Nunca nos avergoncemos de dar testimonio de alguien que es un hombre o una mujer de Dios.
La honra. Pero notemos ese duelo expresado por la muerte de Esteban: «... e hicieron gran llanto sobre él». La muerte de alguien a quien se ama o que de alguna manera ha tocado nuestras vidas, produce en nosotros un fuerte dolor. Mientras otros celebraban la muerte de Esteban, un grupo lo lloraba.
A nuestros soldados espirituales caídos en combate contra las huestes del mal, se les tiene que honrar. Cuando están vivos y cuando mueren. El mundo norteamericano celebra el «Memorial Day» o «Día de los Veteranos». Y, pregunto: ¿Recordamos nosotros a nuestros «Veteranos de la Fe»?
Lamentablemente, a los impíos, a los no convertidos, a los hijos de las tinieblas, se les honra muchas veces más que a muchos paladines del evangelio, hombres y mujeres cuyas vidas se han desgastado en el servicio a la humanidad.
Al andar por muchas calles de New York City, veremos murales en algunas bodegas, que son pagados para honrar a vendedores de drogas o jefes de ‘mafias’, por personas que se benefician de sus actos. Pero nunca veremos un mural dedicado a un hombre o a una mujer de Dios. Muchas veces el mundo hace por los suyos, lo que nosotros no hacemos por los nuestros. ¡La verdadera ironía de la vida!
José de Arimatea se comprometió con el funeral de Jesús. «Después de todo esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo a los judíos, rogó a Pilato que le permitiese llevarse el cuerpo de Jesús; y Pilato se lo concedió. Entonces vino, y se llevó el cuerpo de Jesús» (Jn. 19:38, RV1960).
Nicodemo, el fariseo, se comprometió con el funeral de Jesús. «También Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche, vino trayendo un compuesto de mirra y de áloe, como cien libras» (Jn. 19:39, RV1960).
«Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús, y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas, según es costumbre sepultar entre los judíos. Y en el lugar donde había sido crucificado, había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual aún no había sido puesto ninguno. Allí, pues, por causa de la preparación de la pascua de los judíos, y porque aquel sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús» (Jn. 19:40-42, RV1960).
Son muchos los funerales de líderes y creyentes en la obra de Jesucristo a los que he asistido como visitante o predicador, y he visto una notable ausencia de compañeros y de personas que en vida se beneficiaron de los mismos. ¿Por qué se ha perdido esta cultura de duelo funeral? A muchos no les importan los muertos de otros.
Pero peor aún, es cuando a muchos no les importan sus propios familiares fallecidos. Buscan las mil y una excusas para que otros asuman las responsabilidades de dar un funeral y un entierro digno a un ser querido. Y las iglesias muchas veces son blanco de oportunismo para esa clase de individuos. ¡Han gozado de sus seres queridos, los disfrutaron en vida, les han sacado finanzas a sus seres queridos, ahora que mueren los lloran, pero buscan que otros asuman la responsabilidad de los gastos funerarios!
3. El asolamiento de Pablo
«Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba a la cárcel» (Hch. 8:3).
«... En aquel día hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles» (Hch. 8:1).
Aquí se menciona a «Jerusalén... Judea y Samaria...» (Hch. 8:1), tres de los lugares mencionados en la asignación dada por el Señor como sus últimas palabras durante su ascensión: «Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra» (Hch. 1:8). La conjunción ‘y’ indica la proximidad de Judea y Samaria.
La iglesia fue comisionada para llenarse del Espíritu Santo y transformarse en una agencia de testimonio y de proclamación en su área y periferia. Pero la iglesia parece que se estancó, se quedó en Jerusalén. Entonces vino la persecución y se vio forzada a causa de la misma para cumplir con su asignación misionera y evangelizadora.
La iglesia fue esparcida, pero los apóstoles se quedaron en Jerusalén. Leemos: «... y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles» (Hch. 8:1). La Iglesia de Jesucristo somos luz y debemos alumbrar en el mundo de las tinieblas.
Saulo de Tarso fue un asolador, un perseguidor, un inquisidor de la iglesia que estaba en Jerusalén, se metía en las casas para arrestar a los creyentes, arrastrándolos, los metía presos: «Mientras tanto, Saulo seguía maltratando a los miembros de la iglesia. Entraba en las casas, sacaba por la fuerza a hombres y a mujeres, y los encerraba en la cárcel» (Hch. 8:3, TLA).
Saulo de Tarso fue un fanático, un joven sin escrúpulos lleno de ambiciones, que maltrataba a hombres y mujeres. Haciendo daño a otros sentía que agradaba a Dios. Era un abusador «bully» religioso. ¡Un religioso equivocado! Y son muchos los religiosos bien intencionados, que hacen daño a quién no piensa como ellos. No somos amos de la verdad, somos siervos de la verdad.
Pero de ese perseguidor Jesucristo haría un seguidor. El perseguidor sería convertido en perseguido. El enemigo de la cruz sería el amigo de la cruz. Solo el poder de Jesucristo transforma a hombres y mujeres malos y no tan malos, en hombres y mujeres que hermosean la sociedad.
La muerte de Esteban de alguna manera influenció la vida de aquel joven llamado Saulo de Tarso. No solo le pusieron a sus pies las ropas de Esteban, Saulo guardó también las ropas de los que mataban a Esteban. Y eso lo demuestra en su testimonio posterior.
Aquella memoria del cuadro de la muerte de Esteban, siempre colgó en la pared del recuerdo: «Cuando mataron a Esteban, yo estaba allí, y estuve de acuerdo en que lo mataran, porque hablaba acerca de ti. ¡Hasta cuidé la ropa de los que lo mataron!» (Hch. 22:20, TLA).
En la vida de Pablo de Tarso se dejan ver varias vestiduras que señalan un propósito para con su vida:
Las vestiduras usadas por Esteban. «Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo» (Hch. 7:58). Eran las vestiduras del hombre insultado, del siervo maltratado, del creyente abusado, del hombre santo, como lo era Esteban (Hch. 7:58). Aquellas vestiduras puestas a los pies de Saulo de Tarso, le dieron testimonio de una verdadera fe y una verdadera esperanza.
Las vestiduras usadas por los inquisidores de Esteban. «... Y guardaba las ropas de los que lo mataban» (Hch. 22:20). Eran hombres irracionales, arrastrados por sus impulsos emocionales, llenos de celo religioso, pero vacíos de misericordia y gracia. A Saulo le dieron testimonio de falta de amor, de celo religioso equivocado y falta de comprensión hacia el prójimo.
Las vestiduras rasgadas por Pablo de Tarso. «Cuando Bernabé y Pablo se dieron cuenta de lo que pasaba, rompieron su ropa para mostrar su horror por lo que la gente hacía. Luego se pusieron en medio de todos, y gritaron: ‘¡Oigan! ¿Por qué hacen esto? Nosotros no somos dioses, somos simples hombres, como ustedes. Por favor, ya no hagan estas tonterías, sino pídanle perdón a Dios. Él es quien hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos’» (Hch. 14:14-15, TLA).
Bernabé y Pablo rasgaron sus vestiduras como demostración que no eran dioses. Con ese acto rechazaron toda adulación y pleitesía humana. En el drama divino solo Jesucristo es actor principal. Nosotros somos los extras.
Las vestiduras usadas por Pablo de Tarso.