Las ropas. Aquellas «ropas» de Esteban (su manto y su túnica), fueron arrojadas a los pies del joven Saulo por los testigos manipulados en contra de aquel diácono helenizante de la iglesia judeo-cristiana. La mala justicia se disfraza como buena justicia para manifestar sus pretensiones de justicia.
Aquellas «ropas» fueron una señal profética del martirio futuro que luego caería sobre Pablo de Tarso. Este testimonio de las «ropas» de Esteban, Pablo de Tarso nunca lo dio. Pero de seguro, que en alguna conversación privada con el médico Lucas, compartió aquel recuerdo. Y Lucas, años después vio la importancia de registrarlo en su libro de los Hechos.
La palabra griega para joven es «neamías» y puede significar un joven de entre 25 a 40 años de edad. Saulo de Tarso tendría cerca de 30 a 35 años. Probablemente nació en el año 8 de la era cristiana, en el año 2008 la Iglesia Católica Romana celebró el «Año Paulino» de los dos milenios del nacimiento del Apóstol a los Gentiles. Es probable que Lucas utilice dicho término para también dejar ver la falta de madurez y de sabiduría espiritual en Saulo.
Dios habla por señales proféticas. El manto de Elías sobre Eliseo fue una señal profética del llamado a Eliseo:
«Elías se fue de allí y encontró a Eliseo hijo de Safat. Eliseo estaba arando su tierra con doce pares de bueyes. Él iba guiando la última pareja de bueyes. Cuando Eliseo pasó por donde estaba Elías, éste le puso su capa encima a Eliseo, y de esta manera le indicó que él sería profeta en lugar de él» (1 R. 19:19, TLA).
El manto que se le cayó a Elías y lo recogió Eliseo fue otra señal profética de que Eliseo era confirmado como el sucesor de Elías:
«Eliseo, viendo lo que pasaba, se puso a gritar: ‘¡Padre mío, padre mío, carro y fuerza conductora de Israel!’. Pero no volvió a verlo. Entonces agarró su ropa y la rasgó en dos» (2 R. 2:12, NVI).
«Luego recogió el manto que se le había caído a Elías y, regresando a la orilla del Jordán, golpeó el agua con el manto y exclamó: ‘¿Dónde está el Señor, el Dios de Elías?’. En cuanto golpeó el agua, el río se partió en dos, y Eliseo cruzó» (2 R. 2:13-14, NVI).
«Los profetas de Jericó, al verlo, exclamaron: ‘¡El espíritu de Elías se ha posado sobre Eliseo!’. Entonces fueron a su encuentro y se postraron ante él, rostro en tierra» (2 R. 2:15, NVI).
Pero antes de que Saulo de Tarso llegara a entender y a aceptar que era uno de los elegidos por el Señor Jesucristo para continuar la misión evangelizadora de Esteban, pasarían algunos años dando «coces contra el aguijón». Pero ya el Espíritu Santo lo tenía en la mirilla y Jesucristo personalmente tendría que tratar con él.
Por ahí andan muchos huyendo de Jesucristo, actuando como sus enemigos, aplaudiendo las malas acciones del mundo, pero Jesucristo ya los está velando. La red del evangelio se está abriendo para ellos. Tarde o temprano tendrán que venir humillados para ser salvados por el Salvador Jesucristo.
Aquellas eran las «ropas» de la futura elección como apóstol y misionero para un Saulo de Tarso, que vivía su presente, pero ya Jesucristo le tenía marcado su futuro. Eran las ropas del martirio que algún día con honor Saulo de Tarso llevaría como testimonio ante el verdugo romano.
2. La invocación de Esteban
«Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu» (Hch. 7:59).
El nombre Esteban es una traducción al castellano del nombre griego Στέφανος «Stéphanos» y significa «corona». Y encaja proféticamente con su testimonio como mártir. Esteban fue uno de los siete diáconos judeo-helenistas o judíos de habla griega, seleccionados para «servir a las mesas» de los pobres (Hch. 6:5). Se perfiló como profeta predicador carismático.
Esteban expresó el discurso más extenso del libro de los Hechos, pues tiene el solo la misma extensión que los tres discursos de Pablo de Tarso en dicho libro. Ese discurso de Esteban menciona a Abraham, Isaac, Jacob, los doce príncipes de los hebreos, a José y la hambruna de la tierra, la salida del pueblo hebreo de Egipto por intermedio de Moisés y el peregrinaje del desierto. Y eso demuestra cómo el Espíritu Santo lo inspiró para predicar.
Esteban, mientras era martirizado, tomó prestados elementos de la primera palabra y de la última palabra, oraciones que su Salvador Jesucristo expresó al Padre Celestial desde el altar del Calvario.
En la primera palabra Jesús oró. «Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y partiendo sus vestidos, los echaron a suertes» (Lc. 23:34).
El Dr. Martin Luther King, Jr. escribió sobre esa expresión «... perdónalos, porque no saben lo que hacen»:
La historia abunda en testimonios de esta tragedia vergonzosa. Hace siglos, un sabio llamado Sócrates se vio obligado a beber cicuta. Los hombres que exigían su muerte no eran malos, ni tenían sangre de demonios en las venas. Al contrario, eran sinceros y respetables ciudadanos de Grecia. Sostenían que Sócrates era ateo porque su concepto de Dios tenía una profundidad filosófica que iba más allá de los conceptos tradicionales. Sócrates fue inducido a la muerte, no por maldad, sino por ceguera. Saulo no tenía mala intención al perseguir a los cristianos. Era un devoto sincero y consciente de la fe de Israel. Pensaba que iba por el buen camino. Perseguía a los cristianos no por falta de rectitud, sino por falta de luz. Los cristianos que emprendieron las persecuciones infamantes y las inquisiciones vergonzosas no eran hombres malos, sino hombres equivocados. Los eclesiásticos que creían tener la misión divina de oponerse al progreso de la ciencia bajo la forma del sistema planetario de Copérnico o de la teoría de Darwin sobre la evolución no eran malvados, sino que estaban mal informados. Las palabras de Cristo en la cruz expresan una de las tragedias más hondas y trágicas de la historia: «No saben lo que hacen» (La Fuerza de Amar. Publicado por Acción Cultural Cristiana. Madrid, España. Publicado en el año 1999, página 42).
En la séptima palabra Jesús oró. «Jesús gritó con fuerza y dijo: ‘¡Padre, mi vida está en tus manos!’. Después de decir esto, murió» (Lc. 23:46, TLA).
La oración del mártir judeo-helenista fue: «Mientras le tiraban piedras, Esteban oraba así: ‘Señor Jesús, recíbeme en el cielo’. Luego cayó de rodillas y gritó con todas sus fuerzas: ‘Señor, no los castigues por este pecado que cometen conmigo’. Y con estas palabras en sus labios, murió» (Hch. 7:59-60, TLA).
Ambas oraciones del Mesías Jesús, Esteban las hizo propias y personales. Esteban entregó al cuidado eterno del «Señor Jesús» que descendió y ascendió, el cuidado de su alma-espíritu. Esteban es el protomártir de los mártires cristianos, el primero que con su sangre bañaría el campo de la evangelización. Con esa sangre de los mártires se humedecieron los surcos donde era plantada la semilla del evangelio.
El protomártir Esteban fue apedreado a las afueras de lo que hoy se conoce como «La Puerta de los Leones» (por el diseño de cuatro leones sobre el arco superior de la entrada) en el lado este de la muralla. La tradición cristiana ortodoxa la llama «La Puerta de San Esteban». Cuando se entra por la misma se llega al «Estanque de Betesda» y a la Iglesia de Santa Ana en el barrio Cristiano.
En la iconografía católica, anglicana y ortodoxa, se presenta a Esteban con tres piedras, dos piedras sobre sus hombros y una piedra sobre su cabeza y en su mano derecha un libro y en la izquierda la palma del martirio. En la iconografía oriental se presenta con una iglesia o un incensario en su mano. En la Iglesia Ortodoxa con el monasterio en el valle de Cedrón, cerca de la Puerta de San Esteban, se venera el lugar de la lapidación de Esteban.
Otra tradición religiosa ubica la lapidación de Esteban fuera y cerca de la Puerta de Damasco. Allí se conmemora con la Basílica de San Esteban o la Iglesia de San Esteban. Está cerca de la calle Nablus. Bajo la emperatriz Eudocia se construyó un templo para