El silencio, camino a la sabiduría. Rosana Navarro. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Rosana Navarro
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Сделай Сам
Год издания: 0
isbn: 9788418307867
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se refiere: «una plaza fija en la administración pública». Era tal mi ofuscación que no fui capaz de meditar sobre si ese era el trabajo que verdaderamente deseaba antes de embarcarme en la difícil preparación de una competición. Con mucha agitación mi mente hablaba y hablaba sin descanso de mi mala situación económica y personal, y esta hacía tanto ruido que me era imposible escuchar el corazón o lo que la vida verdaderamente me quería comunicar, de haberlo hecho habría podido sentir los mensajes de calor llenos de esperanza, tranquilizándome y mostrándome la ruta a seguir. Ahora comprendo qué significaba aquella vocecilla que apenas podía apreciar, nacida de lo más profundo de mi ser, cuando me susurraba dulcemente, pero con firmeza, que yo no era eso que quería demostrar.

      Unos meses después de haber iniciado la preparación para una futura oposición, me enteré de que en mi ciudad se iban a convocar algunas plazas para la administración en el ayuntamiento. Esto sería perfecto para los niños, pues no tendría que desplazarme a ninguna otra ciudad para trabajar. ¡Sería la oportunidad de mi vida! Pero había un problema, uno de los requisitos para poder acceder a dicho examen era el de estar en posesión del título de bachiller o equivalente, y yo no contaba con ninguno de estos, algo que siempre me había preocupado. Cuando en alguna conversación o situación social surgía el tema de los estudios me sentía mal, básicamente me medía por el nivel social establecido basado en las posesiones, los títulos y la imagen en vez de por los valores profundos de las persona, debido a la falta de confianza en mí misma. Así pues, creí perdida la oportunidad de presentarme a esta oposición, cuando un amigo me animó a preparar las pruebas de acceso a la universidad para mayores de veinticinco años, título equivalente a bachiller, y el cual me permitiría acceder a esta. Al principio lo di por descartado, pues apenas quedaban tres meses para dicho examen y era prácticamente imposible hacerlo en tan poco tiempo, además de que también estaba estudiando para las pruebas de administración, pero después de recapacitar sobre ello pensé que no perdía nada por intentarlo, así que me puse manos a la obra. Fue un poco precipitado y tuve que hacer un pequeño esfuerzo, pero la experiencia resultó positiva y finalmente obtuve mi titulación. De repente tenía lo que siempre había deseado, ahora podría quedar reflejado en mi currículum, aunque la verdad es que nada en mí había cambiado, pues cualquier tipo de inseguridad se encontraba en mi interior independientemente de lo que poseyera. Todavía tardaría un tiempo en comprender que los juicios de los otros eran solo eso, «juicios» que no me definían, tan solo una opinión que nada tenía que ver conmigo. Pero las dudas siempre habían formado parte de mi vida, pensamientos influenciados por los estereotipos de los que estamos rodeados y por una experiencia de vida que sencillamente era la que me había tocado vivir.

      ***

      Provengo de una familia humilde, mi padre era tejedor y mi madre ama de casa, yo soy la mediana de tres hermanos. Vivíamos en un barrio obrero al norte de la ciudad, en un tercer piso de ochenta metros cuadrados muy sencillo situado en un edificio de cinco plantas sin ascensor. Tenía tres habitaciones de las cuales una pertenecía a mis padres, en la segunda dormían mis dos hermanos juntos y en la tercera lo hacía yo; aunque no era demasiado grande tenía su encanto, pues daba a un alegre balcón decorado con geranios y lirios donde pasaríamos mucho tiempo en los meses de más calor. La construcción del barrio había sido realizada hacía pocos años, siendo la mayoría de los habitantes jóvenes matrimonios cuyos hijos inundarían las calles de risas y gritos. En verano jugábamos en la «replaceta» o la «repla», como solíamos llamar a la plaza formada por los edificios que la rodeaban, a saltar con la goma, a la comba, a matar con un balón, al escondite, etc., y generalmente nuestras madres nos llamaban a media tarde para subir a casa a coger la merienda, ¡¡por supuesto, a gritos desde el balcón!!

      El colegio al que fui matriculada cuando tenía cuatro años era público, y estaba situado a dos calles de nuestra casa. No se trataba de un edificio propiamente dicho para tal efecto, sino que las aulas se encontraban repartidas en diferentes pisos deshabitados entre los edificios de la zona, aunque también existía un pequeño barracón prefabricado de color gris destinado al uso exclusivo de algunos cursos. En él se encontraba el despacho del director, un par de aulas y dos diminutos aseos, los cuales desprendían un hedor insoportable. En invierno hacía tanto frío que los niños tenían que estudiar con el abrigo puesto, sin embargo, en verano el calor era tan asfixiante que prácticamente no se podía respirar. Pero no seríamos los únicos que utilizaríamos el barracón, pues de vez en cuando vendrían algunas ratas y ratones interesados también en ilustrarse. Recuerdo que los vecinos, incluido mi padre, luchaban por la construcción de un colegio nuevo en condiciones, llegando a producirse una huelga indefinida por este motivo. Los terrenos pertenecientes a la vecindad, en los cuales estaba situada la barraca gris antes descrita, fueron vendidos a otro colegio privado, despojando a los vecinos de ellos y derivándonos a un suelo de menor valor y más alejado del barrio con la promesa de construir un colegio nuevo. Mientras tanto, fabricarían algunas barracas provisionales para poder seguir impartiendo las clases, hasta la terminación de las obras del nuevo centro escolar, aunque finalmente este solo se construiría para poder abarcar a la mitad de los cursos de primaria, el resto de los niños permanecerían en las barracas «provisionales», las cuales serían utilizadas por más de treinta años. Cada aula estaba formada aproximadamente por cuarenta niños en aquella época, la mayoría de los cuales ni siquiera terminaría primaria, abandonando los estudios a la edad de doce años, unos para empezar a trabajar y otros porque sencillamente dejaban de acudir al colegio. Culturalmente todavía nos faltaba mucho que avanzar en nuestro país.

      A mí personalmente me gustaba estudiar, las matemáticas y el inglés me encantaban, sin embargo, había otras asignaturas que me aburrían bastante como era el caso de ciencias naturales o sociales. Recuerdo que un día, a la edad de once años, le dije a mi padre que quería ampliar mis estudios de la lengua inglesa en una academia, pero él me respondió que mis notas eran buenas y por lo tanto no lo necesitaba. Por aquel entonces, aprender una lengua extranjera no tenía demasiada importancia, y el nivel que se estudiaba en el colegio se limitaba únicamente a aprender algunas palabras sueltas y a pasar un pequeño examen, aunque esto último no ha cambiado demasiado. En el año 1982 acabé primaria obteniendo el título correspondiente y allí se detendrían por el momento mis estudios. Alguna burla de ciertos amigos llamándome «empollona» porque había aprobado, en una edad en la que somos muy vulnerables a las críticas, junto con las circunstancias familiares que me rodeaban, imagino que fueron determinantes para decirle a mi padre que no continuaría estudiando. En casa solo trabajaba él, y con su sueldo se hacía difícil poder mantener a toda la familia, por esta razón, pude presenciar muchas discusiones entre mis padres relacionadas con el dinero que sin duda me afectarían. Por otra parte, las reprimendas que estos hacían a mi hermano mayor, el cual estudiaba secundaria en aquel momento, estaban relacionadas con la economía también, pues le avisaban una y otra vez de que si no se tomaba los estudios en serio iría a trabajar. Por eso, pensé que sería más productivo buscar directamente un empleo para ayudar. Sin duda no estaba capacitada para tomar una decisión de estas características a los trece años, pero los tiempos eran otros y no estudiar no tenía demasiada importancia, sobre todo en las mujeres. A mis padres les pareció perfecto, al contrario que con mis hermanos, puesto que ellos sí fueron directamente al instituto, por lo que mi madre decidió apuntarme a coser y a bordar, y mi padre, si bien era un hombre abierto y adelantado para su tiempo, influenciado por nuestra cultura, lo consideró una buena idea. Esta decisión fue tomada desde la perspectiva que mi madre tenía de su propia vida, pues su deseo habría sido aprender estas mismas manualidades, algo que finalmente no pudo realizar por las circunstancias de vida que tuvo que afrontar, además de por ignorar que solo ella podría dar los pasos adecuados para llegar. De esta forma acabé haciendo realidad su deseo, quedando oculta cualquier señal que pudiera desvelar los míos propios, al ignorar que pudiera tener derecho siquiera a soñar. Pero la única verdad es que mis padres nos educaban lo mejor que sabían, pues ellos también estaban condicionados por su propia historia, una niñez difícil llena de carencias y una vida de adultos que nada tenía que ver con lo que les habría gustado ser.

      El primer año después de haber terminado el colegio, como todavía no tenía edad para trabajar, lo pasé en casa. Por las mañanas, mientras mi madre iba a limpiar algunos domicilios para ayudar económicamente en el hogar, yo debía realizar las labores domésticas que