Al señalar la pertinencia de una sociología de la explotación como contribución específica al estudio de la realidad social latinoamericana, González Casanova funda su propuesta teórica. Bajo las relaciones sociales de explotación y dominio, las categorías básicas provenientes de la sociología del poder cambian su significado. Poder, desigualdad y desarrollo ahora son parte constituyente de un proceso más amplio que las integra y redefine: la sociología de la explotación.
Ni la igualdad ni la libertad ni el progreso son valores que estén más allá de la explotación, sino características o propiedades de ésta. En efecto, junto con la desigualdad, el poder y el desarrollo son parte de la unidad que forma la relación de explotación. En esas condiciones, el análisis de la desigualdad aparece indisolublemente vinculado a la relación social determinada de los explotadores y explotados, a la relación entre los propietarios y los proletarios; y todas las características con que se mide la desigualdad, que caen bajo la categoría primitiva de riqueza, quedan ligadas a la relación capital-dinero, la técnica, la industria, los ingresos, el consumo, los servicios. Del mismo modo están ligadas con la relación de explotación las categorías que quedan bajo la categoría primitiva del poder: los soberanos y súbditos, los gobernantes y gobernados, las élites y las masas, los países independientes y los dependientes. Otro tanto ocurre con las nociones de progreso, de desarrollo. Cualquiera de estas categorías o conceptos se entiende sólo cuando se vincula la relación de explotación; cualquier problema sobre ellos, cualquier pregunta que intente ser respondida en forma concreta y comprehensiva, se tiene que vincular a la relación.[25]
Nunca abandonará esta praxis teórica. A su primera propuesta, realizada en 1968, le han seguido nuevas consideraciones, cuya cúspide se encuentra, momentáneamente, en su conceptualización de 1998. Consciente de los cambios producidos en las últimas dos décadas del siglo XX, asienta su propuesta de explotación global:
En la época clásica la explotación se planteó sobre todo entre los empresarios y los trabajadores. Se planteó como lucha de clase contra clase. En los estudios más profundos o radicales se planteó como insurrección con revolución. Hoy vivimos un mundo en que ha sido mediatizada la lucha de clases, en que se da la explotación sin efectos directos y lineales en la lucha de clases, y en que las insurrecciones no llevan de inmediato a las revoluciones ni éstas parecen viables si no alcanzan a construir sus propias mediaciones pacíficas en la sociedad civil, en el sistema político y en el Estado nación correspondiente; lo cual es aún incierto, aunque por ningún motivo sea imposible y en cualquier proyecto mínimamente humanista sea deseable. Al mismo tiempo se han mediatizado y globalizado los propios sistemas y subsistemas de explotación, generando nuevas categorías en el mundo, en la explotación y en las alternativas al sistema. En tales condiciones nos encontramos en una situación histórica en la que tenemos que precisar cómo se realiza hoy la explotación a partir de la premisa de que no hemos abandonado del todo nuestra condición animal. Además, tenemos que demostrar que la explotación, tal y como hoy se da, no es un hecho más o menos excepcional, sino que se extiende a lo largo del sistema-mundo y afecta profundamente su comportamiento. Y tenemos, en fin, que probar que hay probabilidades de lucha política que nos pueden acercar a la construcción de un mundo sin explotación.[26]
En contrapartida, la sobredimensión de las estructuras sociales de poder y dominio —unida al olvido y menosprecio del estudio de las relaciones sociales de explotación manifestadas por los teóricos “dependentistas” y “desarrollistas”— hizo de la sociología del poder una rama dominante desde la cual resultó imposible visualizar las relaciones sociales de explotación como parte fundamental del orden social existente. Al respecto, en 1974 y durante la celebración del XI Congreso Latinoamericano de Sociología en San José de Costa Rica, Agustín Cueva hizo la crítica más mordaz a este tipo de análisis:
Y es que la teoría de la dependencia ha hecho fortuna con un acervo que parece gozar de la caución de la evidencia, pero que merece ser repensado seriamente. Según dicha teoría, la índole de nuestras formaciones sociales estaría determinada en última instancia por su forma de articulación en el sistema capitalista mundial, cosa cierta en la medida en que se presenta como la simple expresión de otra proposición, ella sí irrefutable: el capitalismo, una vez que ya lo tenemos como dato de base, mal puede ser pensado de otra manera que como economía articulada a escala mundial. Sólo que todo ese razonamiento supone que dicho dato teóricamente irreductible, que no puede ser concebido como producto permanente de una estructura interna que en cada instante lo está produciendo y reproduciendo, sino cuando más puede ser susceptible de una explicación genética (somos países dependientes porque siempre fuimos de una u otra manera dependientes), explicación que por lo demás nos encierra en un círculo vicioso en que ni siquiera hay lugar para un análisis de las posibilidades objetivas de transformación de nuestras sociedades. […] A partir de esta constatación, todo se torna en cambio coherente: el predominio omnímodo de la categoría dependencia sobre la categoría explotación, de la “nación” sobre la clase, y el mismo éxito fulgurante de la teoría de la dependencia en los sectores medios intelectuales.[27]
Si bien la crítica de Agustín Cueva tiene lugar en 1974, sus antecedentes se encuentran en el ensayo de Francisco Weffort de 1972 “Notas sobre la ‘teoría de la dependencia’: teoría de clases o ideología nacional”.[28] En cualquier caso, lo destacable es que dicho debate soslaya la crítica realizada en Sociología de la explotación (1969), que al mostrar cómo las relaciones sociales en México son de explotación, cuestionó los principios sobre los cuales se yergue el régimen presidencialista hegemonizado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI): democracia y sociedad plural. Y al poner en evidencia los límites de un poder político fundado en relaciones sociales de explotación, concreta su propuesta teórica al conceder el carácter de colonialismo interno a las relaciones de explotación que se producen entre la sociedad blanco-mestiza y los pueblos indios de México:
El problema indígena es esencialmente un problema de colonialismo interno. Las comunidades indígenas son nuestras colonias internas. La comunidad indígena es una colonia en el interior de los límites nacionales. La comunidad indígena tiene características de la sociedad colonizada. [Y a continuación sentencia:] Pero este hecho no ha aparecido con suficiente profundidad ante la conciencia nacional. Las resistencias han sido múltiples y son muy poderosas. Acostumbrados a pensar en el colonialismo como un fenómeno internacional, no hemos pensado en nuestro propio colonialismo. Acostumbrados a pensar en México como antigua colonia o como semicolonia de potencias extranjeras, y en los mexicanos en general como colonizados por los extranjeros, nuestra conciencia de ser a la vez colonizadores y colonizados no se ha desarrollado.[29]
En 1965, publicado por Editorial Era —tras ser rechazado por el Fondo de Cultura Económica (FCE)—, ve la luz La democracia en México. Por vez primera en la sociología latinoamericana aparece una obra cuyos fundamentos epistemológicos van unidos, como señalamos en el punto anterior, al uso práctico de las técnicas de investigación social (tanto cualitativas como cuantitativas). En un momento histórico-social latinoamericano donde la izquierda intelectual y el marxismo vulgar tendían a despreciar el uso de dichas técnicas por considerarlas un instrumento en manos