En cualquier forma, la posibilidad de una sociología de la explotación tiene hoy menos posibilidades de ser contemplada con escepticismo por los sociólogos de los países socialistas que por los marxistas vulgares más cuidadosos de mantener las tradicionales técnicas de la escuela y los problemas originales del marxismo. En el terreno opuesto, el de la sociología empírica y neoliberal, las reservas frente a la posibilidad de una sociología de la explotación serían esencialmente contrarias a las anteriores. Si para la mayoría de los marxistas ortodoxos lo que no es científico es la sociología, para la mayoría de los empiristas lo que no es científico es la explotación.[9]
Durante este periodo, González Casanova se erige como un baluarte de las ciencias sociales y del pensamiento crítico en México y América Latina. Es nombrado director de la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales y coordinador del Centro de Estudios del Desarrollo de la UNAM. Al ejercer la dirección, diseña un nuevo plan de estudios y cambia el sistema de becas para sus estudiantes en el extranjero. Logra la profesionalización de la sociología en México. Igualmente fue elegido director del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM y presidente de la Asociación Latinoamericana de Sociología. También ejerció como directivo de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), institución de la que años más tarde sería presidente.
El tercer momento comprende de 1969 a 1989, que fueron años convulsos. En ellos reformula las categorías explotación, democracia, colonialismo interno y desarrollo. De igual forma plantea otras, como hegemonía del pueblo, soldado transnacional, y consolida sus estudios históricos acerca de la dominación imperialista y las luchas por la liberación nacional en América Latina. Surge su crítica a un socialismo burocrático, donde analiza los fracasos de la izquierda latinoamericana y establece una defensa desde los principios del marxismo científico, con lo cual cuestiona el uso de las prácticas autoritarias, que nada tienen que ver con la filosofía original de los valores centrales de la liberación y la doctrina socialista. Esto se expone en La nueva metafísica y el socialismo (1982). En el texto hace un llamado a la izquierda latinoamericana para reflexionar sobre su falta de capacidad crítica y superar las debilidades teóricas. Ofrece alternativas, contraataca y reivindica el socialismo científico para reinterpretar la realidad social. Igualmente rescata la categoría explotación, abandonada y despreciada por una gran parte de la intelectualidad de izquierda.
Este periodo constituyó para nuestro autor una experiencia rica en su quehacer institucional. Asumió la rectoría de la UNAM (1970-1972) y su talante democrático supuso un vuelco en la vida académica de dicha casa de estudios. Durante su administración se convocó por primera vez a toda la comunidad universitaria —estudiantes, profesores y personal administrativo— a discutir y solucionar los problemas: todos serían escuchados y todos tomarían las decisiones. La democracia se generalizó en la UNAM. Los cambios se formularon desde su primer año en la rectoría; se modernizaron las instalaciones, mejoraron los servicios y aumentó la plantilla de docentes e investigadores. Fueron creados el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) y los centros de investigación, aumentó el número de unidades académicas dentro y fuera de la ciudad de México y se planteó el sistema abierto universitario. Sin embargo, en su segundo año como rector, una huelga charra acabó con su administración de forma espuria. Ante la opción de violentar la autonomía universitaria y permitir la entrada de las fuerzas policiales, ofreció su renuncia: otra muestra de su entereza e integridad. Hoy su administración es reconocida como una de las más fructíferas y, luego de ésta, reemprendió su labor académica.
Fue un periodo cruento en la historia de América Latina, desde los golpes de Estado hasta el fin de la Guerra Fría. El triunfo de Salvador Allende y la Unidad Popular (UP) en Chile se vio empañado con el golpe de Estado de 1973 y la emergencia de las dictaduras en el Cono Sur. El triunfo del Frente Sandinista en Nicaragua en 1979 fue seguido por la contrarrevolución, las guerras de baja intensidad en Centroamérica y la caída del Muro de Berlín. El debate teórico, no menos que la llamada “crisis del pensamiento crítico latinoamericano” es parte de la misma dinámica: exilio, desaparecidos, muerte y tortura. También México vivió horas amargas, tal vez sintetizadas en la elección ilegítima de Carlos Salinas de Gortari, en 1988, frente al candidato Cuauhtémoc Cárdenas. Un momento en el que se requería templanza y firmeza. Pablo González Casanova atesora ambas virtudes.
En 1981 publicó sus reflexiones sobre la coyuntura mexicana: El Estado y los partidos políticos en México, donde analiza la evolución de la lucha democrática del país y las transformaciones organizativas de la clase obrera y los sectores populares, con énfasis en la mayor autonomía que presenta la lucha de clases. Su conclusión se expone en La democracia en México, donde apunta al problema nodal: el poder y el Estado. Por esta razón responde que el proceso de democratización del Estado y la sociedad mexicana han de entenderse como un proceso de conquista del poder por parte del pueblo. No se trata sólo de modificar los procesos electorales y las formas de participación del pueblo, sino de que éste realmente tenga el poder; de tal forma que la lucha por la democracia es una lucha por el poder, y en el caso de México, la lucha por el poder democrático tiene lugar en los organismos de masas del Estado, en los partidos de izquierda, en los movimientos de colonos, campesinos, indios, obreros, gremios y vecinos. El argumento se desplaza a su artículo “Pensar la democracia” (1988), escrito para el libro Primer informe sobre la democracia en México, escrito en colaboración con Jorge Cadena. En él subraya que la única manera de discernir si un proyecto es democrático pasa por clarificar el significado que sus defensores atribuyen al concepto democracia y por determinar el proyecto frente al que se oponen, y en el caso de México se traduce en una lucha antagónica, en donde uno es defendido por el pueblo y otro por las élites políticas asociadas al imperialismo internacional. Así, el problema de saber dónde está la diferencia entre quienes dicen luchar por lo mismo, radica en saber, primero, qué propone cada uno como solución concreta, y segundo —más definitivo aún—, quiénes sostienen y defienden los proyectos de una democracia del pueblo mexicano, del pueblo trabajador, y quiénes los de una democracia transnacionalizadora (vergonzante o taimada).[10]
Es la democracia una lucha irrenunciable por los derechos humanos y contra un régimen autoritario. En ese periodo, González Casanova desarrolló la concepción de una democracia global y universal donde los dos problemas radican en la elección del proyecto democrático. Si “pensar la democracia” está directamente vinculado al problema de Mexico, sus consecuencias se extrapolan a todo el continente. O se opta por la falsa democracia transnacional asociada, sin soberanía, o bien se vincula a la lucha de clases por la soberanía y la liberación.
En este periodo, su trabajo intelectual y político fue continuo. El reconocimiento de la sociedad mexicana se produjo en 1984, cuando el gobierno de la república le otorgó el Premio Nacional de Ciencias y Artes en Historia, Ciencias Sociales y Filosofía. Entre las obras de aquellos años se destacan Imperialismo y liberación: una introducción a la historia contemporánea de América latina (1979), El Estado y los partidos políticos en México (1981), La nueva metafísica y el socialismo (1982), La hegemonía del pueblo y la lucha centroamericana (1984), Los militares y la política en América latina (1988).
Los cambios tras la caída del Muro de Berlín afectan a la comunidad científica y ponen en jaque los paradigmas y las formas de interpretar la realidad social. El envite es fuerte. Pablo González Casanova acepta el reto. Esta cuarta etapa de su pensamiento