La evolución de sus conceptos construye una sólida argumentación cuyas bases son inmunes al desánimo y al conformismo teórico. Coherencia, principios éticos, valores democráticos y consecuencia política son los baluartes del pensamiento liberador y anticapitalista de Pablo González Casanova. Patrimonio universal y latinoamericano reflejan un compromiso permanente con la defensa de los valores ético-políticos y la lucha sobre las cuales fundar un proyecto democrático con nuevas formas de pensar y hacer.
CUATRO ETAPAS EN LA FORMACIÓN DE SU PENSAMIENTO
Pablo González Casanova nace en Toluca el 11 de febrero de 1922. Su primera etapa de formación intelectual la podemos acotar entre su pronta licenciatura en derecho, su estancia en El Colegio de México —donde ingresa al Centro de Estudios Históricos, dirigido por Silvio Zavala, y recibe el grado de maestro en ciencias históricas en 1947 con magna cum laude— y su residencia en la Sorbona de París, donde recibió el grado de doctor en sociología con la tesis Introduction à la sociologie de la connaissance de l’Amérique espagnole à travers les donnes de l’historiographie française, con la máxima nota —Très honorable—, en 1950, siendo su asesor de tesis Fernand Braudel. En esta obra podemos encontrar una primera visión de los estudios que hoy permanecen bajo el rubro colonialidad del saber, en el cual se estudian los enfoques y las ideas que las historiografías francesa y europea utilizan para explicar la realidad hispanoamericana de los siglos XVI y XVIII. González Casanova analiza cómo la América hispana ve alterada su percepción en función de las ideologías, las utopías y creencias culturales europeas, con lo cual demuestra que la identidad y la historia de esta región no eran explicadas a partir de su propia realidad, sino que se extrapolaban las ideas de las sociedades francesa y europea. El resultado era una visión errónea, llena de prejuicios y falta de análisis críticos inducidos por los historiógrafos franceses.
En este periodo se implica también en el estudio sistemático del método en la historia, en las técnicas de investigación, en el papel ético y político del científico social y en las formas de interpretación de la historia colonial y la relación entre la sociología y la historia. De esta etapa nacen sus primeros escritos: El misoneísmo y la modernidad cristiana en el siglo XVIII, Una utopía de América, Sátira anónima del siglo XVIII y La literatura perseguida en la crisis de la Colonia. También inicia el estudio de nuevas problemáticas y autores; es el tiempo para la lectura de Hegel y Gramsci, y de este último descubre un “nuevo concepto de democracia”, como dirá en su “autopercepción” expuesta en esta antología. Su objetivo era llegar a Marx sin dogmatismos. Luego, de regreso a México, se convirtió en el primer doctor en ciencias sociales.
La segunda etapa puede ubicarse entre 1950 y 1969. Es momento de la primera Guerra Fría, del triunfo de la Revolución cubana y la matanza de Tlatelolco, en octubre de 1968. En estos años se asienta su compromiso antiimperialista, toma cuerpo su pensamiento y el marco referencial de sus categorías analíticas; además, en cuanto al debate central de la sociología empírica y el uso de métodos estadísticos aplicados a la investigación social, su posición es clara: es necesario aplicar trabajo de campo, encuestas, cuestionarios y entrevistas bajo una perspectiva dónde tamizar el conocimiento proveniente de la escuela empirista norteamericana. No descarta el estructural funcionalismo. Desde sus límites, dirá, es posible recuperar parte de su arsenal metodológico. Asimismo dirá que para explicar el proceso social se debe recurrir igualmente al materialismo histórico, concepción que aporta un conocimiento profundo de la realidad social concreta. En un señero trabajo sobre México, La ideología norteamericana sobre inversiones extranjeras (1955), despliega esta visión de las ciencias sociales, que más adelante se plasma en El don, las inversiones extranjeras y la teoría social (1957) y en Sobre la situación política de México y el desarrollo económico (1958). Su postura se sintetiza en Estudios de técnica social, editado por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en 1958, en donde plantea el problema ideológico del uso de las técnicas y reivindica el conocimiento sociológico como instrumento para transformar el orden social en busca de un mayor desarrollo político, económico y social de las grandes mayorías. El compromiso se ata con la lucha contra la explotación y al servicio de la democracia. Igualmente, reivindica la apropiación del conocimiento y el uso de las técnicas como lucha política entre clases sociales.
En estas condiciones la ciencia social se permea necesariamente de la cultura particular de los pueblos y las culturas nacionales, es reflejo ideológico de las clases y grupos que la constituyen y, sobre todo, sigue dando lugar, necesariamente, a que en nombre de ella un grupo particular o hasta un individuo que ejerza el poder empleen la técnica de la justificación para salvaguardar sus propias ideas y acciones y restar fuerza a las ideas y acciones de los miembros de su propio grupo que no siguen la “línea”, la categoría o la táctica dominantes en él, y a todos los demás hombres y grupos con los que está en lucha velada o franca.[8]
Bajo esta perspectiva publica Las categorías del desarrollo económico y la investigación en ciencias sociales (1967), haciendo una crítica a la manipulación de indicadores del desarrollo económico tanto de marxistas vulgares como de estructural-funcionalistas. Es un llamado al vínculo existente entre las categorías analíticas por las que opta el investigador y su concepción de desarrollo. El científico social debe ser consciente de este hecho, evitar hacer la apología política y mantener el rigor. Para impedir la corrupción de los conceptos, es imprescindible transparentar los significados con los cuales el investigador trabaja para controlar y manejar todo el proceso de investigación. Es la respuesta a la manipulación.
Destacan en este periodo La democracia en México (1965) y Sociología de la explotación (1969), obras que transformaron la sociología latinoamericana y mundial. Algunas de las tesis de La democracia en México ya habían sido planteadas en artículos como “Sociedad plural y desarrollo: el caso de México” (1962), “Sociedad plural, colonialismo interno y desarrollo” (1963) y “México, desarrollo y subdesarrollo” (1963); no obstante, en el libro se aplican todas las técnicas de investigación empíricas: cuantitativas, cualitativas, el marxismo y el estructural-funcionalismo. El resultado no es un sincretismo teórico, sino una explicación causal de las contradicciones que aquejan al sistema político mexicano: se constata la falta de democracia real, de participación y representación del pueblo en la política. El uso con rigor de las técnicas de investigación y su declarada postura crítica para tener un mejor conocimiento de la realidad social (sin descartar el uso del estructural funcionalismo) es de por sí una herejía para el marxismo vulgar y un punto de inflexión en las ciencias sociales; tanto por el método, como por sus conclusiones. Desde la lucha contra el colonialismo interno —retomado en Sociología de la explotación— hasta la necesidad de recuperar los valores revolucionarios para transformar y configurar una verdadera democracia social, política y económica, González Casanova apuesta por un socialismo en México que converja con la tradición humanista e ilustrada del XVIII y la democracia liberal, que se defienda de las opresiones extranjeras imperialistas y fomente una democracia donde todos los ciudadanos (con independencia de su clase, color o etnia) sean partícipes por igual del desarrollo de la nación.
En cuanto a Sociología