En un libro que ha sido muy inspirador para nosotros (Simons y Masschelein, 2014) –y que tomamos como base para el primero de nuestros Elogios (Larrosa, 2018)–, Simons y Masschelein dicen que la escuela:
Es el tiempo y el lugar en el que nos preocupamos e interesamos especialmente en las cosas o, en otras palabras, la escuela focaliza y dirige nuestra atención hacia algo. La escuela (con su profesor, su disciplina escolar y su arquitectura) infunde en la nueva generación la atención hacia el mundo: las cosas empiezan a hablar(nos). La escuela nos hace atentos y permite que las cosas (desvinculadas de sus usos y hechas públicas) se tornen “reales”. En ese sentido, las cosas que componen el mundo no son un recurso, un producto o un objeto de uso en el interior de una cierta economía. Abrir el mundo tiene que ver con el momento mágico en el que algo exterior a nosotros nos hace pensar, nos invita a pensar, nos hace rascarnos la cabeza. En ese momento mágico, algo deja de ser una herramienta o un recurso y se transforma en una cosa “real” y significativa, en una materia o en un asunto que importa. Una demostración matemática, una novela, un virus, un cromosoma, un bloque de madera o un motor: todas esas cosas se vuelven interesantes y significativas (…). La escuela se convierte en el espacio/tiempo del inter-esse, de eso que compartimos entre nosotros: el mundo en sí mismo. En ese momento, los estudiantes se exponen al mundo y son invitados a interesarse por él. Sin mundo no hay interés ni atención. (Simons y Masschelein, 2014: 50-51)24
En ese sentido, la escuela también suspende el hambre y la utilidad separando y monumentalizando las cosas, haciéndolas presentes, pero de una forma particular, de una forma, podríamos decir, escolar: inscribiéndolas en una pizarra, dibujándolas en un muro (o en una lámina colgada de un muro), dándolas a leer y a mirar, confiriéndoles autoridad y presencia, poniéndolas sobre la pared o, por usar una imagen más general, depositándolas encima de la mesa. En la escuela, dicen Simons y Masschelein, “siempre hay algo sobre la mesa”. Aunque habría que precisar que la mesa escolar no es, desde luego, la de los co-mensales, pero tampoco es una mesa de trabajo o una mesa de deliberaciones. Para Arendt, la mesa funciona también como una metáfora de lo que constituye una esfera pública centrada en el mundo. Concretamente:
El término “público” significa el propio mundo, en cuanto es común a todos nosotros y diferenciado de nuestro lugar poseído privadamente en él.
Y eso porque:
Un mundo está entre quienes lo tienen en común, al igual que la mesa está localizada entre los que se sientan alrededor; el mundo, como todo lo que está en medio, une y separa a los hombres al mismo tiempo. (Arendt, 1990c: 230)
La mesa de la escuela, lo he dicho ya, no es de comer, de trabajar o de deliberar, sino una mesa de estudio. La escuela hace mundo y presenta al mundo (constituye maravillas y organiza un espacio y un tiempo para las maravillas) en tanto que convierte cualquier cosa (también las cosas de comer y las cosas de usar) en ese tipo particular de cosas de mirar que son las materias de estudio. Es así como la educación tiene que ver, como decía Arendt, con la transmisión, la comunicación y la renovación del mundo. Otra vez en palabras de Simons y Masschelein:
Educar a un niño no tiene que ver con la socialización. No tiene que ver con asegurar que los niños acepten y adopten los valores de su familia, de su cultura o de la sociedad en que viven. Tampoco tiene que ver con desarrollar los talentos o las capacidades de los niños (…). Educar a un niño tiene que ver con algo fundamentalmente diferente: con abrir el mundo y con traer el mundo a la vida (…). Tiene que ver con hacer del mundo algo que les hable (…). Tiene que ver con dotar de autoridad al mundo (…). Tiene que ver con prestar atención al mundo, respetarlo, encontrarlo, estar presente en él, estudiarlo y descubrirlo.
El mundo como materia de estudio
En un ejercicio que hicimos en Florianópolis (Brasil) preguntamos en varias escuelas por sus salidas escolares, es decir, por la lista de esos espacios de la ciudad que la escuela escolariza cuando los visita. Para nuestra sorpresa, nos dijeron que la primera salida había sido a un centro comercial en el “día de los niños”, ese en el que se les organizan actividades lúdicas y se los carga de propaganda. Desde luego, nuestra objeción no fue a que la escuela visitara un centro comercial sino a que le entregara los niños para que entraran en él desde la perspectiva del hambre y del consumo. La escuela puede visitar cualquier lugar, claro, pero para estudiarlo. Los escolares pueden entrar en un centro comercial, claro, pero no como consumidores sino como estudiantes, no para comer sino para mirar, para dibujar, para escribir, para leer, para fotografiar, para hablar, para pensar. O, dicho de otro modo, para relacionarse con él en tanto que mundo, no al modo de la comida sino de la maravilla. Si no es así, no sólo son los niños los que comen, sino también los que son devorados. La escuela puede escolarizar el centro comercial (puede convertirlo en materia de estudio), pero no puede permitir que sea el centro comercial el que se coma la escuela (el que reciba a los escolares como si fueran niños hambrientos o niños a los que hay que despertar el hambre).
Estudiar la escuela
La primera escena escolar será la que aparece en Elogi de l’escola, una película filmada por los alumnos de la escuela de Bordils, en Cataluña, y realizada por la asociación Abaoqu. La película está en el Dvd incluido en el libro Elogio de la escuela (Larrosa, 2018) y cuenta la manera como la escuela de Bordils celebró su 75 aniversario. Los niños se dedicaron a medir la escuela, a dibujarla, a fotografiarla, a filmarla, a estudiar sus sucesivas reformas y transformaciones, a entrevistar a viejos alumnos y a antiguos profesores para saber de su historia, y también a exteriorizar, escribiéndolas y dibujándolas, sus propias vivencias escolares, sus sentimientos y sus pensamientos en los distintos espacios escolares.
Lo que hicieron no fue otra cosa que una serie de ejercicios de atención y de gramatización en los que la escuela pasó de ser vivida a ser estudiada, en que dejó de ser una cosa de usar y se convirtió en una cosa de mirar y de ad/mirar, en algo interesante por sí mismo. Lo que los profesores hicieron fue ofrecer la escuela como materia de estudio y sugerir, además, los procedimientos y los ejercicios a través de los cuales la escuela podía ser revelada, presentada y representada, traída a la presencia, mirada y ad-mirada, convertida en maravilla. Lo que la película muestra es cómo la escuela, poco a poco, empieza a hablarles a los niños, a decirles cosas. La escuela, al ser estudiada, fue puesta a distancia y fue colocada en medio, no sólo frente a los niños sino entre los niños. Se convirtió así en objeto de juicio, de palabra y de pensamiento. Y se convirtió también en una cosa al mismo tiempo temporal e intemporal.
Una cosa temporal porque fue mostrada en lo que fue y porque fue proyectada en lo que podría ser. Al final de la película, cuando los niños enuncian sus deseos para el futuro de la escuela, hay una niña que dice que cuando la escuela haga 150 años le gustaría que los niños que la habiten encuentren algún rastro de su paso por ella. La escuela se convierte en algo que ya tenía un pasado cuando los niños entraron en ella y en algo que seguirá estando en el tiempo (aunque de otra manera, claro) cuando los niños la abandonen y quizás la olviden. Los niños aprenden ahí que el mundo no ha nacido con ellos y que no terminará cuando ellos mismos desaparezcan (lo que los niños aprendieron ahí fue algo así como la durabilidad del mundo).
Y una cosa intemporal porque, convertida en película (en cosa de mirar), un momento de la escuela misma se separó de la usura del tiempo y se constituyó en un documento, en un monumento o en una materia de estudio que otras personas podrán admirar y sobre la que podrán seguir hablando y pensando. Al hacer la película, la experiencia quedó materializada, gramatizada, colocada en un soporte capaz de atravesar el tiempo y de trascender el espacio. Y la escuela de Bordils se convirtió en una maravilla no sólo para los niños que la hicieron sino también para nosotros que podemos verla una y otra vez y, si es en una sala de clase, hacer que la película nos diga algo, hacerla hablar, para poder hablar con ella o a partir de ella.
Suspender el hambre
Una cosa de comer, una manzana por ejemplo, o un membrillo, se convierte en maravilla pintándola, fotografiándola, filmándola, dedicándole un poema o estudiándola.