En su esencia están dimensiones primordiales del pensamiento sobre el periodismo: la autorregulación, la necesidad de personas expertas en su ejercicio y, como base para ganar credibilidad, la importancia de la diversidad y la pluralidad en los contenidos y la idea de interés público como fundamento en la toma de decisiones.
Ubica a los periodistas en un rol de guardianes de la información y de testigos privilegiados de los acontecimientos, logrando ganar la confianza del público en la medida en que sean capaces de proveer una representación completa y veraz de la realidad a partir de la cual las personas puedan hacerse un juicio personal de los sucesos y tomar decisiones informadas. Por ello, esta tradición considera como obligaciones del reportero la exactitud, la imparcialidad y una adecuada expresión narrativa.
Con esta tradición se instauran los códigos de ética, los consejos de prensa, las comisiones de quejas y la figura del ombudsman, que responden a los procesos permanentes de evaluación del desempeño de los medios en términos de cómo defienden o deberían defender la democracia. También emergen los programas universitarios de enseñanza del periodismo y de la comunicación, los entrenamientos especializados y la creación de asociaciones profesionales.
Impulsa el reconocimiento de la gran diversidad de intereses sociales, culturales y políticos de los integrantes de una comunidad o de un país, con la consecuente necesidad de que estos se vean adecuadamente reflejados en los medios. Lo anterior deriva en asignar a los medios roles como promotores de la justicia social y como desveladores de problemáticas sociales y de abusos de poder. Bajo esta tradición se desarrollan algunas formas de periodismo investigativo. El prestigio de la actividad periodística está asociado a la importancia que le da la comunidad al servicio que esta profesión presta a los fines antes señalados.
Se trata de una tradición que busca encontrar un adecuado balance entre autorregulación y regulación pública, respeto a la identidad nacional y a la diversidad cultural, libertad y control, e intereses individuales y colectivos.
iv. Tradición de la participación ciudadana, 1970-
(Christians et al., 2009, pp. 58-63)
Tiene sus fundamentos en las ideas de los movimientos religiosos y políticos disidentes del siglo XVI, en las luchas por el derecho a la libertad de prensa en el siglo XVIII y en la prensa radical del movimiento laborista en el siglo XIX, pero la versión más contemporánea del concepto de la participación ciudadana está en los procesos de los llamados medios alternativos y en las radios libres de las décadas de 1960 y 1970.
Considera que los medios pertenecen a la gente, están comprometidos con la lucha por los derechos colectivos y tienen un propósito crítico, expresivo y de emancipación. A través de los medios comunitarios y alternativos es posible potenciar la participación de las comunidades locales, las cuales desempeñan un rol fundamental en el cambio social.
El diálogo es pieza central de esta tradición. La esfera pública se entiende como un espacio de hibridación de culturas en el que es posible confrontar las diferencias.
Critica al periodismo por considerarlo una profesión elitista, cercana a los poderes políticos y económicos y por excluir a la gente de la agenda pública. Alerta sobre tendencias peligrosas, como la vinculación de los medios a conglomerados financieros, al considerar que esto afecta la manera de abordar los asuntos públicos.
Considera necesario que los medios promuevan la redemocratización y la redistribución social del poder. En esa medida, los medios ciudadanos participativos se involucran en movimientos de cambio social, con lo que se defiende la idea de un periodismo público comprometido, en contraposición a las visiones más tradicionales que defienden la neutralidad del periodismo. Aunque es una tradición que presenta dificultades para aplicarla a los sistemas mediáticos nacionales o internacionales y a los medios de gran escala, considera que estos deben tener una actitud de compromiso y responsabilidad con sus audiencias, y fomentar la retroalimentación y la interactividad.
El nivel político o de los modelos de democracia
En el segundo nivel se trabajan de manera más precisa los modelos de democracia y las contribuciones de los medios a la marcha de la vida democrática. Cabe reiterar que desde este enfoque no existe una correspondencia uno a uno entre las tradiciones filosóficas normativas señaladas antes y un particular modelo de democracia entre los cuatro planteados por Christians et al. (2009): liberal-pluralista, elitista-administrativa, cívico-deliberativa y popular-directa.
En el caso de las teorías de la democracia, como se planteó antes con las teorías de los medios, hay que tener en cuenta que estas tienen un elemento normativo o prescriptivo y otro empírico o descriptivo. Una dimensión que resulta importante tanto en la teoría como en la práctica democrática es la distinción, por un lado, entre derechos individuales y libertad y, por el otro, entre igualdad y derechos colectivos (Christians et al., 2009, p. 26). Lo que deja ver esta propuesta es que las sociedades establecen sus prácticas democráticas de acuerdo con sus circunstancias históricas y sus culturas políticas y que esto supone unas determinadas demandas normativas para los medios y los periodistas.
A continuación se presentan los principales rasgos de cada uno de los modelos de democracia tal como los configuran Christians et al. (2009), a través de los cuales puede observarse el amplio rango de las sociedades democráticas en el mundo moderno. Sin embargo, estos autores advierten cómo la práctica de la democracia varía considerablemente de un lugar a otro y de una generación a otra, y cómo las crisis de muy diverso tipo —terrorismo, guerras, disturbios populares, inestabilidades financieras— pueden alterar el rol del Estado y redefinir qué es lo que significa vivir en una sociedad democrática (Christians et al., 2009, p. 95)
i. Modelo de democracia liberal-pluralista
(Christians et al., 2009, pp. 96-99)
Llamado liberal-pluralista, este modelo se fundamenta en la proposición de que los individuos, cuando así lo desean, pueden reivindicar más efectivamente sus intereses y preferencias si se conforman como grupos en torno a un esfuerzo conjunto por forjar políticas y programas que beneficien a todos. Como otras formas de democracia, reconoce la soberanía de la gente. El poder es disperso y descentralizado y el mercado se entiende como un motor de bienestar.
El pluralismo depende en parte de un sistema segmentado de medios que responda a los distintos intereses de los grupos, oponiéndose a los monopolios mediáticos. Los medios y el periodismo definen sus roles en la sociedad tal como lo desean. Tienden a promover y facilitar procesos de negociación al proveer plataformas para el análisis y los comentarios especializados; sin embargo, el mercado de los medios puede no servir a las necesidades del pluralismo al no dar acceso a voces competidoras.
ii. Modelo de democracia elitista-administrativa
(Christians et al., 2009, pp. 99-100)
Descansa en la idea de que el ciudadano común carece del interés y de la experiencia para gobernarse a sí mismo, de ahí que represente el triunfo de los líderes sobre los ciudadanos. Enfatiza en la necesidad de instituciones profesionales en la administración pública y en otros cuerpos especializados, con el fin de cuidar el bienestar de la gente.
Define el rol de los medios como guardianes de las instituciones y considera que el periodismo sirve a la democracia administrativa para alertar a la comunidad sobre crisis o emergencias, asuntos de corrupción o de incompetencia de los líderes.
iii. Modelo de democracia cívico-deliberativa
(Christians et al., 2009, pp. 101-103)
Presta especial atención a la solidez de la vida pública y a la responsabilidad que tiene la ciudadanía para lograr dicho fin. Espera de los ciudadanos un involucramiento activo en la construcción democrática.
El periodismo desempeña un