Si bien la legitimidad de los periodistas ha sido ganada por su reclamo de servir al público en la democracia, qué tan bien le sirven es algo que ha sido ambiguamente contestado tanto por los periodistas como por las investigaciones del campo (Skovsgaard Albæk, Bro y De Vreese, 2013, p. 26). Lo anterior tiene que ver con que la función democrática de la prensa depende, a su vez, de la manera como es entendida y llevada a la práctica la democracia. Como se vio antes, la democracia no es unidimensional y presenta diferentes modelos y concepciones, lo que conlleva respuestas variadas sobre cuáles son los roles del periodismo, cómo interactúa en la sociedad y cuál es la información que debe proveer a los ciudadanos. Esto reafirma que las concepciones de democracia están asociadas a distintas expectativas normativas del periodismo y de los periodistas. Cuando se especifica a qué tipo de democracia se está haciendo referencia es cuando resulta posible determinar con mayor claridad las implicaciones normativas que esta tiene para el periodismo y comprender mejor cómo los medios informativos pueden afectarla (Strömbäck, 2005, p. 341).
El inicio del siglo XXI muestra que los estudios sobre la relación entre periodismo y democracia se preocupan cada vez más por entender precisamente los distintos modelos de democracia y, con ello, ganar claridad en las expectativas que las sociedades tienen sobre el desempeño de los medios; algo que empieza a incidir también en el tipo de estándares que se definen para evaluar la labor periodística. Así como Christians et al. (2009) basan su propuesta de análisis en los cuatro modelos de democracia antes presentados —administrativa, pluralista, cívica, directa—, es preciso referirse a una gran variedad de aproximaciones que retoman otros modelos de democracia planteados en las teorías políticas contemporáneas. Entre ellos, la democracia competitiva (Sartori, 1987, Schumpeter, 1975), la democracia participativa (Putman, 2000), la democracia deliberativa (Elster, 1998) o la democracia procedimental (Dahl, 2012), por ejemplo.
En las orientaciones de muchos estudios contemporáneos en el campo del periodismo en esta área se observa un interés por estructurar modelos que permitan operacionalizar el análisis de dichas implicaciones y aplicarlo a investigaciones comparativas con cada modelo de democracia, con diferentes tipos de medios y en distintos países (Strömbäck, 2005, p. 343).
Lo anterior tiene mucho que ver con las transformaciones de los sistemas mediáticos originadas en los procesos de transición de regímenes autoritarios a regímenes democráticos como consecuencia de la caída del Muro de Berlín y del bloque de los países comunistas, pero también con el acceso creciente del público a medios independientes, a sitios en línea y a otras formas de periodismo digital. En este sentido, el caso de Rusia, como el de muchas de las otras sociedades en transición en la última década del siglo XX y en la primera década del siglo XXI, evidencia que el establecimiento de una democracia genuina y duradera es inseparable del establecimiento de una prensa política libre, una esfera pública activa y una sociedad civil pluralista. Las restricciones a los medios, la intimidación y el asesinato de periodistas en la Rusia de Putin es algo que se interpreta como la antítesis de la transición del país hacia la democracia (McNair, 2009, p. 248). A pesar de lo anterior, es preciso anotar que aún en sociedades con ricas tradiciones democráticas la práctica de la democracia puede variar considerablemente de un lugar a otro y de una generación a la siguiente y que crisis de muy diverso tipo, como el terrorismo, los conflictos armados internos, las guerras, los disturbios populares, las inestabilidades financieras o los desastres naturales, pueden alterar el rol del Estado y redefinir qué significa vivir en una sociedad democrática (Christians et al., 2009, p. 95).
La prensa ha demostrado que puede hacer contribuciones importantes al fortalecimiento de Estados eficaces y democráticos, ya que si bien el periodismo como institución cívica por sí sola no puede resolver los problemas arraigados de violencia, seguridad y anarquía, sí contribuye a la construcción del Estado a través del monitoreo de sus acciones, con lo que aporta al elevar la atención de la sociedad sobre los problemas y a que se establezcan mecanismos efectivos de rendición de cuentas (Waisbord, 2007, p. 125).
Conviene tener en cuenta que los estudios sobre los roles potenciales de los nuevos medios digitales —con el aumento de las formas de participación e interacción que conllevan—, en el establecimiento de relaciones entre los ciudadanos y las élites políticas apenas es un campo emergente de investigación. Esto tiene que ver también con el rol de los nuevos medios en una esfera pública globalizada y en un contexto de nuevos conflictos internacionales.
Ahora bien, la complejidad de las relaciones entre medios y democracia comporta tres aspectos que deben ser considerados tanto desde la perspectiva normativa como desde la perspectiva empírica: i) el balance entre libertad e igualdad, ii) la conexión entre comunidad y comunicación y iii) la naturaleza de la opinión pública y el consenso popular (Christians et al., 2009, p. 93).
En relación con lo anterior, Christians et al. (2009, pp. 93-96) enfatizan en las características de las dos principales tradiciones modernas del pensamiento sobre la democracia: el republicanismo cívico, que surge de la revolución francesa y enfatiza en la importancia de los logros comunes y de los valores compartidos, y el liberalismo procedimental, con orígenes angloamericanos, que enfatiza en los intereses de libertad y autonomía de los individuos. En la tradición del republicanismo, a la que están asociados los modelos de democracia deliberativa (cívica y directa), se habla de autodeterminación cívica, es decir, de individuos autónomos políticamente en una comunidad de personas libres e iguales. Además, se buscan mecanismos para identificar y lograr objetivos comunes y valores compartidos para beneficio mutuo. Por su parte, en la tradición del liberalismo procedimental, a la que están asociados los modelos de democracia agregativa (pluralista y administrativa), se habla de red de interacciones de mercado estructuradas entre personas privadas. Es en este marco en el que puede observarse, de acuerdo con estos autores, el amplio rango de las sociedades democráticas en el mundo moderno.
En los modelos de democracia pluralista y administrativa, Christians et al. (2009, p. 97) señalan que la libertad es asignada más que conseguida, que la igualdad se da ante asuntos privados o frente a la garantía del voto y que la opinión pública se caracteriza por ser un agregado de opiniones individuales y de grupos, basada en una composición de intereses privados. Para el caso particular del periodismo observan que en el modelo liberal-pluralista se desarrollan prácticas de periodismo partidista, segmentado, que moviliza a integrantes de determinados grupos y aboga por sus intereses. En el caso del modelo liberal-administrativo, ven más un periodismo que hace cobertura de campañas y de crisis, que actúa ejerciendo control sobre el poder y alertando a los ciudadanos sobre los problemas inherentes al desempeño del poder político. Por su parte, para la tradición del republicanismo en los modelos de democracia cívica y directa, observan que la libertad se define de manera positiva y es afirmada por el Estado a través de sus políticas; la igualdad es una igualdad de condiciones y una cuestión pública de distribución de recursos y la opinión pública está asociada a la deliberación pública, que apela a objetivos comunes e intereses compartidos. En el modelo de republicanismo cívico ven que el periodismo facilita la deliberación, alberga y amplifica el debate y la discusión, mientras que en el modelo de la democracia directa el periodismo promueve el diálogo y sirve como foro para el debate y la discusión.
Así, la tradición liberal conlleva una visión más instrumental de la comunicación, mientras que en la republicanista las personas, además de intercambiar ideas, bienes y servicios, buscan descubrir objetivos comunes y compartir intereses. La libertad de comunicar en la tradición republicanista es
[…] entendida positivamente como una libertad que involucra a otro, una libertad individual definida y defendida con referencia al poder de la comunidad para transformar el propio interés individual en una forma de interés colectivo. Así, la libertad de comunicación no es simple o estrictamente un derecho individual sino más ampliamente un compromiso público por cultivar. (Christians et ál., 2009, p. 108)2
La relevancia