―Dime que me protegerás siempre.
Aldo le besó la cabeza.
―Claro mi amor, por eso estoy aquí, para amarte y protegerte. Ven, vamos a dormir, mira que estoy cansado, ya mañana será otro día.
―Tu hija entra a esta casa a la hora que se le pega la gana y tú no dices nada, se comporta como una exhibicionista ―dijo el viejo Farid acostado en su cama.
―Por Dios, Farid, son apenas las nueve de la noche, además su programa de televisión acaba de terminar, no pretenderás que se teletransporte, ¿verdad?
―Tú como siempre defendiendo a Maité, no entiendo en qué estaba pensando cuando le permití que se metiera a ese canal, canal que nadie ve.
Doña Magali se deshizo la cola que llevaba y se soltó el pelo, mientras se miraba en el espejo.
―Farid, ¿cuándo nos vamos a dormir en paz? Toda la vida peleamos por algo, siempre peleamos.
El viejo Farid se metió entre las sábanas y no contestó. Mientras que doña Magali continuó peinándose, suspiraba por todo el tiempo que estaba perdiendo al lado de aquel hombre amargado.
Maité tomó un sorbo de soda, había ido a cenar con su hermano después del noticiero. La noche era calurosa, y hacia tanto tiempo que no salía a cenar, pero tenía la excusa perfecta para hacerlo.
―Pues cuenta conmigo, Omar, me encanta tu idea, vamos a sorprender a más de uno. En tres días estarás de regreso en la mansión de donde nunca debiste haber salido.
Omar levantó su vaso con soda e hizo una mueca para brindar por su regreso mientras reía con sarcasmo.
El sol apareció por la ventana de los recién casados. Cuando Rania despertó, su marido se acomodaba la corbata frente al espejo.
―¿Qué hora es? ―preguntó ella, levantándose inmediatamente.
―7:40 ―dijo Aldo―, es mejor que te bañes y te arregles, antes de ir a la oficina pienso llevarte con el doctor Ilario, anoche estuviste inquieta, creo que otra vez tuviste pesadillas, no me dejaste dormir.
―¿En serio?, ¿no te dejé dormir? Yo dormí como un tronco.
―Pues a mí no me dejaste dormir, te movías a cada rato e incluso te sentaste en la orilla de la cama varias veces. Así que báñate y arréglate, que te llevaré con el médico.
Gabriel estaba acomodando unas frutas en el mercado central de Costa Asunción, cuando vio parquearse frente a la abarrotería un auto color gris convertible y de inmediato lo reconoció, de él bajó su novia, Maité.
―¿Maité? ¿Qué haces aquí? ―preguntó dejando la caja de tomates en el suelo, vestía humildemente y el hombre millonario que había llegado la otra noche a la casa de la Familia Tafur se había esfumado, llevaba puesto una camiseta color verde, dejaba ver sus brazos musculosos y el sudor que empapaba el pequeño trapo que apenas llevaba encima.
―Vine a ver a mi novio, quiero invitarte a desayunar…
Gabriel se acercó a ella, era evidente que la joven Tafur sabía exactamente quién era el muchacho, sabía perfectamente que todo lo que había dicho la otra noche era una total mentira.
―Maité, no puedo dejar el puesto, estoy sucio, sudado, ¿qué te pasa? ―preguntó enojado el joven.
―No pasa nada, bebé, quería verte, no creo que pase nada si cierras unas dos horas, no creo que te mueras del hambre.
Gabriel se enojó y tomándola del brazo exclamó:
―¡Pues fíjate que sí, si me muero si cierro!, ¿qué no te das cuenta que de esto dependo? Maité, no tengo que recordarte cómo me conociste, ¿verdad? Jamás te engañé.
Entonces un hombre de aproximadamente unos 56 años se acercó a Gabriel y tocándole el hombro dijo:
―Relájate, Gabriel, ve con la joven, yo te cuido el negocio.
Gabriel soltó a Maité y volteó a ver a su compañero.
―Me da tanta pena con usted don Aureliano.
―Si no confías en mí…
Gabriel lo interrumpió diciendo:
―Claro que confío en usted, pero…
El viejo sonrió de nuevo y comentó:
―Hijo, ve con la señorita, un caballero, aunque sea el más pobre del mundo, si es caballero, jamás deja plantada a una dama y menos si es tan distinguida como la señorita.
―Espérame un segundo, voy a lavarme la cara y a ponerme una camisa vieja que tengo aquí en el negocio, ya vuelvo ―suplicó el joven enamorado a su amada Maité.
Maité le guiñó el ojo y solo se recostó en su auto. Mientras el viejo se quitó el sombrero y se lo volvió a poner como un saludo y se retiró de allí diciendo:
―¡Se acabó el show, todos a trabajar! ―Se refería a todos los hombres que se habían congregado allí para admirar la belleza de la joven.
El doctor Ilario se sentó frente a su escritorio y dijo a la joven pareja:
―No me recuerdo que tuviera cita con usted doña Rania.
Aldo tomó la palabra:
―Doctor, mi mujer no tiene cita con usted hasta dentro de unos meses, pero hemos venido porque parece que las pastillas que le ha recetado no han dado el efecto esperado, ha tenido insomnio, pesadillas. Necesitamos que le recete algo más fuerte u otras pastillas.
El doctor miró a Rania con intriga.
―Muy bien, doña Rania, veamos, por favor, acomódese en la camilla.
―Relájese, doña Rania, no pasará nada ―lo dijo porque al recostarse, Rania parecía sentirse inquieta, el corazón le palpitaba más fuerte y un minúsculo sudor apareció en su frente―, tiene demasiado estrés doña Rania, debe de controlar eso. ¿Aparte de no poder dormir y tener pesadillas, ha sentido otra cosa?
―No, la verdad no, doctor, no estoy segura si lo que me ocurrió en realidad han sido pesadillas o fue real, pero me siento mal, a veces me levanto tarde, cansada, cuando yo he sido la primera en levantarme en mi casa ―dijo mirando al techo.
―Bien, veamos― el doctor puso el estetoscopio en sus oídos y amoldando el calibrador de tensión en el brazo de Rania. Guardó silencio, luego puso el estetoscopio en el estómago de su paciente y nuevamente guardó silencio.
―¿Cómo está con su periodo doña Rania?
―Pues soy irregular, doctor, hasta ahora no me he preocupado por eso, ya me bajará.
―Puede levantarse, doña Rania.
―Don Aldo, temo que no podremos seguir recetando a su esposa ningún medicamento, ni más fuerte ni más débil, en realidad lo único que puedo recetarle son vitaminas, vitaminas para que su bebé nazca muy sanito, pues su señora está embarazada.
Gabriel se tomó un sorbo de agua, estaba sentado frente a su novia, en un comedor de Costa Asunción. La forma en que vestía era completamente diferente, ahora si era él, el muchacho pobre de aquel barrio marginado de Costa Asunción que había puesto los ojos en una de las muchachas más ricas de la zona, él mismo había escogido el mediocre comedor, quería hacerle saber con simples gestos a Maité a que se enfrentaría si seguía con la idea de casarse con él.
―¿Por qué tan callado, mi amor? ―preguntó ella, mientras lo miraba a los ojos.
―No me parece bien que seas tú la que siempre me invita, Maité; me obligaste a hacerme pasar por un muchacho rico ante tu familia, ¿qué va