―Su medicina, mi niña ―dijo, parándose a un lado de ella.
―No entiendo por qué mi madre insiste en que siga tomando esto, ya me siento bien Marlen, ¿tú me ves enferma?
Marlen extendió el azafate para entregarle el vaso lleno de agua y la pastilla que llevaba para ella.
―No, mi niña, si se ve más sana que yo, pero pues a mí me toca que cumplir las órdenes de su mamá y ya la conoce como es de estricta.
Rania estiró la mano y tomó el vaso. Puso a su lado el libro y tomó la pastilla, se la puso en la boca y con un sorbo de agua se la tomó.
―¿Tienes novio, Marlen? ―preguntó mirando hacia el mar, su mirada parecía perderse en la inmensidad del agua a la distancia.
―No, no mi niña, por ahora estoy sola.
Repentinamente Rania clavó la mirada en la sirvienta.
―No eres fea, ¿qué solo chicos ciegos hay en Costa Asunción?
Marlen dibujó en su rostro una sonrisa de agradecimiento.
―Gracias, mi niña, dicen que uno solo una vez ama en esta vida. El resto del tiempo, uno vive buscando donde encontrar un poco de ese sentimiento que un día sintió.
Rania se recostó en su silla.
―¿Te has enamorado? ¿Por qué no te sientas conmigo un rato?
Marlen puso el azafate a un lado, en una mesa que estaba cerca y se sentó junto a su patrona, en una silla que también estaba cerca de ella.
―Una vez me enamoré mi niña, y como una idiota. Alejandro, Alejandro se llamaba, lo conocí en el único bazar que está en Costa Asunción, tendría quizá yo 18 años, era un chico lindo, fuerte y varonil, él atendía el bazar; me atendió con tanta atención que inmediatamente sentí atracción por él, y sus ojos me confesaron que yo no le era indiferente. Ocho días después fui a Costa Asunción, llevaba en mi mano una canasta llena de frutas, su mami me había mandado al mercado, iba por el parque cuando de pronto, unas gotas enormes cayeron sobre mí, ni siquiera tuve tiempo de ver al cielo, cuando quedé empapada, empezó a llover mucho. Continué caminando, pues ya no había nada que hacer. De pronto, él, montado en su bicicleta, a mi lado. Me ofreció traerme a la mansión y yo gustosa acepté. Me subí como pude a la bicicleta, en la parte delantera, cuidaba de la canasta mientras él me protegía con sus musculosos brazos, me sentía tan segura y era todo tan romántico…, nos mojamos como pollos, pero hubiera repetido ese momento mil veces más.
Rania suspiró, quizá en su corazón había un charco de envidia por lo que la sirvienta narraba.
―¿Y qué pasó? ¿Él se enamoró de ti también?
―Claro que se enamoró de mí, o al menos eso me hizo creer, no pasó mucho tiempo para que Alejandro se convirtiera en mi sombra, ya sabía yo que al salir al mercado él me esperaría debajo de la vieja palmera que está en la entrada. Se escondía allí para que los patrones no lo vieran, era tan especial, todo iba tan bien, todo era perfecto hasta que un día, martes, bien me recuerdo, era el día de su cumpleaños, me esperó como de costumbre escondido detrás de la palmera, pero el joven alegre, detallista y bromista, no estaba más en él, al contrario, estaba triste, desanimado y en su rostro había dolor. Me asusté al verlo así, me contó que justo esa mañana, el día de su cumpleaños, lo habían despedido del bazar, y no tenía esperanzas de encontrar trabajo en un pueblo tan pequeño como este. Traté de darle ánimo, le dije que no se preocupara, que Dios nos daría una salida. Pasaron los días y Alejandro no encontró trabajo, hasta que un sábado como a las cuatro de la tarde me invitó a salir con él, me dijo que me tenía una noticia. Me preparé y fui a su encuentro. Me llevó a un restaurante a la orilla del mar, por cierto, de ese restaurante ni sus paredes quedan. Allí mirando al mar me contó que ya tenía trabajo, me alegré tanto por él, pero me asustó el tono con el que me lo dijo. Tres días después se embarcaría en un crucero, como mesero, los viajes serían largos, vendría a Costa Asunción una o dos veces al mes. Nunca volvió ni una sola vez, nunca se supo nada de él. ¿Sabe? La primera vez que usted trajo al joven Aldo a la casa me asusté, me saltó el corazón, el joven Aldo se parece tanto a Alejandro…
Rania sonrió intrigada.
―¿En serio? ¿Aldo se parece a tu ex?
Marlen le devolvió la sonrisa y continuó:
―Mucho, nunca supe nada de Alejandro, y pues como jamás conocí a su familia, no sé si está vivo o está muerto, la cosa es que jamás volvió, nunca me escribió, nunca me llamó. Esa es mi vida sentimental, señorita.
Como de costumbre Maité supervisaba personalmente en su oficina las noticias que pasaría en su noticiero. Estaba tan entretenida que no se percató cuando su secretaria entró.
―Seño Maité ―dijo la joven de quizá 18 años.
―Por Dios, Ángela, me asustaste…
―Disculpe, no fue mi intención, sé que odia que la moleste antes de entrar al aire, pero no lo hiciera si no fuera necesario, alguien quiere verla.
―No, ahora no Ángela, después del noticiero quizá reciba a quien me busca, tengo solo media hora para entrar al aire y quiero estar relajada para cuando eso pase ―aseguró penetrándose en la lectura.
―¿Ni siquiera a mí puedes recibirme?
A mil millones de kilómetros hubiera reconocido esa voz, inconfundible…, bajó lentamente la hoja y se tapó la boca escandalizada:
―¡Oh, por Dios!, ¡Omar! ¿Qué no estabas aún en el internado? ―preguntó levantándose abruptamente de su asiento.
―No, llevo un mes que salí…
―Ángela, retírate ―ordenó ella, lanzándose a los brazos de su hermano, mientras la secretaria los dejaba a solas. Después de abrazarse tan fuerte como si hubieran sido viejos amigos, observó Maité:
―No puede ser, pero mira cómo estás de grande y guapo.
―Gracias, hermanita, lo mismo digo. ¿Cómo están todos en casa?
―¿Tú no has ido por la casa?
Omar la miró extrañado por la pregunta que le hacía.
―¿Qué?... Claro que no Maité, ¿por qué me preguntas eso?
―No, olvídalo, es Rania, ha tenido pesadillas, hasta llegamos a creer que eras tú el que la estaba asustando.
―Por Alá que no he ido a la casa. Este mes me lo he pasado en un hotel, quería llegar por sorpresa.
―Y si quieres llegar de esa forma, ¿por qué has venido a buscarme?
Omar se puso detrás de ella, la tomó por los hombros, se los masajeó.
―Porque necesito que tú me ayudes con la sorpresa que les quiero dar a todos.
―¿Me invitas a cenar después del noticiero? Podemos hablar más con calma.
Aldo se quitó su saco y lo puso sobre la cama.
―Amor, seguramente son las pastillas las que ya no te están haciendo efecto, por eso estás oyendo cosas por las noches, mañana mismo vamos a ver al doctor, no sé, quizá te recete algo más fuerte.
Rania, quien ya estaba con ropa de cama, una bata hermosa de color rojo y unas cómodas pantuflas, se acercó a él y rodeó su cintura por la espalda.
―No, creo que no fue una pesadilla, claramente escuché la voz de Omar y luego esa silueta en el pasillo, creo que Omar está detrás de todo esto.
―Rania,