―¿Tan mala compañía eres, cuñadito, que mi hermana me prefirió a mí esta noche? ―preguntó ella burlándose de él descaradamente.
―Deja tus ironías, Maité, por favor, voy a darme un baño y me voy al trabajo.
―¿Quieres compañía? ―propuso ella susurrándole al oído.
―Voy a bañarme… solo ―sentenció Aldo dejándola allí parada junto a la cama mientras Rania permanecía dormida. No pasó mucho tiempo para que la hermana de Maité despertara.
―¿Maité? ¿Qué hago aquí en tu cuarto? ―preguntó extrañada, enderezándose lentamente.
―¿Cómo que qué haces aquí?, esta madrugada viniste llorando que querías quedarte aquí. ¿No lo recuerdas?
―Sí, ya recuerdo, me duele la cabeza. ¿Ya se levantó Aldo?
―Sí, vino a buscarte, pero te encontró dormida, fue a darse un baño. Dime una cosa hermana, ¿no amas a tu marido?
―Claro que lo amo, lo adoro, Aldo es el amor de mi vida, anoche tuve una horrible pesadilla y tenía miedo porque Aldo es de los hombres que cae a la cama y se queda dormido como un tronco, al final siempre me quedaría sola en la cama, aunque él estuviera a mi lado.
―Ve, date un baño con tu marido y luego vamos a desayunar, quiero que vayamos a Santa Rosario a comprar ropa; Gabriel nos ha invitado a una cena hoy.
―Estoy cansada, ¿quiénes vamos a ir a esa cena?
―Todos: papá, mamá, Aldo, tú y yo.
―Está bien, voy a darme un baño y después de desayunar, vamos de compras.
Rania entró al baño y vio la silueta perfecta de su marido, era un hombre atlético y muy guapo, se quitó ella la toalla, a pesar de estar embarazada tenía un cuerpo envidiable.
―Nada como un baño contigo… ―comentó su joven esposo, dándole así la bienvenida a la regadera. Con sus fuertes brazos la jaló y la obligó a recibir los cálidos y diminutos chorros de agua que caían incesantemente sobre su desnudo cuerpo. Se colocó detrás de ella e hizo a un lado su pelo para poder besar su apetitoso cuello, probó su piel con agua, agua que tragaba excitado por la ocasión, deslizó sus manos alrededor de los pechos desnudos de Rania y los acarició con morbo excesivo, mientras ella cerraba los ojos dejándose caer en la trampa morbosa de su marido. Dándose la vuelta se envolvió en los besos mojados de su amante y marido, este la tomó por la cintura y la obligó a que enredara sus piernas alrededor de su cintura atlética, así la hizo suya mientras el agua acariciaba sus cuerpos extasiados por el placer.
Eran quizá las cinco de la tarde cuando todos salieron de la mansión Tafur. Aldo empujaba la silla de ruedas de Sidi Farid. Y este, incrédulo, gruñó:
―No entiendo porque vamos tan temprano a la casa de Gabriel, si nos invitó a una cena supongo que deberíamos llegar más tarde, ¿no?
Maité sonrió, iba caminando al lado de su padre, vestía un hermoso atuendo rojo, elegante y atrevido, escandaloso para el gusto de su religioso padre.
―Sí, papi, pero Gabriel quiere pasar una tarde con nosotros, la cena es solo el pretexto ―explicó la hermosa Maité.
Rania llevaba un hermoso vestido color gris, ajustado al cuerpo, en su muñeca una lujosa pulsera de plata con piedras preciosas, una discreta cartera que hacía verla como una princesa, en su cuello un hermoso collar de piedras blancas; era una mujer en exceso hermosa, mientras que doña Magali lucía un vestido negro con perlas blancas y una cartera plateada muy elegante; por su parte Aldo iba un poco informal, pero sin excederse, el viejo Farid había preferido ir con saco y sin corbata. Subieron al hermoso auto grande que utilizaban para salir toda la familia, y Aldo se encargó de conducirlo. Desde la ventana, Marlen vio cómo se alejaban de la mansión.
Se acercó a los empleados y exclamó entusiasmada:
―¡Perfecto! ¡Ya se fueron, ya saben qué hacer, tenemos tres horas para armar todo!
Los empleados escuchaban atentamente las instrucciones que les daba aquella muchacha que parecía haber olvidado el incidente de su patrona y el esposo de su querida niña Rania.
Era una casa hermosa, al otro lado de Costa Asunción, con jardines grandes y con una fuente justo frente a ella, dos leones custodiaban la entrada. Y fue justo allí donde Maité llevó a todos los integrantes de su familia. Un sirviente elegantemente vestido salió a recibirlos.
―¿La familia Tafur? ―preguntó haciendo una reverencia.
―Sí, la familia Tafur ―confirmó Maité.
El hombre, esbozando una sonrisa, los invitó:
―Por favor, adelante.
Bajaron a don Farid y lo colocaron en su silla de ruedas y procedieron a entrar a la mansión. En la entrada estaba esperándolos Gabriel, vestido de acuerdo a la ocasión.
―Bienvenidos todos ―saludó sonriendo―. Gracias por aceptar mi invitación.
Maité, que era una mujer muy expresiva, se acercó casi corriendo a él y lo abrazó fuertemente, le obsequió un beso en la boca y sonrió a su familia, parecía tan dichosa. Sidi Farid en cambio prefirió echar un vistazo a la lujosa mansión de su futuro yerno, sí, le gustó lo que veía, era lo que siempre había soñado para su amada hija, “el dinero siempre trae consigo la felicidad, aunque los pobres lo nieguen” pensó.
―Gracias por invitarnos ―dijo doña Magali.
―Muy hermosa casa ―comentó Sidi Farid, echando un segundo vistazo relámpago al lugar.
―No se queden allí parados, entren por favor.
Los llevó a una hermosa sala donde los invitó a sentarse, era una verdadera joya arquitectónica aquella inmensa mansión. Maité, por supuesto, se sentó orgullosa al lado de su novio; Gabriel intentó no sentirse incómodo ante la farsa que había montado con su novia, aunque temía hasta por su vida cuando el telón de aquel fraudulento teatro cayera.
―¿Y dónde están sus padres? ―preguntó doña Magali, quien estaba sentada cerca de su marido.
―Mis padres están de luna de miel, en realidad están celebrando 25 años de matrimonio y se fueron de viaje, por eso no están aquí ―respondió el joven farsante mirando a su novia.
Rania permanecía al lado de Aldo mientras este levemente miraba a doña Magali. Gabriel ordenó a uno de los empleados que estaban cerca:
―Tráeles algo de tomar, deben tener sed.
El empleado no dijo ni media palabra y se retiró del lugar para llevarles algo de tomar.
―¿Y para cuando es la boda? ―interrogó Sidi Farid, mientras su esposa lo miraba perpleja.
―En realidad, no tenemos una fecha definida, Sidi.
El empleado llegó con una botella de champaña y unas copas, se puso a repartirlas, pero cuando llegó a Sidi Farid, dijo este:
―Qué pena, no puedo tomar alcohol, pero si me traes una limonada te lo agradeceré.
El sirviente miró a Gabriel, esperando alguna instrucción.
―¿Qué esperas? Tráele lo que pide.
La tarde se esfumó en la casa que Maité había alquilado para hacer pasar a Gabriel como un muchacho rico ante su familia. Cuando el reloj estaba por marcar las siete de la noche y después de entretenidas pláticas entre los allí reunidos, Gabriel se puso de pie y expuso con alegría:
―Bueno, señores, ahora sí viene la cena y una pequeña fiesta.
―¿En serio? Pues yo no veo donde vaya a haber fiesta ―señaló Sidi Farid, pues en la casa parecía tan tranquila y solo ellos estaban allí, no había invitados, y sin invitados no existe fiesta.