Demonios privados. Byron Mural. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Byron Mural
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412049046
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      ―Sí, ojalá podamos casarnos pronto.

      ―Llevas uno de los nombres más bendecidos por Alá, Gabriel es el nombre de uno de los ángeles más cercanos a Dios.

      ―Gracias, señor ―respondió el chico sin saber exactamente por qué el viejo árabe cambiaba de tema tan bruscamente.

      Rania se maquillaba frente al espejo mientras Aldo la esperaba sentado en la orilla de la cama. Ella lo miró por el espejo y preguntó en un tono dulce:

      ―¿Qué piensas, amor? Te veo serio.

      ―No, solo pensaba en la llegada de tu hermano, de lo que me dijiste hace rato, creo que tu padre se va apresurar para entregarle la presidencia a Omar. Él no sabe nada del negocio. Desde mi punto de vista, tu padre debería de dejarlo a mi lado un tiempo para que aprenda el movimiento, tiene que ganar experiencia o la procesadora se irá a la quiebra.

      Rania volteó y fue hasta donde estaba él, se sentó a su lado y recostando su cabeza en su hombro sugirió:

      ―¿Y por qué no le dices eso a papá?, es tu obligación hacerle saber lo que piensas, amor.

      ―Sí, cuando Sidi Farid me llame para decirme oficialmente que tu hermano será el nuevo presidente, se lo haré saber.

      Ella le besó la mejilla, intentando borrar de la cara de su marido la decepción que en ella se dibujaba.

      ―Bueno, bajemos a cenar y disfrutemos esta noche, que los negocios no se inmiscuyan en nuestra vida privada. ―Las palabras de su esposa hicieron recapacitar a Aldo. Tenía que mantener la cordura, aunque se había acostumbrado a las comodidades de mandar, era hora de despertar del sueño y saber que su papel como presidente de la Procesadora estaba llegando a su final.

      Rania y Aldo bajaron por las enormes escaleras que se desplegaban hasta la sala como una inmensa alfombra. Al verlos descender, todos se pusieron de pie y dejaron sus tazas de té en la mesita que estaba en el centro. Entonces Maité tomó la palabra:

      ―Mira, amor, allí viene mi hermana y su esposo, te los voy a presentar.

      Después de que Maité hiciera las presentaciones correspondientes y que todos estuvieran listos, Sidi Farid pidió a todo el mundo que se dirigieran al lugar donde el banquete había sido preparado. Era una mesa exageradamente grande, repleta de diferentes platillos, una mezcla entre comida árabe y típica de la región. Exquisitos manjares que hicieron que Gabriel se escandalizara por dentro, pero mantuvo la calma. La gente rica siempre hace comida para luego tirarla, aunque en las puertas de sus mansiones los mendigos mueran a consecuencia del hambre.

      ―Y resulta que Gabriel es el heredero de los Cruceros “Blue Adventure” ―dijo Sidi Farid a Aldo su yerno.

      ―Tu familia es una de las más adineradas de Costa Asunción ―observó Aldo sorprendido por la noticia, aunque su mirada calculadora había carcomido la de Gabriel.

      ―Pues no nos va mal, no podemos quejarnos ―aseguró Gabriel, tomando un sorbo de café e intentando dar por terminado el incómodo tema.

      ―Aldo es por ahora el Presidente de la Procesadora “Cairo”, pero claro, cuando mi hijo Omar llegue, se encargará él de todo, y será muy pronto… ―indicó Sidi Farid orgulloso de su hijo.

      Gabriel manejó el hermoso auto hasta aquel predio repleto, bajó y canceló el alquiler. Salió nuevamente a la calle y esperó pacientemente a tomar un autobús que lo llevaría derecho a su casa. La joven millonaria quería que su novio impresionara a sus padres, y no le importaba pagar por eso.

      Aldo se quitó los zapatos y se sentó en la orilla de la cama después de la cena. Estaba completamente incómodo, pues Sidi Farid no perdía la oportunidad de hacerle saber que era menos importante que Omar, incluso había hecho un anuncio oficial del cambio de mando en la procesadora justo en la cena, antes de sentarse a hablar del asunto con él.

      ―A tu padre le urge sacarme de la presidencia y sentar a Omar en ella.

      Rania, quien estaba en el baño privado de su cuarto, abrió la puerta para hablarle.

      ―No es eso, amor, lo que pasa es que mi padre es el típico musulmán que está orgulloso de su hijo y quiere que este guíe a la familia, es todo. Mi padre te aprecia mucho y está muy agradecido con lo que has hecho por la familia, mi vida.

      Aldo se quitó el pantalón y luego la camisa y buscó su ropa de dormir. Después de vestirse apropiadamente para descansar, se metió en la cama.

      ―Pues sí, pueda ser que tengas razón, amor, pero de todas formas no debería ser tan obvio. Pero, en fin, al final también tendré menos responsabilidad.

      ―Mi vida, ¿no crees que fue un hermoso gesto que mi padre te nombrara presidente de la Procesadora cuando apenas eras mi novio?

      ―Sí, en eso tienes razón, debo ser un poco más maduro y tomar mi puesto, yo solo soy tu marido y Omar es su hijo.

      Sidi Farid, quien ya estaba acostado, vio a su esposa doña Magali peinándose frente al espejo en su cuarto.

      ―Si Maité logra casarse con ese muchacho, nuestra fortuna crecerá, parece que Alá nos bendice más de lo que merecemos. Solo falta que Omar encuentre una chica rica y no tendremos que preocuparnos más, ¿no crees, mujer?

      ―Farid, por Dios, ¿tú no piensas más que en el dinero?, yo solo quiero que mis hijos sean felices, en todo caso, ricos ya son.

      ―Oro llama a oro, mujer, oro llama a oro y Alá es muy justo dando abundancia a sus fieles.

      Ella se acercó y se sentó en la cama. Se sentía agotada por el día que había tenido. Aunque las cocineras eran muy eficientes, ella se había encargado personalmente de que la fiesta sobria que habían tenido fuera un éxito. Todo el mundo en la mansión sabía que la señora de la casa supervisaba cada movimiento en ese tipo de eventos.

      ―Lo único que deseo es que mis tres hijos sean felices, es todo. ―Eran palabras sinceras las que salían de la boca de doña Magali.

      ―Métete en la cama mejor, mujer, y seamos felices tú y yo por esta noche.

      ―Por Dios, Farid, no empieces con eso otra vez, ¿sabes desde cuando tú y yo no estamos juntos?

      El viejo Farid bajó la mirada.

      ―Desde mi accidente.

      Ella lo miró con rabia.

      ―¡Exacto! ¡Exacto! ¿Y sabes por qué no funcionas? Por inseguro, Farid, porque todo lo tienes en la cabeza, tienes dañadas las piernas, ¡las piernas! Es más, este tema es muy bochornoso para mí, así que mejor duérmete y no empieces a calentarme porque luego, pues… luego ni respondes. Feliz noche, Farid.

      Fue un golpe directo a su hombría, pero el viejo árabe sabía que en las palabras enfadadas de su esposa había un poco de verdad. Quizá el problema era mental. Se acomodó e intentó dormir, solo lo intentó.

      La noche era muy oscura. Las luces de la inmensa mansión permanecían apagadas y los guardias dormían, todo era quietud. Quizá eran las dos y media de la mañana cuando Rania escuchó la voz de su hermano, como si la llamara, era un susurro casi al oído: “Rania”, decía en un tono casi de canto. Esta se enderezó y, por debajo de la puerta, vio la sombra de unos pies. Era claramente un hombre, o al menos eso le parecía.

      ―Amor, despierta, alguien se metió a la casa ―musitó asustada.

      ―Rania, por favor, duérmete, la casa está infestada de guardias, nadie puede entrar. Duérmete ya ―dijo su marido jalando la sábana y echándosela encima.

      ―Hay un hombre allí ―insistió ella más asustada aún, pero Aldo empezó a roncar. Rania se atrevió a levantarse, con mucho cuidado se puso sus sandalias y tomando su bata se la colocó y caminó hacia la puerta lentamente, pero notó que la sombra se alejaba. Dio