Doña Magali entró al cuarto de Maité, llevaba en sus manos una bandeja con una taza de té.
―Matilda me dijo que necesitabas un té, te lo traje personalmente ―dijo cerrando la puerta tras de ella.
―Deja eso allí, mamá, abrázame, necesito un abrazo tuyo.
Doña Magali dejó la bandeja en la mesa de noche que tenía cerca de la cama y se acostó al lado de Rania.
―¿Qué te pasa mi vida? ¿Por qué te pones así?
―No estoy preparada para ser mamá, no sé cómo serlo.
―Nadie nace lista para ser mamá, mi amor, eso se aprende en el camino y ¿sabes qué?, el instinto hace todo el trabajo, ya lo verás, es lo que de menos debes preocuparte.
Marlen entró a la mansión, venía de la lavandería y tenía los ojos como si hubiera llorado sin parar, entró secándoselos, sabía positivamente que estaba en grandes problemas. A lo largo de los años se había dado cuenta que su patrona era una mujer de carácter, no vacilaría en hacerla a un lado si le estorbaba, era evidente que la había dejado en su puesto de trabajo para poderla controlar. Fue Sidi Farid quien la vio y la detuvo. Intentó actuar como si nada sucedía, hubiera querido borrar por completo su semblante de aflicción, pensó que sus ojos estarían irritados por el llanto y en efecto así era, el viejo Farid se habría dado cuenta de inmediato, pero quiso mantener la calma.
―¿Y a ti que te pasa, mujer? ¿Por qué has estado llorando?
―No, Sidi, más bien, sí Sidi, problemas de mujer. ¿Puedo seguir?
―Claro, sigue con tus quehaceres.
“Problemas de mujer, sí, cómo no” ―murmuró acariciando su barba, intrigado. Los años lo habían coronado de experiencia, no solo en los negocios si no en el arte de intentar entender a las mujeres, pero tenía tantas cosas en que pensar, tantos problemas que solucionar que no tardó en desaparecer la intriga que la joven sirvienta había provocado en él.
La noche llegó de nuevo, más oscura que de costumbre, la luna había sido resguardada por espesas nubes y el frío era insoportable; eran las tres de la mañana cuando Rania sintió una mano en su hombro. Era un hombre vestido completamente de negro. Ella intentó gritar, pero no lo logró, no podía hacerlo, miraba a su lado a Aldo, profundamente dormido, pero no podía moverse. El hombre llevaba una gran capa negra con un gorro que cubría su cabeza. De pronto un niño de unos dos añitos salió del baño, estaba semidesnudo, parecía envuelto en pena, su rostro lleno de lodo y su diminuta ropa interior harapienta, de él emanaba un olor horrible, sus pies descalzos y maltratados, provocando en Rania una pena terrible. El infante clavó su mirada en la joven angustiada.
―Mami. ―Su tono triste hizo pensar inmediatamente a Rania que el niño pedía auxilio, era él, era su hijo.
El hombre le quitó la mano del hombro y le permitió a Rania que se acercara al pequeño, los labios de Rania parecían cosidos con un hilo invisible, le fue imposible pronunciar palabra alguna, pero tenía terror de que el hombre de negro le hiciera daño; el hombre sacó de su capa negra un cuchillo grande, y lo acercaba al cuello del niño.
―Mami ―dijo el niño llorando del miedo, mientras Rania no podía moverse; frente al niño nuevamente se encontraba paralizada y en un instante el hombre lo degolló frente a ella… el enorme grito de horror que Rania pegó no solo la despertó a ella de la terrible pesadilla sino también a su esposo.
―Mi amor, por Dios, ¿qué te pasa?
―Una pesadilla ―exclamó fatigada, con su mano secó el sudor frío que tenía en todo el rostro, su corazón palpitaba a prisa y su cuerpo estaba completamente invadido por la adrenalina y la desesperación.
―Por un poco y me da un infarto del susto, estaba completamente dormido ―argumentó su marido encendiendo la luz, iluminando de una sola pieza la habitación.
―Una horrible pesadilla ―explicó la chica intentando calmarse y procurando calmar su agitado corazón.
―Ya, ya pasó, voy a ir a la cocina por un poco de agua para ti ―dijo, poniéndose de pie y cubriéndose con una bata. Rania se volvió a acostar.
Aldo bajó por las escaleras hasta la sala y cruzó a la derecha en dirección a la cocina, al entrar en la estancia se percató que la luz estaba encendida, y vio allí sentada frente a la mesa a doña Magali.
―¿Qué hace a estas horas aquí?
―No puedo dormir, no después de enterarme que vas hacerme abuela.
Aldo caminó lentamente y jaló una silla, se sentó frente a su suegra, no entendía como la vida lo había enredado de tal manera, pero ahora tenía que asumir su papel como esposo de Rania, los días de pasión al lado de la señora Tafur habían quedado en el pasado, más valía que así fuera.
―Magali, si me casé con su hija, usted sabe positivamente por qué lo hice, no puede reprocharme nada, cuando yo la conocí a usted, usted ya estaba casada, y bien casada con don Farid, era obvio que no tenía cómo acercarme a usted, hasta que vi a su hija, sabía que era la forma de hacerlo.
―¿A qué estás jugando, Aldo?
Aldo se puso nervioso, se levantó y fue hasta el refrigerador, tomó una jarra de agua, llenó un vaso para su esposa y agregó:
―¿A qué juego? Por Dios, Magali, sabe positivamente que me encantan las mujeres mayores que yo, usted me gusta, pero es obvio que vivimos bajo el mismo techo y tenemos que controlarnos. Además, son las tres de la mañana, no es ni la hora ni el lugar adecuado para hablar de esto. La espero mañana en mi oficina, llegue a las diez, a esa hora todos van a su refacción, podremos hablar tranquilos ―y diciendo eso salió de la cocina dejando a doña Magali sola allí en medio de la nada. Envuelta en una nube de confusiones.
Aldo subió rápidamente las escaleras y entró a su cuarto, pero no encontró a Rania allí, la esperaba ver acostada, aguardándolo, pero no fue así.
―¿Rania? ―preguntó mirando a su alrededor. Puso el vaso de agua en la mesita de noche y fue al baño. Allí estaba enconchada dentro de la tina.
―Amor, ya pasó, vamos a la cama ―dijo él tomándola del brazo.
―Fue horrible. No puedo dejar de pensar en ese sueño ―musitó llorando.
―Fue un sueño, solo un sueño mi vida ―indicó él, ayudándola a salir de la tina.
―Vamos, tómate un poco de agua y volvamos a la cama.
El cálido beso que Aldo le dio en la boca le recordó a Rania que ya no estaba sola, que tenía la obligación de ser fuerte, más fuerte que sus temores.
―No quiero dormir, no quiero volver a soñar eso.
―Nadie puede reanudar un sueño, mi vida, vamos, fue una pesadilla, ya amanecerá.
Se acercaron a la cama y Rania tomó un sorbo de agua, y casi obligada por Aldo, se acostó a su lado, este la abrazó fuertemente mientras ella se sentía confundida.
La alarma despertó a Aldo a la mañana siguiente, quiso abrazar a su esposa, pero no estaba allí, se levantó asustado y poniéndose la bata salió de su cuarto corriendo.
―¿Rania? ―preguntaba por el pasillo.
Maité al oírlo salió de su cuarto, aún la joven llevaba su ropa de dormir, Rania siempre terminaba asustando a todo mundo y eso hizo que ella se alarmara.
―¿Qué pasa, cuñado?
―¿Has