―¿Qué? ¿De qué estás hablando muchacho? ―preguntó la Señora Tafur.
Maité, quien había fraguado el plan, se levantó y sonriendo explicó:
―Vamos a la casa, es una pequeña sorpresa que les tenemos preparada a todos.
Fue Sidi Farid el que entró a su mansión empujado por Maité, y detrás todos los demás incluyendo a Gabriel; el viejo árabe se quedó sorprendido al ver su casa adornada al estilo árabe, con bailarinas y con música de su tierra natal. Había alrededor de 100 invitados llegados del centro de la ciudad. La música árabe le hizo volver al viejo Cairo, su barrio lleno de especias y aromas. La bella infancia y la hermosa juventud parecían volver a su mente como una vieja proyección en la pared. Nadie jamás puede olvidar los momentos más hermosos que de niño se viven.
―Por Alá, jamás pensé que fueran a sorprenderme así ―exclamó soltando una carcajada.
Las bailarinas danzaban frente a él mientras doña Magali sonreía al verlo feliz. Maité cerró la puerta detrás de todos los que venían de la supuesta casa de Gabriel. Luego ella misma se puso en el centro de la sala y exclamó:
―¡Alto a la música! ―Los músicos marroquíes se callaron y las bailarinas dejaron de danzar―. Esta fiesta árabe tiene su significado y es que a esta fiesta ha venido alguien muy especial ―dijo sonriendo―, por favor pido un aplauso porque hoy regresa a su casa ¡Omar!
Cuando dijo esto, apareció Omar en la escalera que daba de las habitaciones a la sala, traía consigo un traje árabe, mientras a sus padres se les llenaban los ojos de lágrimas.
―¡Qué pasa! ¡Esto es una fiesta! ¡Música! ¡Música! ―dijo él bajando lentamente las escaleras. Doña Magali corrió a los brazos de su hijo. Lo abrazó y lo besó mil veces.
―Mi amor, ¡qué sorpresa!
―Volví, mamá. Qué bella te ves ―exclamó abrazándola, sabiendo que no existe lugar más seguro que los brazos de una madre, que no existe lugar donde reine la paz más limpia que el regazo de la mujer que nos dio la vida.
―Salam, padre ―saludó caminando lentamente hacia su orgulloso papá.
―Salam, Omar, que Alá multiplique días como este, días de felicidad por tu regreso ―diciendo esto puso su mano sobre su cabeza y luego le dio un abrazo fraternal.
Omar miró a Maité y le guiñó el ojo, la sorpresa había salido tal cual la habían planeado.
Luego su mirada se detuvo en Rania y caminó lentamente a donde estaba ella. La sonrisa del hijo menor de los Tafur se había esfumado, el corazón de Rania empezó a acelerarse, su peor pesadilla se hacía realidad, su hermano estaba en casa, quizá listo para su venganza…
―Que… ¿no le darás un abrazo a tu hermano? ―preguntó mientras una sonrisa aparecía como un relámpago en el rostro del muchacho.
A pesar de su sonrisa, no logró calmar los nervios ni la ansiedad de su hermana, los dos se abrazaron fuertemente. Omar quería dejarle claro a Rania que las viejas rencillas habían terminado.
―Qué bueno que ya volviste.
Fueron las palabras frías de Rania, cosa que extrañó a Omar, pero no era el momento para preguntar qué sucedía.
―Todo va a cambiar en esta casa con mi llegada Rania, ya lo verás.
Con todo su corazón Rania deseó que fuera para bien, los viejos demonios semejaban aparecer nuevamente en su vida con la repentina venida del consentido de la casa. La mirada de Omar se posó sobre su cuñado Aldo.
―Cuñado, ¿no hay un abrazo para mí?
Amablemente Aldo extendió su mano para saludarlo y después ambos se unieron en un abrazo.
―Bienvenido a tu casa, cuñado, no esperábamos tu llegada tan pronto.
―Planeamos la sorpresa con Maité. Volví y esta vez será para quedarme.
―Tú debes ser…
―Gabriel, novio de Maité.
Omar estrechó la mano del joven, era todo tan distinto a aquella mañana de enero cuando había dejado la mansión para internarse en aquel aburrido instituto al otro lado de la ciudad. Su hermana ya tenía novio y recordar que la pequeña Maité se había quedado ahogada en llanto porque su hermano menor ya no jugaría con ella en los extensos jardines de su casa. Así es la vida de fugaz.
―Mira, nada más parece que todo mundo está en pareja menos yo, ¿eh? Espero que salgamos una noche de estas a buscar una mujer para mí.
A Gabriel le pareció agradable la presencia del hermano de la mujer que tanto amaba, era fresco y parecía tener un sentido del humor muy marcado, era agradable, quizá podrían llegar a ser amigos.
―Claro que sí. No puedes quedarte solo ―aseguró Gabriel sintiéndose extrañamente más cómodo con la llegada de su futuro cuñado.
La casa se llenó de música, de olor a comida, se llenó de vida, la cena fue una delicia, nadie se quedó con hambre, incluso todos los invitados calificaron de hermosa la fiesta que los millonarios árabes habían preparado. Fue una de las noches más felices para el viejo Farid, su amado hijo volvía y esta vez para quedarse.
―Te cuento que mañana mismo me incorporo a la Procesadora, quiero que me enseñes el eje y maneje de la Fábrica, cuñado.
Las palabras de Omar hicieron recordar a Aldo que la hora cero había llegado, era el momento de instruirlo para pasarle el mando de la Procesadora, pero era lógico, ese puesto no sería para siempre suyo.
―Por supuesto, ya tu padre me pidió que te enseñara y con gusto te muestro todo lo relacionado con la procesadora.
Omar sentía la lejanía de su hermana, aunque ella estaba justo frente a él en la mesa, su conducta le daba la idea de que no era bien recibido, por lo que intentó romper un poco el hielo con ella.
―¿Qué tal Egipto, Rania? ¿Te gustó la tierra de mi padre?
―Muy hermosa, me encantó El Cairo, nos lo pasamos bien, ¿verdad mi vida? ―preguntó intentando hacer partícipe a Aldo de la conversación.
―Por supuesto, mejor no pudo estar, conocimos las pirámides de Egipto, el Mar Mediterráneo es una belleza.
―Tú pronto visitaras Egipto, ¿no, Maité? Supongo que será la misma travesía que harás con tu prometido en la luna de miel, ¿no?
La pregunta de Omar hizo que Maité soñara conocer la tierra de sus antepasados, aunque en honor a la verdad hubiera dado su vida por conocerla con Aldo, pero este se le había adelantado con Rania, quizá jamás le perdonaría lo que su cuñado le había hecho, pero en un santiamén despertó del trance e intentó seguir la conversación en la mesa.
―Pues, claro que sí, nos casaremos, esperamos tener unas lindas vacaciones como las de mi cuñado y mi hermanita.
―Aún estoy esperando ver las fotos que tomaron ―argumentó Sidi Farid―, ni siquiera hemos tenido tiempo de verlas, mi hija ha de verse hermosa con velo.
―Hermosa, muy hermosa, ¿qué les parece si después de la cena vemos todas las fotografías que nos hicimos mi esposa y yo en nuestra luna de miel? ―propuso Aldo entusiasmado.
Omar estaba entusiasmado con la idea de volver a la mansión que lo había visto nacer, entró en su habitación, y luego de echar un ligero vistazo, se sentó en la orilla de la cama, había sido un día agotador. No quiso levantarse cuando escuchó que alguien tocaba a su puerta, así que autorizó a que entrara fuera quien fuera; su madre entró lentamente, y al verlo como si fuera un niño bueno sentado en su cama, se acercó y se acomodó a su lado.
―Está como la dejaste ―dijo refiriéndose a su recámara.