El gorrión en el nido. José Antonio Otegui. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Antonio Otegui
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418090738
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el niño lo tenía difícil para ver a las hermanas y el otro sin Gotzi lo tenía difícil para salir de paseo todas las tardes, así que desde el principio hicieron muy buena amistad.

      Gorri, desde su puesto de observación, estaba atento al devenir de los acontecimientos y enseguida fue consciente del torbellino de emociones que se gestaba en aquellos encuentros y de cómo las hermanas solo estaban felices cuando se encontraban con Gotzi y de cómo la infelicidad las invadía si faltaba este. Exactamente igual que le pasaba a él con su adicción al chupete. Así que, a pesar de su poco desarrollado cerebro, enseguida comprendió que solo había un chupete para sus dos tías y que, al igual que él no quería compartir el suyo, tampoco las hermanas lo querían compartir. Querían su chupete solo para una, tanto la una como la otra. «Terrible dilema», pensaba Gorri. Así que cuando las encontraba llorando, entendiendo su sufrimiento, les ofrecía su chupete alargando la mano por si con esto podía calmarlas, gesto que ellas agradecían, pero rechazaban con una sonrisa.

      Finalmente, fue Edurne quien tomó la iniciativa de poner las cosas claras y jugárselo todo en un solo movimiento. Cansada de tanta incertidumbre y de que Gotzi no mostrase una dirección concreta en sus sentimientos, decidió liberarse de aquella situación de desazón que le ocasionaba el juego al que tan a gusto jugaba Gotzi y prefirió perder la batalla a estar siempre batallando, aunque esto le supusiese acabar malherida para el resto de su vida, así que, siendo consciente de que rompía todas las normas que decían que la mujer solo podía seducir y el hombre decidir y declararse, tomó la iniciativa de hacerle partícipe de su amor a Gotzi y, para ello, se fue a la despensa donde su madre guardaba todos los tarros de pócimas y cogió el frasco que ponía: «Tinta invisible». Con una pluma de gallina a la que había cortado la punta sesgadamente, escribió con aquella tinta que parecía agua y que solo podía leerse mientras permanecía húmeda sobre un papel, confesándole a Gotzi su amor claro y sincero y proponiéndole ser novios formales, pero le exigía cortar su coqueteo con Cari y con cualquier otra, de no ser así ella desaparecería de su vida para siempre, por mucho que le doliese, y nunca más volvería a intentar estar con él. La carta invisible terminaba diciendo que, si en la misa de diez del domingo llevaba el traje de mil rayas, entendía que estaba de acuerdo en ser su novio, pero que si llevaba cualquier otra prenda de vestir entendía que no quería saber nada de ella.

      La carta se la entregó Edurne a Gotzi el último día de turno de aquella semana.

      —Mira, Gotzi —le dijo Edurne en tono serio—. Esta es una carta invisible para que nadie sepa lo que pone en ella. Es algo secreto entre tú y yo, y de conocerse su contenido mi reputación quedaría manchada para siempre. Tienes que humedecer un paño con zumo de limón extendiendo la humedad del limón sobre el texto con el paño y así podrás leer su contenido mientras se mantenga la humedad. Una vez secado, volverá a desaparecer el texto. Te ruego que, una vez leída, te deshagas de ella.

      —Vaya, ahora andamos con acertijos —le contestó Gotzi—. Lo que sea que ponga me lo puedes decir de viva voz y así no hay riesgo de que nadie se entere.

      —Es que me da mucha vergüenza decírtelo a la cara —le contestó Edurne bajando la mirada.

      —Podemos ir directamente a lo oscuro que nadie se va a ente... —dijo Gotzi malinterpretando la intención de Edurne.

      Gotzi no pudo terminar la frase al quedarse la palma de la mano de Edurne marcada en su mejilla.

      Llegado el domingo y llegada la misa de diez, los nervios de Edurne estaban de punta, y mientras esperaba en el pórtico para entrar apareció Gotzi con un traje negro sin rayas. Se miraron fijamente y Gotzi, que no pudo mantener la mirada triste de Edurne, desapareció de inmediato de la escena mientras las campanas sonaban en punto y todos terminaron de entrar en la iglesia. Edurne se cubrió la cara todo lo que pudo con su toquilla para ocultar sus mal disimuladas lágrimas cuando, casi en el ofertorio, se abrió la puerta de la iglesia y, con sumo sigilo, volvió a aparecer Gotzi, buscando un lugar en el lado de los hombres donde Edurne pudiera verlo con su traje de mil rayas. Edurne, al posar su mirada sobre él, esgrimió una sonrisa cargada de lágrimas mientras disimuladamente se secaba la nariz y pensó que, al verla tan dolida en el pórtico, Gotzi había cambiado de opinión y que, ciega de amor como estaba, prefería amor por compasión que compasión por desamor. En realidad, lo que había sucedido es que a Gotzi se le había olvidado ponerse el traje de mil rayas y lo recordó al verla. A Gotzi le costaba estar en lo que había que estar.

      Gorri no entendió la razón por la que de repente Cari ya no le sacaba por las tardes y solo Edurne paseaba con él y con Gotzi, habiendo asumido el monopolio del paseo de los días laborables. Tampoco entendía por qué Edurne, que ahora tenía el «chupete» para ella sola, seguía triste cuando no estaba Gotzi, lo que sucedía a menudo, pues Gotzi solía ocupar gran parte de su tiempo en ir de caza o de pesca, condiciones que no aparecían en la carta invisible y que potenció al tener asegurado el noviazgo. Bien mirado, a Gorri le pasaba algo parecido a lo de su tía Edurne y también estaba triste si no tenía su chupete todo el tiempo, en casa o en la calle, despierto o dormido, de día o por la noche.

      Con el paso del tiempo, Edurne fue admitiendo que era menos peligrosa la caza y la pesca que su hermana Cari y se fue acostumbrando a prescindir de Gotzi admitiendo sus aficiones; exhalando un profundo suspiro cada vez que tenía que dejarlo ir, y disfrutando de él cuando lo tenía a su lado. Por su parte, Gorri seguía aferrado al chupete, aunque de vez en cuando se lo sacaba de la boca, cada vez con más frecuencia, era como si estuviese ensayando el tiempo que era capaz de estar sin él sin desesperarse. Cada vez que Paka le veía con el chupete fuera de la boca le felicitaba:

      —Muy bien, muy bien, mi niño. Así me gusta, sin el tete, como los niños mayores.

      Entonces Gorri volvía a meterse el chupete en la boca mirando fijamente a su madre y esta le decía:

      —¿Qué?, ¿otra vez el tete en la boca? Qué feo —le decía poniendo cara de asco y Gorri se lo quitaba de nuevo, sonriendo, sin dejar de mirarla. Y se repetían los comentarios una y otra vez y en el mismo orden.

      A base de que todos los cercanos a Gorri hiciesen comentarios similares a los de su madre, Gorri terminó por admitir que el chupe debía vivir su propia vida y prescindir de él. Cuando pasaban Edurne, Gotzi y él con el carrito azul de ruedas blancas por delante de la iglesia, Gorri, de un modo consciente y a tenor de sus pensamientos y deducciones, se sacó de la boca el chupete azul con la goma dada de sí y lo tiró al sumidero donde Atxa, el de la bodega, solía verter el agua de la limpieza de los barriles de vino vacíos, mientras exhalaba un profundo suspiro y el reloj de la iglesia daba los cuatro cuartos y las cuatro campanadas de las cuatro de la tarde.

      VII

      DE CÓMO GORRI APRENDIÓ A HACER DEL CUERPO

      Cuando la abuela se enteró del noviazgo de Edurne con Gotzi se mostró claramente en contra de aquella nueva relación.

      —Mira, Edurne —le dijo la abuela sin ninguna diplomacia—. Gotzi aún se encuentra en el horno haciéndose a fuego lento y la madurez está lejos de penetrar en sus huesos. Lo demuestra su desmedida afición a fiestas y festejos, no ha pasado la etapa de estudiante y no tiene recursos para mantener a una familia, además, me parece evidente la falta de compromiso contigo. Te lo digo para que medites sobre tu relación con Gotzi y os deis tiempo antes de comprometeros.

      —Yo lo sé, mama —le contestó Edurne—. ¿Crees que no me he dado cuenta de todo lo que me dices?, lo sé de sobra, pero estoy enamorada y solo quiero estar con él. Una cosa es lo que dice la cabeza y otra lo que dice el corazón y el corazón siempre, siempre vence a la cabeza y esto tú lo deberías saber.

      —Precisamente por eso te digo que te lo tomes con calma —contestó la abuela dejando su tarea y dirigiéndose directamente a Edurne—. He visto demasiadas decisiones tomadas a la ligera que han destrozado toda una vida y no quiero que eso te suceda a ti.

      —Bueno, mama, déjalo, me da igual lo que digas, me pienso casar con Gotzi estés de acuerdo o no, así que no te molestes —continuó Edurne—, además, quiero que sepas que le voy a cambiar y estoy segura de que lo voy a conseguir.

      —Pues