El gorrión en el nido. José Antonio Otegui. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Antonio Otegui
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418090738
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      —He roto aguas —le dijo a Patxi despertándolo de su letargo—. Ve rápido a buscar al doctor H. Nike y avisa a mi madre mientras termino de limpiar y recoger todo.

      —Ya voy, ya voy. Tranquila, tranquila —se repetía Patxi en un esfuerzo por controlar sus nervios.

      Primero aparecieron los padres de Paka y poco después Patxi, con H. Nike que, de inmediato, examinó a la parturienta dictaminando que aún había dilatado muy poco y que no sería un parto rápido, no obstante, todos se quedaron esperando acontecimientos y fueron pasando las horas. Las contracciones llegaron casi a la medianoche y Paka se asustó, sabía que aquello dolía, pero no se imaginaba que tanto, H. Nike seguía vigilando el proceso, pero Paka continuaba sin dilatar lo suficiente, todos los síntomas indicaban que se trataba de un parto seco de los que duran muchas horas, incluso días.

      Donostia, que se había enterado de la noticia, acudió a dar consuelo espiritual y, entre contracción y contracción, rezaba un Padre Nuestro y un Dios te salve María, rogando a Dios que todo fuese bien y rápido, pero las cosas no iban ni bien ni rápidas. A eso de las dos de la mañana H. Nike informó de que el niño venía de nalgas y que se había subido dentro del vientre de su madre todo lo que le era posible, que aquello se estaba complicando y que era mejor llamar a Mateo para que viniese con su goitibera por si había que enviar a Paka al hospital de la capital, donde tenían los medios y la experiencia en partos complicados, experiencia de la que H. Nike carecía.

      Con Mateo esperando en la puerta se hicieron los preparativos para llevar al hospital a Paka, que se retorcía de dolor en cada contracción, pero antes de tomar la decisión la madre de Paka pidió autorización para intentar salvar el parto en casa:

      —Yo he visto más partos como este —dijo la madre de Paka— y creo que no es necesario llevarla al hospital, con una infusión que conozco el parto se produciría de inmediato y sin complicaciones, pero necesito que me autoricéis a dársela.

      —Ah, no —dijo Patxi de inmediato—, hay que hacer lo que el doctor H. Nike considere lo más adecuado y dejarse de inventos.

      —Tal vez Patxi tenga razón —asintió el padre de Paka—, es mucho riesgo y si algo sale mal nunca te lo perdonarás.

      —Por Dios, que sinrazón intentar con pócimas sustituir la opinión de una eminencia —exclamó Donostia.

      —Yo creo que debiéramos ir a la capital cuanto antes —añadió Mateo.

      —Mi opinar best hospital in city —concluyó H. Nike.

      —Por favor —intervino Paka con gesto de dolor—, dejad que mi madre me dé el preparado, y si pasado un rato no me hace efecto, definitivamente me lleváis al hospital.

      La madre se acercó a su casa y volvió con un vaso que contenía un líquido que le hizo beber a su hija a sorbos cortos.

      —Toma, Paka, bébetelo despacio sin dejar ni una gota en el vaso, no te preocupes, que no sabe a nada, pero es muy efectivo. Cuando lo termines te levantas y permaneces de pie mientras el bebedizo hace efecto.

      Paka siguió las instrucciones de su madre al pie de la letra guiada por la total confianza que tenía en ella, y a los pocos minutos, ante los ojos incrédulos de H. Nike, el niño, por sí solo, comenzó a asomar la cabeza. Así, el parto se produjo el día cinco del mes cinco del año de Nuestro Señor de mil novecientos cincuenta y cinco a las cinco de la madrugada. El recién nacido tardó en arrancar a llorar, como si sus genes le indicasen que los vascos no lloran, hasta que harto de recibir cachetes en el culo y de aguantar la respiración hasta ponerse morado, exhaló un grito de protesta que todos los asistentes celebraron sin que el recién nacido hubiese derramado ni una sola lágrima.

      Paka Goñi había dado a luz un niño en su domicilio, en el pequeño pueblo del interior del País Vasco, al que pusieron por nombre Joseba por ser el santo a quien Paka pedía los favores y que nunca la había defraudado. Joseba Gorrikoetxeabengoa Goñi acababa de hacer abuelos a los padres, padres a los hijos y tíos y tías a los hermanos. El niño había nacido y toda la estructura familiar había cambiado.

      H. Nike estaba maravillado por el efecto de la pócima de la recién estrenada abuela y, haciéndose un aparte con ella, no pudo menos que interesarse por el brebaje.

      —Doña —dijo H. Nike dirigiéndose a la abuela—. Su drink es mervellese, ¿poder dar receta for mí?

      —Claro, doctor —le contestó la abuela con su eterna sonrisa—. El bebedizo es solo agua del Nacedero, el problema con mi hija es que estaba tan asustada que ella misma retenía el feto poniendo en peligro a ambos, en cuanto bebió la pócima y por la fe que tenía en mis preparados, consiguió relajarse y dejar que la naturaleza siguiese su curso sin que Paka interfiriera.

      —Thanks, doña, thanks —contestó H. Nike, que solo entendió: agua del Nacedero. Del resto del discurso apenas si tuvo consciencia entre su mal castellano y toda la noche en vela, así que, para él, el agua del Nacedero pasó a ser medicinal y se la recetó desde entonces a sus pacientes, con lo cual obtuvo notables éxitos.

      IV

      DE CÓMO GORRI RECIBIÓ EL BAUTISMO

      Donostia insistió en que el recién nacido debía ser bautizado a la mayor brevedad posible, y lo mejor era hacerlo el próximo domingo en misa de diez, aunque la madre no pudiese asistir por no haberse recuperado del parto antes de esa fecha, lo que, por otra parte, era habitual.

      Las razones para realizar el bautizo cuanto antes eran de peso, y es que si al niño —y Dios no lo quisiese—, le sucediera algo sin estar bautizado, su tierna alma no iría al cielo, se quedaría en el limbo de los justos, un lugar indeterminado donde iban a parar las almas de los inocentes que no habían recibido el bautismo en la fe de sus padres. Siendo todos conscientes de ello, estuvieron de acuerdo y de inmediato se procedió a realizar los preparativos para el bautizo.

      Con lo precipitado del acontecimiento no podrían invitar al tío de Madrid, ni al tío soltero que vivía en el pueblo pesquero, tampoco a la tía que vivía al otro lado de las montañas, a ellos les escribirían una carta dándoles la buena nueva, y en cuanto fuese posible le harían una foto al recién nacido en un estudio de la capital, y se la enviarían para que lo conociesen.

      Los amigos y familiares del pueblo estarían todos invitados y estaba claro que la madrina sería la abuela que tanto ayudó con el embarazo y con el parto, lo que no estaba tan claro es quién sería el padrino. La abuela representaba a la parte de Paka, pero por la parte de Patxi en el pueblo solo estaba su hermana, la casada con el músico, que también era mujer, y no estaba consentido que el bautizado tuviese dos madrinas y ningún padrino, así que el familiar varón más cercano de Patxi era el marido de su hermana, y a él fue a quien le hicieron la encomienda de apadrinar al bebé, encargo que aceptó con gusto.

      Como siempre que se hace una lista de invitados, hay algunos que claramente se quedan fuera y otros que claramente se quedan dentro, pero siempre hay alguien que se queda la mitad dentro y la mitad fuera, y como se les quiere generalmente bien y tampoco queda bien visto si se les corta en dos partes, hay que decidir si dentro o fuera, pero enteros. Este era el caso del jefe de Patxi, el dueño de la fábrica, «el amo».

      Normalmente, «el amo» no asistía a los acontecimientos familiares de sus empleados, y bajo ese punto de vista el no contar con su presencia parecía adecuado, pero tampoco la relación de Patxi con su jefe era como la del resto de sus empleados. Patxi y «el amo» se conocían desde pequeños y habían sido compañeros de juegos, aunque siempre existió la diferencia de clase que se dejaba notar cuando alguno tenía que ceder; que siempre era Patxi. Así, cada uno desde la infancia supo cuál era su lugar, como en el sistema de castas de la India, el macho alfa o la estructura jerárquica de los macacos. Tanto Patxi como su jefe sabían su lugar en la estructura que les había tocado vivir, lo que no quitaba para que sintiesen una cierta simpatía mutua y cómplice que arrastraban desde que ambos cazaban jilgueros con liza, pescaban cangrejos con retel o hacían txabolas en los jardines del palacio donde vivía «el amo» con su familia.

      El primer