Eterna España. Marco Cicala. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Marco Cicala
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788417623487
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salió peor parada fue la Escuadra de Levante, el grupo de barcos mediterráneos del que formaba parte La Ragazzona. Parece que antes del naufragio gran parte de los cañones fueron salvados. En 1589 fueron utilizados en la defensa de La Coruña contra el asalto de Francis Drake. Aquella minirevancha fue guiada por la aguerrida María Pita, que hoy se alza en bronce en la plaza principal de la ciudad. Pero esto también es propaganda.

      AL-ÁNDALUS: FÁBULAS Y YIHAD

      Librerías, quioscos, tiendas de recuerdos: lo ves por todas partes. En Granada el texto más vendido es un best seller de hace ciento ochenta años: Cuentos de la Alhambra. Lo escribió el neoyorquino Washington Irving, actualmente más conocido por La leyenda de Sleepy Hollow, relato «protofantasy» que ha inspirado películas y series televisivas. Siendo todavía de lectura agradable, los Cuentos de la Alhambra (1832) es un simpático amasijo de patrañas exótico-románticas sobre la España musulmana. Mezcla crónica y cuentos repletos de adivinos, elixires prodigiosos, soberanos crueles, encantadoras princesas que siempre se llaman Zayda, Zorayda o Zorahayda.

      Irving llegó a Granada en 1829 y quedó hasta tal punto seducido por la Alhambra que se fue a vivir en ella. Suerte reservada a muy pocos. Con todo, en esa época el palacio fortaleza —encargado por la dinastía nazarí seis siglos antes— ofrecía más atractivo que confort. Estaba en proceso de restauración, pero salía de un largo abandono que la había reducido a un laberinto de ruinas más bien peligroso. Pero, al traspasar el umbral de la Alhambra, Irving se embarca en una especie de viaje lisérgico: «Pasar aquella puerta tuvo un efecto mágico. De golpe, fuimos transportados a otra época, a otro reino»; un mundo donde todo tiene la fragancia del higo, del azahar, del mirto, de la rosa; y, en cualquier momento, «se espera divisar a alguna misteriosa princesa que nos hace una seña desde el balcón».

      De esta forma también se creaba un tópico de la España árabe que se convertiría en un formidable imán turístico, pero que contaminó profundamente las fuentes de la credibilidad histórica. Sobre los árabes Irving escribió que en tierras españolas habían hecho «todo aquello que podía contribuir a la felicidad humana»; gobernando con «leyes sabias y justas»; «cultivando con amor las ciencias y las artes, favoreciendo la agricultura y el comercio». Era un «pueblo valeroso, inteligente y refinado que conquistó, dominó y desapareció». Y «nunca ha habido una aniquilación tan total como la de los moros de España».

      Moros que, al inicio, no eran árabes, exceptuando las élites: las tropas de choque estaban compuestas por bereberes. Desembarcaron desde el norte de África en el 771 y se zamparon casi toda la península a la velocidad de Blitzkrieg, favorecidos por la decadencia del poder hispano-visigodo y, en sus desplazamientos militares, por la red viaria de herencia romana. Debido a una etimología habitual, se tiende erróneamente a identificar el Al-Ándalus con la Andalucía actual, mientras que —en función de las vicisitudes bélicas— los territorios arabizados tuvieron una extensión mayor o menor que la de la región actual. Hacia el final, solo comprendían el pequeño Reino de Granada. El último bastión de la España islámica se rindió a los Reyes Católicos en 1492. Pero la definitiva expulsión de los moriscos —mahometanos cristianizados a la fuerza pero todavía considerados infieles— se produjo más de un siglo más tarde, entre 1609 y 1614. Desde entonces en España no ha habido prácticamente rastro de comunidades islámicas hasta la segunda mitad del siglo XX: afloran de nuevo en minúsculos grupos poco después de la muerte de Franco, para después robustecerse con los nuevos flujos migratorios, cuestión todavía de actualidad.

      En España viven en la actualidad cerca de dos millones de musulmanes, concentrados sobre todo en Cataluña. En Granada y alrededores, sobre una población de 235.000 habitantes, son unos 27.000. Un veinte por ciento tienen la nacionalidad española. Quien me proporciona algunas de estas cifras es Malik Abderrahmán Ruiz, responsable de la mezquita del Albaicín, el antiguo barrio musulmán acurrucado sobre un cerro que mira hacia la Alhambra. Aquí, antes de la reconquista católica, los templos islámicos se contaban por decenas. Fueron derribados o reconvertidos en iglesias. Dotada de jardín panorámico, librería y centro de estudios, la Mezquita Mayor es la más importante de Andalucía. Fue inaugurada en el 2003 tras más de veinte años de obras financiadas por Libia, Emiratos Árabes, Marruecos…

      Llevar de nuevo una mezquita al corazón de Granada sabe sutilmente a revancha. Por mucho que Ruiz, el guía, nunca lo admitiría. Es un ingeniero español de unos cuarenta y cinco años. Hacia la mitad de su vida decidió convertirse al islam: «Vengo de una familia católica, en las obras escolares interpretaba a san José, pero buscaba otra cosa. Entiéndalo, inquietudes juveniles». Hombre locuaz, lector de Goethe y Pirandello, me recibe en una sala anexa a la mezquita. Sobre la mesa de cristal, una poderosa cimitarra «fabricada en Toledo»; en la pared, una pintura que representa una carga de la caballería mora: «Me había entusiasmado leyendo la biografía de Gengis Kan y le pedí a un amigo pintor una escena de una batalla mongola, pero él la arabizó un poco», responde socarrón. Rechaza las acusaciones de quien describe la mezquita como la enésima criptoembajada del proselitismo wahabita: «Somos occidentales, europeos. Completamente independientes y en diálogo con las instituciones. Los de los servicios secretos vienen regularmente. Se sientan justo donde ahora está sentado usted». ¿Y los grupos yihadistas que llaman a la reconquista del Al-Ándalus? «Delirios propagandísticos», responde de forma directa. Dice que en la comunidad no se han registrado casos de radicalización, pero si tecleas en Google «Granada» y «yihadistas» alguna historia aparece.

      Al salir de la mezquita me detengo en el mirador de San Nicolás. Es el más célebre de los miradores granadinos: en frente, la silueta cobriza de la Alhambra; detrás de ella, las cimas de Sierra Nevada, que se mantienen teñidas de blanco incluso en verano. Pasando entre gente que toca la guitarra mientras fuma algo más que tabaco y vendedores ambulantes de generosas rastas, desciendo del Albaicín recorriendo sus bulliciosas entrañas. Casi todos los cármenes, las envidiables casas con huertos y jardines, han sido comprados por alemanes, estadounidenses y japoneses. Hace treinta años este era un barrio degradado. Ahora, con la ayuda del sello Unesco, entre los más caros de España. Los inversores islámicos fueron previsores: «El terreno de la mezquita, un antiguo vertedero, fue adquirido cuando los precios todavía eran muy bajos», me dice Ruiz.

      Llego a la parte baja y me meto por la calle Calderería, que parece un trozo del zoco de Túnez o de Marrakech: peleterías, pastelerías con dulces de miel, salas de té donde, hasta la nueva ley antitabaco del 2011, se podía fumar en narguilés. Los comercios están regentados por marroquíes. Viven aquí desde hace dos o tres generaciones. Se han deslomado trabajando y han visto cómo Granada se convertía en El Dorado. Con dos millones y medio de visitas anuales, la Alhambra es el monumento más visitado de España. También por el turismo islámico, que, en crecimiento, todavía sigue siendo un mundo por explorar.

      Una vez el célebre medievalista español Claudio Sánchez-Albornoz le dijo a un grupo de alumnos: «Cuando un italiano culto contempla el acueducto de Segovia o el teatro de Mérida se queda pasmado, pero no se le ocurre pensar en reivindicar la soberanía de su nación sobre la España que fue romana. Sin embargo, un árabe culto, ante la Alhambra de Granada, la Mezquita de Córdoba o la Giralda sevillana siente el vivo deseo de recuperar la soberanía sobre la España musulmana». El eterno revanchismo árabe. Un estereotipo. Pero los entendidos te explican, y sin asomo de prejuicio, cómo en partes del mundo musulmán el mito de la perdida Andalucía ejerce todavía una potente sugestión sentimental: «He viajado mucho por el norte de África y Oriente Medio. Existe una visión idílica de Al-Ándalus. Recuerdo a un amigo tunecino que lloraba de nostalgia por Granada. Pero nunca había estado allí», dice Juan Castilla Brazales en su casa de estilo neomorisco a las puertas de la ciudad. Arabista insigne, ha pasado años copiando y descifrando las misteriosas inscripciones sobre los muros de la Alhambra. Hay cerca de diez mil. En parte él ha resuelto el secreto: «Contrariamente a cuanto sostiene la leyenda, solo una mínima parte son inscripciones poéticas. En su mayor parte son lemas, como “No hay otro vencedor que Alá”, o fórmulas votivas de felicidad, bendición». Las han digitalizado todas. También porque «la Alhambra está construida con materiales pobres. Y esta es una zona