Empezamos a percibir que el sujeto podía ser el sujeto de otra cosa que de sí mismo; de las pulsiones, del inconsciente, de los efectos del lenguaje[33].
El lenguaje es manifiestamente algo de suma importancia para Lacan pues el sujeto habla un lenguaje pero el lenguaje también le habla a él, habla por él. De esto se desprende la idea de un sujeto más humilde, no omnisciente, y por tanto de un cierto descentramiento del sujeto que le vincularía con los demás. Es decir un sujeto que, en opinión del autor de Écrits, necesita de los demás. No es, pues, un sujeto todopoderoso. No habría, por ende, ninguna posibilidad de actuar, de intervenir en el mundo de motu proprio.
Butler matiza a Lacan, afirmando que se opone a la idea de que la posibilidad de intervención sea sólo un simulacro. Tampoco cree en las exclusiones/los límites (la forclusión se ha fijado en un momento dado, como un tiempo fundacional). Hay situaciones imposibles para el sujeto pero éste, en su actividad, puede contribuir a la resignificación. Butler pone el ejemplo de la homosexualidad que mucha gente percibe como una orientación a evitar. De darse la homosexualidad como una posibilidad en la vida, el sujeto la orillaría porque podría producirse una desagregación del yo: según la ley fálica yo no sería yo si fuese homosexual. Esta posibilidad conllevaría una derrota para la integridad del sujeto. De ahí que para un sujeto ortodoxo es conveniente no aproximarse a lo que supone una amenaza a la consistencia del yo; sin embargo, a veces se produce ese acercamiento. A juicio de Butler el mismo argumento podría emplear un blanco para huir de cualquier tipo de mestizaje: el mero contacto con un negro emborronaría el sentido de la blancura intacta que algunos blancos tienen de sí mismos y que desean preservar[34]. Butler cree que algo se puede negociar, de lo contrario el cambio no sería posible. No estamos todos constituidos de la misma manera. La realidad indica que los contactos entre distintas razas son posibles, el mestizaje es posible y que los y las homosexuales pueden llevar a cabos actos heterosexuales y viceversa. Existen posibilidades contrarias a la visión jerarquizada todavía predominante. Y es que la concepción hegemónica del ser humano debe mucho a la existencia de dos géneros coherentes.
Si alguien no se adapta a la norma masculina, o a la femenina, su humanidad está cuestionada[35].
Butler tiene en mente, sobre todo, aunque no solamente, a los sujetos trans e intersexo. Quienes según la pensadora norteamericana hipotecan el género (es decir los límites que segregan lo que se entiende por masculinidad y por feminidad) y posibilitan también reforjar nuestra concepción de qué es lo humano.
Como buena analista del presente y de la contemporaneidad política, Butler concluye que dado que la agresividad constituye lo humano –no explica si procede de fuentes genéticas o de procesos de socialización– y que la violencia aflora bajo formas proteicas, verbigracia la guerra que no acaba, y dado asimismo que somos capaces de devolver los golpes y de infligir heridas atroces (Iraq es buen ejemplo; y Guantánamo; también la ocupación de Palestina y los bombardeos de Israel sobre Beirut y los ataques de Hezbolá), buscar la paz es una necesidad absoluta. Y además en todo este proceso importa aceptar la vulnerabilidad de lo humano, que para muchos encarnan las mujeres heterosexuales, los gays, las lesbianas y las personas trans. Negar la vulnerabilidad y la debilidad supondría abrazar una especie de «horrible masculinismo»[36].
En este ensayo se podrá comprobar que en los distintos conflictos bélicos que han generado representaciones y cultura visual –la Primera Guerra Mundial, la Segunda, Vietnam, Argelia...– la ideología militar es siempre y estructuralmente masculina, a pesar de la presencia de un contingente de mujeres en la tropa, en particular en ejércitos contemporáneos (Israel, Estados Unidos, Irán). Estamos sin duda ante un verdadero reto epistemológico y una pregunta parece obligada: ¿las mujeres soldado que han participado en las torturas aplicadas a iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib actúan como «mujeres» o se comportan como «hombres»? Piénsese que afirmar que toda mentalidad marcial sólo puede ser masculina y que ésta es siempre violenta –como así ha sido frecuentemente en la historia– equivaldría a descartar que la mujer pueda ser violenta, lo que obviamente no es cierto, pues ha ejercitado actos criminales en algunos momentos. Todo esto no resta significación al hecho de que las fotografías que han circulado por la red son indicativas del deseo de la soldadesca de ambos sexos de ser vista, de tener un público, de crear un acontecimiento en el que actúan como verdugos, a sabiendas de que sus vejaciones rompían los códigos del pudor de sunitas y chiíes, violando sus interdictos corporales y sexuales. Sobre todo por las escenificaciones de actos sodomíticos. Para Judith Butler,
todo el esfuerzo de la guerra toma como modelo la sodomía. ¿Acaso no escribieron los soldados americanos en sus misiles Up your ass (métetelo por el culo) antes de lanzarlos sobre ciudades como Basora durante la invasión de abril de 2003[37].
De alguna manera sodomizar al iraquí suponía vencerlo, derrotarlo, humillarlo, y para ello se emplean expresiones y exabruptos anales que, en boca del puritanismo moralista de Bush, obedecen a la repugnancia que se siente por lo que consideran abyecto.
Las fotografías de Abu Ghraib muestran un sinfín de actos sexuales, homo y heterosexuales (felación, penetración…), que son formas de dar y recibir placer, pero que se convierten en actos envilecedores al aplicarse sin consentimiento y mediante la tortura.
Lo dicho puede resultar desconcertante y difícil de entender sobre todo en lo relativo a la participación de mujeres en abusos y sevicias de los que a lo largo de la historia ellas han sido objeto. Tal vez falla la memoria histórica o estamos ante un caso extremo de interiorización de normas masculinistas. ¿Eran mujeres cuando maltrataban a los prisioneros o hacían de mujer, o tal vez de hombre imbuidas del clima carcelario y de los ritos gregarios? Las respuestas no salen sin tropiezo pero lejos de invalidarla refuerzan la conciencia del componente de género en el ejercicio de la violencia. Un enfoque no siempre aceptado, ni siquiera por un estudioso de la sexualidad como Foucault quien fue acusado por algunas feministas francesas de desexualizar la violación. Para el autor de Surveiller et punir, la violación tenía que ser tratada como un acto de violencia del mismo calibre que otros. Sin embargo, como ha relatado Teresa de Lauretis citando a Monique Plaza:
es la sexuación social lo que está latente en la violación. Si los hombres violan a las mujeres es porque son mujeres en un sentido social, y cuando un varón es violado él también es violado «como una mujer»[38].
Mi objetivo en este libro estriba en explorar qué representaciones ha generado el arte en relación a la violencia de género en un universo de asfixiante androcentrismo en el siglo XX. Huelga decir que a la hora de diseccionar las imágenes (en pintura, escultura, fotografía, vídeo, etc.) no sólo abordaré las muestras de mayor machismo sino también aquéllas que han supuesto una contestación a la ortodoxia del orden asentado. Todo ello dejando bien claro que no hay en este ensayo ánimo de exhaustividad, cosa que sería, amén de desmedida, imposible e impracticable en cualquier análisis sobre el androcentrismo.
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