Una implicación de este escrito, discutida por un largo tiempo en los estudios en gestión, y aún vigente y altamente relevante para nuestra industria de software, es que la tecnología por sí sola no genera impactos organizacionales positivos, sino que es el conjunto de acomodaciones entre la tecnología y su entorno de aplicación –procesos, personas, cultura organizacional– el que puede producir impacto.
Los últimos tres capítulos nos acercan a varios de los principales retos que enfrenta el sector financiero, uno de los sectores económicos donde penetran más tempranamente y con mayor profundidad las nuevas tecnologías.
El capítulo escrito por el profesor Jorge Alberto Padilla, titulado “Fintech: el impacto de las nuevas tecnologías en la prestación de los servicios financieros”, recoge un conjunto de experiencias en las cuales nuevos competidores tipo fintech irrumpen con servicios innovadores en el área financiera y fuerzan una desintermediación de los servicios financieros, que puede debilitar en el mediano y el largo plazo la posición o el rol mismo en el mercado de actores tradicionales tales como los bancos y las sociedades comisionistas de bolsa. Las innovaciones tecnológicas inmersas en estos servicios financieros hacen posible a las fintech ofrecer a los clientes mejores condiciones de costo y rapidez que las propuestas por los actores tradicionales ya mencionados. Es apenas natural, como lo menciona Padilla, que una de las respuestas de estos actores sea asociarse con empresas fintech para hacer más competitivo su portafolio al consumidor financiero.
Por su parte, el estudio titulado “Redes neuronales artificiales para calificación de riesgo soberano”, escrito por Mauricio Avellaneda-Hortúa, emplea esta técnica de IA para emular la tarea que constituye la razón de ser de las agencias calificadoras de riesgo, actores centrales del sistema financiero internacional. Estas agencias se constituyeron con la misión de facilitar el funcionamiento de los mercados de capitales, mediante la emisión de opiniones expertas sobre la capacidad y voluntad de pago de los deudores del sistema, entre ellos, las naciones soberanas que asumen deudas en el sistema financiero. Estas opiniones son condensadas en calificaciones de riesgo crediticio, que estas agencias emiten y actualizan periódicamente. Así, y pese a sus conocidas imperfecciones, las calificaciones de riesgo crediticio son señales importantes para el comportamiento de los múltiples actores del sistema financiero internacional, bien sea como prestamistas, deudores o intermediarios (Peterson, 2013).
Históricamente, los detalles específicos de las variables y técnicas de cálculo empleadas para determinar estas calificaciones han sido tratados como un secreto industrial, a un punto tal que Avellaneda nos relata el surgimiento y evolución de una línea de investigación en finanzas interesada puntualmente en acercarse, cada vez con mayor precisión, a los resultados de las calificaciones emitidas por las principales agencias internacionales: Fitch, Moody’s y S&P. Para ello, los investigadores han empleado diversas técnicas de modelación matemática. Avellaneda se suma a estos esfuerzos empleando redes neuronales artificiales y nuevas variables, con resultados superiores a los de investigaciones previas.
Los trabajos de los profesores Avellaneda y Padilla se complementan muy bien entre sí, en tanto confirman que la aplicación de tecnologías propias de la 4RI tiene el potencial de reconfigurar la estructura del sistema financiero. A ellos podemos sumar el artículo de la profesora Constanza Blanco, para el tomo 2 de esta misma colección, el cual, a partir de un análisis de la disrupción causada por las fintech, invita a los reguladores a reflexionar sobre las bondades de un ordenamiento normativo centrado en el consumidor de servicios financieros, y no, como hasta ahora, en los oferentes de estos servicios (Blanco, 2021). Estos trabajos nos muestran que los retos del sector financiero son sumamente variados y pueden conducir a una transformación sustancial del sector, que aún no logramos visualizar del todo.
Finalmente, el capítulo que escribí en coautoría con el profesor Jorge Bejarano-Lobo, titulado “¿Es efectiva la gestión en seguridad digital de los bancos de América Latina y el Caribe?”, nos recuerda las dificultades que afronta el sector bancario para garantizar ambientes transaccionales digitales seguros a sus usuarios. Más que otras organizaciones, los bancos son objeto permanente de ataques informáticos y otros eventos adversos que comprometen la seguridad de la información en entornos digitales (Moore, 2020). Esta investigación, que utiliza datos previamente recogidos por la Organización de Estados Americanos (OEA) en una encuesta realizada a cerca de 200 bancos de la región, nos indica que, lamentablemente, no todas las prácticas adelantadas por los bancos son efectivas en su misión de garantizar la seguridad de la información.
En su conjunto, estos artículos nos invitan a pensar que los nuevos escenarios digitales retan a todas las organizaciones, independientemente de su sector, tamaño o cercanía con la industria de tecnología, y no únicamente a los actores más pequeños o a los adoptantes reticentes o tardíos (Rogers, 2003). Ni el sector financiero, que se suele caracterizar como un adoptante temprano de tecnología y se distingue de otros sectores económicos por su alto nivel de inversión en tecnología, ni el mismo sector tecnológico, que lidera la innovación digital desde el lado de sus creadores, están inmunes a las complicaciones y los desafíos propios de la creciente digitalización de las actividades empresariales. Todas las organizaciones se ven retadas por el cambio tecnológico, aun si lo protagonizan, ya que hacen parte del entramado social que produce, sostiene y regenera el entorno institucional.
Hago una invitación final, antes de dejar al lector en compañía de estos once trabajos. A la manera que propusiera Julio Cortázar sobre su propia obra, otras secuencias de lectura son posibles para descubrir conexiones entre los diferentes capítulos, y aun entre los otros tomos de la presente publicación “Así habla el Externado”, para extraer nuevas conclusiones de ellos. Aquí hago apenas dos sugerencias al respecto. En primer lugar, una agrupación de los tres artículos relacionados con innovación tecnológica en el sector financiero, es decir, de los capítulos de Rojas y sus colegas, Avellaneda y Padilla, nos podría regresar al tema central de la parte 2 de este tomo: con los insumos adecuados, las tecnologías de la 4RI pueden llevar a una desintermediación de los servicios financieros, y en consecuencia a una reconfiguración significativa de los actores actuales del sector, que conduzca a su vez a una reducción drástica del empleo. ¿Necesitaremos en el futuro a los bancos, a las agencias calificadoras de riesgo o a las comisionistas de bolsa? ¿Será el trabajo de los profesionales de las finanzas que allí se ocupan reemplazado por inteligencia artificial? ¿O veremos un fenómeno de complementar y aumentar el valor del trabajo humano, en lugar de sustituirlo, de acuerdo con la propuesta de Davenport y Kirby (2015), y respaldado en el enfoque optimista del estudio de Escobar y Díaz en este tomo?
En segundo lugar, sería posible agrupar los capítulos según el grado de dificultad que parece tener el proceso de adoptar e implementar nuevas tecnologías digitales. De acuerdo con esa lógica, los capítulos de Acosta, sobre la conveniencia y retos de implementar blockchain para la ventanilla única de comercio exterior en Colombia, y de Arévalo y Soler, sobre la posibilidad de que los recicladores de oficio de Bogotá adopten alguna tecnología de información para mejorar su gestión, parecen estar en el extremo de mayor dificultad, y nos llevan a reflexionar sobre las brechas que aún fracturan la realidad de nuestro país, en donde empresas altamente innovadoras, como Rappi o Ualet, están totalmente insertadas en la 4RI,