… Los temblores del año pasado [1841] en el intervalo de 11 meses y 14 días contados desde el 16 de noviembre de 1840 en que terminó el catálogo de los de éste, publicado en la Guía del año anterior [1840], hasta el 31 de octubre de 1841, fueron 26, todos pequeños de más ruido que remezón… (Carrasco 1841: 9).
Ello significa que en casi un año de observaciones (noviembre de 1840-octubre de 1841), el cosmógrafo registró en Lima un total de 26 movimientos sísmicos. Si sumamos a estos los 11 sismos referidos para 1842, los 8 para 1843 y los 5 para 1850, tendríamos un total de 50 nuevos puntos de partida para búsquedas de sismos en Lima. Podrían, por último, convertirse en nuevas referencias si se hallasen las precisiones respectivas en diarios, como El Comercio, que ya circulaban por entonces. Pero la búsqueda podría no ser satisfactoria. Hicimos un ejercicio parecido en el transcurso de la investigación, cotejando la información ofrecida por la Guía para 1846 con las referencias de El Comercio: si la Guía ofrece cinco referencias sísmicas, el diario apenas aporta dos. Por consiguiente, para una época en que los diarios se encuentran al vaivén de las agitaciones políticas, estas desplazarían o distraerían la actitud científica, basada en la permanente observación de la naturaleza.
Hay varias colecciones documentales valiosas, pero ninguna como la del P. Víctor Barriga. Su obra permite entrever las enormes posibilidades de acceso documental para conocer las variadísimas consecuencias provocadas por un sismo. Basada en fuentes oficiales constituidas por provisiones de virreyes, memoriales de autoridades, reales cédulas y demás, y aun dejando de lado el gran cúmulo de documentos eclesiásticos, la obra del mercedario es la más importante de su género. Para los sismos de tiempos republicanos aparecen, en sucesión, los documentos provenientes de toda la jerarquía burocrática del Estado, compuesta por gobernadores, subprefectos, prefectos y ministros. Su satisfacción de reproducir la documentación queda patente cuando indica que “… motivó alguna vez se tratara de ubicarla en otro lugar, cuya dispersa y abundante documentación es satisfactorio presentarla coleccionada…” (Barriga 1951: VIII).
No se nos escapa el hecho de no haber podido completar uno de los objetivos que perseguíamos al iniciar esta investigación. Razones de tiempo, derivadas de la enorme inversión que implica evaluar cada número de periódico consultado, hizo que prefiriéramos fortalecer la base fáctica —que ha sido la constante en las investigaciones anteriores—, soslayando las posibilidades de análisis que se abrían en el estudio del terremoto de marzo de 1828 en Lima. Si del terremoto y tsunami de 1806 se decía que era el mayor ocurrido desde el cataclismo de 1746, el de 1828 lo superó tanto en intensidad como en magnitud. Como el punto que queríamos destacar era la labor del Estado en el proceso de reconstrucción de la capital y, ciertamente, sin haber sino planteado las pistas documentales, muchas fuentes concurrirían para estudiar mejor dicho terremoto. No solamente se halla disponible la memoria del prefecto del departamento de Lima para ese año, sino que se puede encontrar una mejor precisión en los efectos locales del sismo consultando la documentación de subprefectos y gobernadores, quienes representan la escala del poder local del Estado. Estas pistas se fueron planteando a la luz de la amplísima información proporcionada por Víctor Barriga, mercedario arequipeño, en su documentado trabajo sobre el terremoto que en 1868 asoló el sur del Perú.
Finalmente, un estudio de la sismicidad decimonónica no podría soslayar la riqueza de una fuente valiosa, inexistente para los siglos anteriores: la fotografía, irreemplazable medio para apreciar las dimensiones dantescas de destrucción en las que un fenómeno sísmico dejaba a una población. En ese sentido, una fuente valiosa y única es el álbum de fotos del Topaze, barco de la marina inglesa que realizó un viaje por el Pacífico entre 1866 y 1869. En agosto de 1868 arribó a Arica, pocos días después de producido el terremoto y tsunami de ese año, el más fuerte de tiempos históricos. En el álbum, que forma parte de la Colección Cisneros Sánchez —bajo custodia de la Sala de Investigaciones de la Biblioteca Nacional—, se incluyen diez fotos de nitidez excepcional, que dan cuenta del valor de dicha fuente, en las que se pueden apreciar los destrozos ocurridos en Arica y Arequipa, así como varios barcos que quedaron varados en tierra tras el tsunami.
Las fuentes icónicas también aparecen en otros lugares. Gran sorpresa nos deparó el hallazgo de la Colección Kozak, disponible en la página web del Centro de Investigaciones de Ingeniería Sísmica de la Universidad de California (Berkeley).3 Durante años, Jan Kozak, científico checo, fue acopiando casi 900 imágenes sobre la destrucción producida por sismos en todo el mundo. Para el Perú, aporta un esquema del avance de la ola del tsunami que arrasó el Callao en 1746, así como varios grabados sobre los efectos producidos por el terremoto de 1868 en varias ciudades del sur, publicados en diarios europeos y norteamericanos de la época, como el London News Ilustrated. Más adelante extenderemos con profundidad nuestra apreciación respecto a la fotografía como fuente para la sismicidad histórica.
La sismicidad histórica y las fuentes peruanas del siglo XIX
A partir de la agrupación de los sismos sobre la base de un doble criterio, espacial y cronológico, hemos hallado 689 ocurrencias sísmicas para el periodo 1868-1899, de las cuales 275 son registros inéditos, no considerados anteriormente en los catálogos publicados. A título de ejemplo, tenemos entre ellos los registros del observatorio instalado por la Universidad de Harvard en Arequipa a fines del siglo XIX, los que Polo conocía, pero que no llegó a ver publicados.
Polo presenta los movimientos sísmicos de varias maneras. Junto al tradicional término sismo aparecen, también, estremecimiento, movimiento, remezón, sacudida y sacudimiento, usados, sin duda, como sinónimos del primero. Es bueno considerar que conforme a los estándares establecidos por los geofísicos, el término idóneo para referirse a un movimiento de tierra es sismo, toda vez que si se trata de un movimiento de pequeña magnitud se le califica de temblor, y si alcanza determinada magnitud, de terremoto. Un hecho que nos ha llamado la atención es el hallazgo del término concusión, empleado como sinónimo de sismo. Lo sorprendente es que, en la actualidad, dicha expresión se refiere a un hecho legal, más que a uno físico.
Por lo general, Polo ofrece dos parámetros para identificar cada evento sísmico: lugar y hora de ocurrencia. En cuanto al primero, siempre se refiere a una localidad específica; en cuanto a la hora, no siempre la especificó con exactitud. Otro parámetro ofrecido por Polo es la duración, aunque con menos frecuencia con que aparecen los dos primeros. Sus datos ofrecen la duración en segundos, o en minutos, si se trata de eventos de mayor magnitud. Llaman la atención los sismos que exceden el minuto. Y cuando se carece de observaciones instrumentales para la determinación de la duración, Polo indica que se trata de un evento corto, prolongado o pasajero.
Los calificativos para indicar la intensidad del sismo son muy variados y cubren una amplia escala, que incluye desde ligero, débil, tenue y leve, hasta, en grado ascendente, regular, brusco, fuerte, bastante fuerte, recio, rudo, terrible y violento. En ocasiones, Polo combina rasgos y resultan expresiones como recio e instantáneo o recio e impetuoso, que abren interrogantes. Menos aclaradoras son expresiones como casi imperceptible, poco considerable, de poca consideración, de gran intensidad o extraordinario y alarmante, calificativo con el que las fuentes se refirieron al sismo del 26 de noviembre de 1870.
Menos frecuente es la mención de otros fenómenos asociados, como la dirección del movimiento; en estos casos, la fuente indica la dirección supuesta, usando puntos cardinales. Cuando se carece de tal indicación, se opta por expresiones como sacudimiento oscilatorio u oscilación débil, y, si se considera la dirección del vaivén, se utiliza vertical recio.
Otro elemento asociado al sismo es el ruido, sobre el cual también hallamos variados calificativos, como insignificante, escaso o excesivo. Aunque pudiera parecernos redundante calificar el ruido de un sismo como subterráneo, la fuente original podría estar refiriéndose a otras consideraciones.