Esta lista es resultado de la información consignada en catálogos de publicaciones periódicas del siglo XIX, actualmente disponibles (Paz Soldán, etc.). El primer problema al que nos enfrentamos es la ubicación de los diarios acompañados de un asterisco: cinco de dieciséis representa casi la tercera parte de la oferta conocida, pero es el total de la oferta disponible. Un segundo problema es, ya ubicado el diario, averiguar si existe de él una colección completa, en la que, sabiendo la frecuencia de aparición, pueda conocerse si se cuenta con todos y cada uno de los números que aparecieron. Tal información se complica cuando, a pesar de saber de cuándo data el primer número, se ignora la fecha en que apareció el último. No obstante, debe considerarse el hecho de que existieron publicaciones que tuvieron cortísima vida, lo cual obra a favor de una consulta menos tediosa (en relación con este punto, cabe indicar que en ninguno de los cinco casos anteriores tuvimos al frente una colección completa).
Por último, nos topamos con el problema más agudo: la escasísima o casi nula presencia de referencias sísmicas en los periódicos. Para el caso de Ayacucho, conocemos de las preferencias políticas que La Voz del Morochuco (31 de enero de 1835) manifestó por el general Salaverry, o de las de El Victorioso (2 de diciembre de 1836) a favor de su rival, el general Santa Cruz. La única referencia que tenemos sobre temas sísmicos en Ayacucho es la información sobre el terremoto ocurrido en Tacna en 1833, cuando La Oliva de Ayacucho (25 de octubre de 1834) hace saber a los lectores que “Por comunicaciones particulares recibidas el próximo pasado correo se sabe de un fuerte terremoto que ha asolado muchos pueblos de la costa el 18 del anterior setiembre…”. Evidentemente, consideramos que se halla dentro de la esfera de lo posible el hallazgo de información sobre sismos en aquellos números de diarios que no hemos consultado debido a su no disponibilidad.
Cabe hacer una atingencia complementaria. Aunque pudiera parecer algo secundario, se requiere conocer cuándo se inicia la publicación de un diario en una localidad, pues de esa manera se puede planificar mejor la estrategia para su búsqueda y hallazgo. Es lo que hicimos para el caso de la ciudad de Puno. Se sabe que no solo la ciudad, sino el departamento entero, carecía de un periódico a fines de la década de 1820, según la información proporcionada por El Peruano del Sud, el cual indicaba, en su prospecto publicado a inicios de 1829, que “el departamento carecía de un periódico”, y anunciaba que se publicaría los jueves de cada semana. Sus temas girarían alrededor de asuntos gubernativos y económicos, incidiendo en la potencialidad de la explotación minera y pecuaria de la zona. El primer número apareció el 23 de abril de 1829, exponiendo un proyecto sobre desarrollo de la minería. La publicación excedió largamente lo anunciado, pues hemos hallado referencias variadas, como la elección de congresistas en Puno, el desarrollo de la enseñanza de las ciencias por el Colegio Nacional de Artes y Ciencias o la difusión de la vacuna contra la viruela.
Hemos consultado una colección incompleta —disponible en la Colección Denegri, la más completa de periódicos peruanos del siglo XIX— y tenido a la vista hasta el número 49, publicado el 14 de octubre de 1829. La colección incluye números hasta julio de 1831, tercer año de publicación (que fue el último), cuando el periódico ya aparecía los sábados y no los jueves, como originalmente se había ofrecido.
Afirmamos lo anterior porque en el prospecto de La Voz de Puno, aparecido el 10 de setiembre de 1831, se indica: “Hemos tenido por conveniente mudar el nombre del periódico de esta ciudad…”, y se justificaba dicha decisión en un deseo de afirmar la identidad regional: “El título de Peruano del Sud es extensivo a cualquier papel escrito por un peruano que haya nacido en cualesquiera departamento del sur y queremos que el que damos a luz sea más departamental…”. El primer número de La Voz de Puno apareció el sábado 17 de setiembre de 1831, publicado por la imprenta del Gobierno, administrada por José Apolinar Infanzon, el mismo que aparece como encargado de la publicación anterior. El último número que consultamos —en una colección también incompleta— fue el 42, de enero de 1833. El diario, al parecer, se mantuvo vigente por espacio de tres años y medio, pues en abril de 1835 se publicaba, por la misma imprenta del Gobierno, El Puneño Libre.
Como manifestamos líneas atrás, aun cuando pudiéramos tener un panorama completo de la dinámica local del periodismo, ese panorama se torna aún más difícil cuando nos hallamos frente a una zona con escasa actividad sísmica. Y ese es el caso de Puno: ya a mediados del siglo XIX, Mateo Paz Soldán (1863), ilustre sabio arequipeño, indicaba que la zona era escasa en sismos.
Los sismos han dejado una “memoria sensible” en las sociedades. Uno de ellos fue el gran terremoto y tsunami que asoló el sur del Perú y el norte de Chile en agosto de 1868. En agosto de 1887, en Tacna y en plena ocupación chilena, un vecino evocaba con profunda emoción lo ocurrido en la ciudad casi veinte años atrás, el 13 de agosto de 1868, cuando en calidad de testigo experimentó el temor causado por los minutos durante los cuales la tierra tembló violentamente en el sur peruano (El Tacora, 13 de agosto de 1887). Sin ninguna duda, el testimonio que evocamos es valioso, pues revela cómo, al cabo de tantos años, un evento natural extraordinario puede legar tan imborrable huella en aquellos que lo enfrentaron. Y aunque el testimonio no sea contemporáneo, creemos que es particularmente revelador de la enorme potencialidad que se esconde en los periódicos de Lima y provincias sobre la temática sísmica. Evidentemente, sería interesante hurgar en ellos, año a año, en la misma fecha, para analizar el periodo posterior a un sismo o terremoto, lo cual podría deparar hallazgos testimoniales inéditos, capaces de ofrecer, incluso, información nueva sobre el evento.
En ocasiones, la prensa regional no solo informa aportando noticias inéditas sobre sismos no registrados con anterioridad, sino que también corrobora información sísmica proveniente de otros lugares; es lo que encontramos en un periódico ancashino, que daba cuenta de un sismo ocurrido en el siglo XIX.
Por consiguiente, la consulta ideal de un periódico radica en el establecimiento del momento en el que se inicia la publicación de uno en una localidad; la disponibilidad de cada uno de los diarios publicados en ella dentro de un lapso de tiempo limitado, y la posibilidad de que pueda consultarse la colección completa de los números que vieron la luz. Solo así, en condiciones ideales, se podría ponderar el verdadero valor de los periódicos locales para informar sobre fenómenos sísmicos. No obstante, a pesar de que el panorama documental de publicaciones periódicas pareciera representar un terreno yermo, aún queda la consulta de las memorias de prefectos y subprefectos, funcionarios que ejercieron el poder en el ámbito local. Listados elaborados por bibliotecólogos expertos muestran que, con la excepción de una publicada para el Callao en 1863, todas las memorias prefecturales aparecen sistemáticamente desde la década de 1870 (Ballón y Esparza 1953). No nos cabe ninguna duda de que las memorias prefecturales anteriores a 1870 existen, aunque inéditas, constituyendo, en ese caso, información de archivo, no incluida dentro de los límites que planteamos para la presente investigación.
3. Limitaciones de los catálogos disponibles
La consulta directa de las fuentes originales permite encontrar patentes diferencias con los registros incluidos en los catálogos históricos disponibles (Polo 1899; Silgado 1978). Véase el siguiente ejemplo. En 1806, Hipólito Unanue publicó El Clima de Lima, primera obra dedicada a analizar la múltiple influencia del clima sobre diversos órdenes de vida en esta ciudad, donde el famoso médico incluye dos tablas meteorológicas en las que anota las fluctuaciones diarias de la temperatura registrada en Lima en el bienio 1799-1800, y en las que también inserta un listado de sismos sentidos a lo largo de ambos años. Para 1800 anota un total de doce sismos, indicando solo la fecha en que fueron sentidos en Lima, a seis de los cuales los califica de recios — que entendemos como fuertes—, omitiendo cualquier otra especificación, como duración o dirección del movimiento (Unanue [1806] 1940). Cuando pasamos a cotejar la lista de sismos proporcionada por Unanue con los registros consignados por Polo, observamos que el polígrafo