El discurso se propone investir el texto con una significación intencional y coherente. El texto se propone tomar a su cargo el discurso para ofrecerlo a un lector o a un espectador que trata de aprehenderlo, y, para hacerlo, dispone de medios (expresiones, motivos, etcétera) convencionales o innovadores. Pero esos medios, las formas textuales, están disponibles para toda suerte de efectos de sentido, para toda suerte de coherencias discursivas: un motivo figurativo como el diario íntimo, por ejemplo, conocerá tantas significaciones como contextos diferentes de los que pase a formar parte; basta, para convencerse, con comparar los usos que de él se han hecho en Las relaciones peligrosas, en Le Horla o en El diario de Ana Frank.
Por tanto, si el discurs o se esfuerza por ser, si no mono-isótopo, al menos coherente, el texto, y las formas que lo componen, son en cambio y por definición pluri-isótopos. La negociación entre esas dos instancias se convierte así en un problema central de método en los estudios literarios; la polifonía, por ejemplo, es un concepto que permite conciliar la pluri-isotopía del texto con la coherencia discursiva: proyectando, como lo hace Bajtin,2 la pluri-isotopía textual sobre la pluralidad conflictiva de las enunciaciones, se puede postular que a cada isotopía textual le corresponde una sola coherencia discursiva.
La teoría de los puntos de vista (cf. capítulo siguiente) y de las perspectivas narrativas sería la versión menos comprometida de esa problemática, en el sentido en que el conflicto de las interpretaciones está regulado en ese caso por transiciones entre puntos de vista que se oponen o se alternan, que se contradicen o se complementan, es decir, que forman entre sí un sistema coherente en el discurso. En cambio, la intertextualidad (cf. capítulo “Intertextualidad”) es la versión más radical de esa misma problemática, puesto que consiste en plantear en principio que la pluri-isotopía textual resulta de la cohabitación no solo de varias coherencias discursivas subyacentes, sino de varios textos stricto sensu, convocados conjuntamente en la trama del texto analizado.
Coherencia, cohesión y congruencia se presentan a este respecto como las tres dimensiones de esa “negociación” entre las dos perspectivas semióticas que son el discurso y el texto.
La coherencia interesa a la orientación intencional del discurso, y da cuenta del hecho de que una enunciación coloque la pluri-isotopía del texto bajo el control de un solo universo de sentido, que puede ser aprehendido globalmente, incluso cuando no parece homogéneo.
La cohesión concierne a la organización del texto en secuencias y a los diversos procedimientos (encabalgamientos, inclusiones, paralelismos, simetrías, encadenamientos, etcétera) que ponen cada segmento textual bajo la dependencia de otros segmentos, próximos o distantes.
La congruencia introduce en el seno mismo de la pluri-isotopía textual homologías parciales entre diferentes capas de significación: se halla por tanto en el corazón mismo de la negociación entre la perspectiva textual y la perspectiva discursiva. En la medida en que diversos dominios de pertinencia —diversas isotopías— pueden ser concernidos, la congruencia facilita su superposición e introduce equivalencias locales; en último término, permite traducir cada uno de ellos en términos de los otros. En ese sentido, la congruencia es la traza directa de la actividad de la enunciación, considerada como la instancia responsable al mismo tiempo de la reunión del texto y del discurso, y del efecto global de totalización significante. Gran número de figuras retóricas (entre otras, la metáfora) participan de la congruencia, puesto que aseguran la conexión entre isotopías.
Las partes y el todo
Una manera tal vez más económica de abordar las cuestiones de método consiste en considerar los tres términos: cohesión, coherencia y congruencia, como otras tantas maneras diferentes de reunir partes para formar un todo. La noción de isotopía (literalmente: mismo lugar) cumple grosso modo ese oficio, puesto que permite tratar esos tres conceptos como variedades de la redundancia: la repetición, el eco, la reanudación de un tema, la reiteración de un valor semántico que hace que los elementos de una frase sean compatibles entre sí, los encadenamientos temáticos entre párrafos, etcétera, se convierten entonces en diferentes modos de construcción de la isotopía.
Sin embargo, la noción de isotopía tiene que ser precisada y completada al mismo tiempo. Precisada, pues tenemos todo el derecho a pensar que las distintas formas concretas de la redundancia pueden inducirefectos de sentido diferentes: basta con pensar en la multiplicidad de tipos de anáfora y de repetición inventariadas por la retórica clásica (una docena por lo menos) para convencerse de ello. Completada, porque al proyectar la coherencia y la cohesión sobre la redundancia únicamente, la noción de isotopía solo conserva una forma de asociación entre partes, aquella en la que todas las partes deben tener algo en común para formar un todo; sin embargo, existen otras formas posibles.3
Entre todas las formas de totalidades imaginables (principalmente en la perspectiva de ese dominio de la lógica que se llama la mereología),4 podríamos distinguir las tres siguientes, que presentan los contrastes más importantes:
1. La unidad es proporcionada por una sola parte: una única parte, diferente de todas las demás, está no obstante conectada con todas ellas; por ejemplo, un río enlaza todos los barrios de una ciudad.
2. La unidad es proporcionada por todas las partes: todas las partes poseen algo que les es común, sea una subparte, sea el género; por ejemplo, los animales de la misma especie forman un rebaño.
3. La unidad es proporcionada por grupos de partes: cada parte tiene algo en común con alguna otra parte por lo menos, en general con la más próxima; por ejemplo, un paisaje forma un todo porque el río discurre entre dos flancos de una colina, y el bosque recubre a la vez parte de la colina y parte de la llanura, bordeando el río, etcétera.
El tipo 1 corresponde por ejemplo a una progresión temática, en la cual la misma secuencia, o la misma figura repetida, sirve de tema a toda una serie de predicados diferentes: esos predicados forman entonces un todo porque se encuentran ligados entre sí por una parte diferente y conexa; corresponde también a la presencia constante de un esquema único subyacente, que enlaza motivos extraños los unos a los otros. La base continua de ciertos géneros musicales ofrecen una buena ilustración indirecta; así mismo, y más directamente, los ritmos textuales y una buena parte de los fenómenos llamados suprasegmentales; y también, un esquema como el de la “degración”, que en Viaje al final de la noche, de Céline (cf. último capítulo), infecta todas las situaciones narrativas por diferentes que sean las unas de las otras, y sin ser exclusivo de ninguna de ellas.
Ese tipo forma lo que llamaremos conglomerados, en el sentido en que las partes heterogéneas, constitutivas del todo, solo se unen entre ellas si otra parte, única y constante, les sirve de “enlace”.
El tipo 2 describe la repetición de una misma propiedad, específica o genérica, que pertenece en rigor a cada una de las partes de un texto. La anáfora es su más exacta realización, puesto que reposa en la presencia —que ella misma subraya— de una misma figura en una serie de enunciados. Numerosas figuras fonéticas (aliteraciones, asonancias, repeticiones de grupos fónicos) contribuyen igualmente a la formación de ese tipo. La isotopía en el sentido clásico del término, concebida como “redundancias de una categoría semántica”, se inscribe estrictamente en este tipo.
En ese caso, solo las propiedades comunes de las partes concernidas entran en juego, y no pueden ser percibidas si no es en contigüidad, o por una aproximación