Meditaciones de Marco Aurelio. Marco Aurelio. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Marco Aurelio
Издательство: Bookwire
Серия: Autor Pensamiento
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788418546433
Скачать книгу
Aurelio permanece asentado en Carnuntum, importante fortaleza romana en el frente del Danubio.

      174

      – Marco Aurelio en Sirmio. Ofensiva contra los yacigios.

      175

      – Rebelión de Avidio Casio. Armisticio con los Sármatas. Marco Aurelio viaja a Siria y Egipto. Su esposa Faustina, que le acompaña, muere en Halala.

      176

      – Viaje a Atenas. Regreso de Marco Aurelio a Roma por Brindisi, permanecerá un año en la capital del imperio.

      177

      – Nombra sucesor a su hijo Cómodo.

      178

      – Partida de Marco Aurelio con su hijo Cómodo hacia el frente de Germania.

      180

      – Muerte de Marco Aurelio en Vindobon (actual Viena), probablemente a causa de la peste. Tiene cincuenta y ocho años.

      MEDITACIONES

Soliloquios y pensamientos morales

      Libro I

      1. Aprendí de mi abuelo Vero a ser de honestas costumbres y a no enojarme con facilidad.

      2. De la buena fama y loable memoria de mi padre, el portarme con modestia y varonilmente.

      3. De mi madre, la devoción a los dioses, liberalidad para con todos, el abstenerme, no sólo de hacer el mal, sino también de pensar hacerlo, y, además, el ser frugal en la comida y estar lejos de hacer una vida opulenta.

      4. De mi bisabuelo, el no frecuentar las escuelas públicas, y en casa echar mano de los mejores maestros, bien persuadido de que en este particular se debe gastar generosamente.

      5. De mi preceptor, el no tomar partido en los juegos públicos, no siendo del bando de los prasinos ni venecianos, ni inclinándome a los parmularios o escutarios. Enseñóme también la tolerancia en el trabajo, el contentarme con poco, el servirme a mí mismo, el no implicarme en los asuntos ajenos y no dar oídos a los chismosos.

      6. De Diogneto, la aversión a la frivolidad, el no dar crédito a nada de cuanto dicen los encantadores y magos acerca de sus hechizos y arte de espantar los demonios y otras supercherías de esta clase. Jamás me entretuve en la que llaman pelea de codornices ni me dejé embaucar de semejantes bagatelas. El mismo me habituó a soportar las palabras directas, el familiarizarme con la filosofía, dándome por maestros, primero, a Baquio; después, a Tandasio y a Marciano; que, de niño, me ejercitase en componer diálogos morales; que, en vez de asiento blando, usase de unas duras tablas cubiertas con una piel; que, en fin, pusiese por obra cuanto lleva consigo la profesión de filósofo griego.

      7. De Rústico, la necesidad que tenía de corregir y componer mis costumbres, y que corría por mi cuenta el cuidar de ellas, sin dejarme llevar por la inflamación sofística, sin publicar nuevas instrucciones y métodos de vivir, sin recitar exhortaciones a la virtud, no queriendo sorprender al público con una profesión ostentosa de hombre bien ocupado en la meditación y ejercicio de la filosofía, no procurando asentar plaza ni de orador ni de poeta ni de astrólogo; no usando en casa vestido grave y de ceremonia, ni dando otras iguales pruebas de aparente severidad. El mismo Rústico me persuadió que aun en las cartas siguiese un estilo natural y sencillo, semejante al que se deja ver en aquella que él escribió desde Sinuesa a mi madre; que de tal manera dispusiese mi ánimo para con aquellos que, faltando a su deber, me diesen algo que sentir, que al punto que quisiesen volver a mi amistad, yo, con toda facilidad y buena gracia, me reconciliase con ellos. Del mismo aprendí a leer con mucha reflexión, no contentándome con una noticia superficial y pasajera de los escritos; a no dar fácil crédito a aquellos que, sobre todo, hablan de ligero. Débole también el haber leído los escritos de Epicteto, habiéndome enviado el ejemplar que en su casa tenía.

      8. De Apolonio, el saber obrar con independencia y libertad de espíritu; el fijarme en mis resoluciones sin perplejidad; el no gobernarme por otros principios que por los de una buena razón, aun en las cosas mínimas; el ser siempre el mismo en los dolores agudos, en la pérdida de los hijos, en las largas enfermedades. En él mismo, como vivo ejemplo, vi claramente que cabe muy bien a un tiempo, según la cosa que lo llevare, ya ser impetuoso ya sosegado. Vi que no debe un maestro, en sus lecciones, mostrarse desabrido e impaciente. Vi un hombre que no hacía alarde de su destreza en saber proponer y acomodar las instrucciones a la capacidad de los oyentes; un hombre, por fin, que sabía cómo se deben recibir, de parte de los amigos, los que se llaman beneficios, sin que por ellos quede uno hecho como esclavo del otro, y sin que, por no contar con los favores recibidos, se muestre desconocido.

      9. De Sexto, un afecto cordial para con todos, el modelo de una casa, gobernada antes con amor de padre que con severidad de amo, la idea de una vida, conforme a la razón natural y de una gravedad sin afectación, el cuidado que se debe tener de acertar con el gusto de los amigos y de sobrellevar las groserías de los ignorantes y atolondrados. En suma, el arte de acomodarse uno a todos, de modo que en su trato familiar se note más atractivo que suele experimentarse en toda adulación y, al propio tiempo, se adquiera entre aquellos mismos la mayor veneración y respeto debido. El método claro y camino seguro de inventar y ordenar las máximas necesarias para una vida ajustada, y que no se trasluzca señal de ira u otra pasión; por el contrario, que libre de estos afectos, al mismo tiempo sea muy entrañable e inclinado a honrar, sin darlo a entender, así como muy instruido, sin ostentar la erudición.

      10. De Alejandro el gramático, el no ser amigo de reprender ni de zaherir a aquellos que se les fuese o un barbarismo, o un solecismo, o una viciosa pronunciación de una sílaba, antes bien, procurase con maña sustituir aquello sólo que se debía haber proferido, o bien como quien pregunta, o bien como quien confirma, o como quien examina, no la palabra misma, sino la cosa dicha, o, por fin, como quien amonesta con disimulo de alguna otra semejante manera cortés y agradable.

      11. De Frontón, el comprender perfectamente cuál suele ser la envidia, la astucia y la hipocresía propias de un tirano y, al mismo tiempo, observar que, en general, estos que entre nosotros llevan el nombre de patricios son, en cierto modo, insensibles a aquel amor que la naturaleza inspira para con las personas allegadas.

      12. De Alejandro el platónico, el consejo, no sólo de no decir frecuentemente a nadie ni de escribir, sin que sea absolutamente necesario, que estoy muy ocupado, pero aun de no rehusar jamás, con el pretexto de los asuntos presentes, el cumplimiento de ninguna de aquellas obligaciones que los varios respetos de la sociedad piden de justicia.

      13. De Catulo, a no despreciar las quejas de los amigos, aun cuando aconteciere que se quejen sin razón, sino que, al contrario, es bien satisfacerles y procurar reducirles a la buena armonía acostumbrada; ser cosa muy loable el que los discípulos con gusto y buena voluntad alaben a sus maestros, como es fama que lo hacían Domicio y Atenodoro; por fin, que la naturaleza exige de los padres un afecto verdadero para con los hijos.

      14. De mi hermano Severo, a ser amante de la familia, de la verdad y de la justicia. Débole el haber conocido por su medio a Traseas, Helvidio, Catón, Dión y Bruto; el adquirir igualmente una idea cabal de un gobierno republicano, en que rija un derecho igual y común libertad en dar su voto, como de un reino que se proponga por objeto principal el conservar la libertad de sus vasallos. El saber vivir sin zozobra, con aprecio y aplicación constante a la filosofía, el ser amigo de favorecer a otros, ejercitando con empeño la beneficencia, el esperar siempre bien y vivir persuadido de la buena fe y correspondencia de los amigos, el no disimular por esto la poca satisfacción que de alguno de ellos tal cual vez se tuviese, el no esperar que los amigos, conjeturando, le adivinen a uno con su gusto o inclinación, sino procediendo francamente con ellos.

      15. De Máximo, que debe uno ser dueño de sí mismo, sin dejarse jamás arrastrar de las ocasiones, que así en otras cualesquiera circunstancias, como en las mismas enfermedades, ha de estar uno de buen ánimo, que debe generalmente tener bien templadas y moderadas las costumbres, parte suaves y apacibles, parte graves y majestuosas, que sin quejas ni murmuraciones