El que yo tuviese una consorte de unas prendas tan bellas, tan inclinada a complacerme, tan apasionada por mí, de una condición tan llana y sencilla. El poder echar mano de tantos y tan hábiles maestros para mis hijos. El proponerme, entre sueños, aquellos remedios, de que yo necesitaba, y, entre otros, los que me habían de servir contra el esputo de sangre y los vahídos de cabeza, lo que me aconteció en Gaeta. El que, habiendo yo concebido mucha pasión por la filosofía, ni tuviese la desgracia de dar con algún sofista ni de perder malamente el tiempo en seguir a escritores, o en resolver silogismos, o en discurrir sobre la física celeste. Cuanto acabo de referir no me pudo acontecer sin el socorro de los dioses y favor de la fortuna.
En el país de los Cuados, a orillas del Gran.
Libro II
1. Por la mañana no dejes de decirte a ti mismo: Tropezaré hoy con algún curioso, con algún ingrato, con algún provocativo, con otro doloso, con otro envidioso, con otro intratable; todo esto le viene a ellos de la ignorancia del bien y del mal. Pero yo, que por una parte tengo bien visto y meditado que la naturaleza del bien, totalmente consiste en lo «honesto»; la del mal, en lo vergonzoso, y que por otra conozco a fondo ser tal la condición del que peca, que no deja de ser mi pariente, no por un vínculo común de una misma sangre o prosapia, sino porque participamos de una misma mente y partícula o porción divina; bien sé que ninguno de éstos puede perjudicarme (puesto que ningún otro, no queriendo yo, puede complicarme en su infamia); ni debo enojarme contra quien es mi pariente, ni concebir odio contra su persona. Porque los hombres hemos nacido para ayudarnos mutuamente como lo hacen los pies, las manos, los párpados, los dos órdenes de dientes, el superior e inferior; por tanto, es cosa contra la naturaleza que unos a otros nos ofendamos, como sin duda lo hace el que se estomaga con otros y les es contrario.
2. Todo mi ser consiste en una porción de carne, con un soplo y un principio director.
Déjate ya, pues, de libros; no te distraigas por más tiempo. ¿No tienes en tu mano hacer cuanto te digo? Tú, como quien en breve ha de morir, desprecia tu cuerpo, que es tan solo sangre, unos huesecillos y un tejidillo de nervios, de pequeñas venas y de arterias. Mira qué cosa viene a ser tu espíritu: viento es, ni siempre un mismo viento; antes bien, de un instante a otro renovado; entrando y saliendo. Quédate, pues, en tercer lugar la mente, parte principal. Hazte así la cuenta: viejo eres, no permitas más que se esclavice, ni que sea agitada a manera de títere con el ímpetu de las pasiones contrarias a la sociedad; no te desazonen las presentes disposiciones del hado ni las futuras te asusten.
3. Las obras de los dioses están llenas de providencia. Las de la fortuna, o tienen su origen en la misma naturaleza o no suceden sin concierto y conexión con aquellos efectos a los cuales rige y preside la Providencia, de la cual todo dimana. Además de que así la necesidad, como la utilidad del universo, del cual tú eres una parte, pide de suyo que las cosas tengan este curso que vemos. Y podemos decir que es bien de cada una de las partes de la naturaleza aquello mismo que la condición del universo lleva consigo, y aquello también que de suyo se ordena a la conservación del mismo.
Igualmente la mutación de los elementos y de los compuestos conservan en su ser al mundo. Esto te baste; éstos sean para ti tus dogmas perpetuos; echa, pues, de ti esa sed de leer para que no mueras con repugnancia, antes bien, con resignación verdadera y agradecido de corazón a los dioses.
4. Acuérdate cuánto tiempo hace ya que dilatas la ejecución de estas máximas y cuántas veces, habiéndote los dioses concedido aquel plazo que te habías prefijado, con todo, no te has aprovechado de él. Es menester, pues, que ahora, por fin, conozcas de cuál mundo eres una parte y de cuál gobernador del mundo has salido como un destello; que tienes predefinido el término de tu vida en un tiempo acotado del cual si no te aprovechares, serenando tus apetitos y pasiones, él se te pasará y tú pasarás con él y otra vez no volverá.
5. Cuida a todas horas de obrar valerosamente, como corresponde a un romano y a un hombre, aquello que tuvieres entre manos, con una gravedad perfecta y natural, con mucha humanidad, con franqueza, con entereza y justicia, poniendo en calma tu corazón, desembarazado de cualquiera otro cuidado y pensamiento. Y lo conseguirás, si hicieres cada acción en particular, como si ella fuere la última de tu vida, libre de toda temeridad, libre de todo afecto contrario a los dictámenes de la razón, libre de, ficción de amor propio y de displicencia en las disposiciones del hado. ¿No ves cuán pocos son los preceptos que bien practicados bastan para navegar por el mundo y llevar una vida casi divina? Porque los dioses se darán por satisfechos y bien servidos de aquel que estas cosas observare.
6. Tú, ¡oh alma mía!, avergüénzate, avergüénzate. No tendrás más tiempo de adquirir aquel honor que a ti misma te debes, porque ninguno tiene más que una vida, y ésta se te pasó casi toda, sin contar con el respeto debido a tu misma dignidad, antes poniendo tu felicidad en hacerte honor para con los otros.
7. No te distraigan los acontecimientos exteriores que te sobrevinieren, antes bien, procura desocuparte para aprender algo más de bueno y déjate de andar girando como una devanadera. Porque ve aquí otro engaño y error de que conviene guardarte: muchos en una vida muy ocupada y laboriosa emplean su trabajo en cosas frívolas, sin proponerse blanco alguno, al cual absolutamente dirigen todas sus miradas y afectos.
8. No es fácil que le vaya mal a alguno por no entremeterse en lo que ocurre en el ánimo de otro; pero es imposible el que deje de ir mal a quien no escudriña lo que pasa en el suyo.
9. Es menester tener siempre presente cuál es la naturaleza del universo, cuál es mi misma naturaleza, cuál es el orden y respecto que ésta tiene para con aquélla, cuál parte viene ésta a ser y de qué todo viene a ser la tal parte, que ninguno puede impedir que tú hagas siempre y digas aquello que sea conforme con aquella naturaleza de quien eres una parte.
10. Habló como filósofo Teofrasto, cuando en aquella comparación de los pecados entre sí (según que uno, vulgarmente hablando, puede comparar cosas entre sí iguales), dijo que los pecados cometidos por deleite son más graves que los que por ira se suelen cometer; porque se ve que un hombre enojado se aparta de la razón con cierta pena interior y angustia de corazón; pero el que por satisfacer su gusto peca, vencido del deleite, muestras da de ser un hombre más destemplado y en cierto modo mole y afeminado en sus pasiones. Dijo, pues, bien y conforme a la filosofía, que un desorden cometido por gusto era mayor delito que otro hecho con dolor.
Es que el uno se parece más a un hombre que provocado con la injuria recibida se ve forzado a irritarse por la pena; pero que el otro de suyo embiste, siendo el primero en hacer una sinrazón, movido a obrar por capricho y antojo.
11. En todas tus acciones y pensamientos pórtate como quien puede en el mismo punto salir de esta vida, si bien esto de salir de entre los hombres, si hay dioses, nada quiere decir, puesto que ellos ningún mal podrán hacerte; pero si no los hay, o si por más que los haya no cuidan ellos de las cosas humanas, ¿para qué quiero yo vivir en un mundo falto de dioses y sin Providencia? Pero los hay, y miran por las cosas humanas, dejando en nuestra mano el que no vengamos a incurrir en los que son verdaderamente males. Por último, si alguna de las otras cosas que se reputan por males fuese un verdadero mal, también habrían los dioses tomado sus medidas, a fin de que fuese libre a cada uno no caer en él.
¿Cómo podrá lo que no hace peor al hombre en sí mismo empeorar la vida del hombre? La Naturaleza del universo ni por ignorancia habría dejado de proveer de remedio para este mal, ni de propósito lo habría despreciado (cómo sin arbitrio para precaverlo o corregirlo), ni, en suma, habría cometido un descuido tan grande, o por falta de poder, o por falta de saber, como sería el que con suma confusión los bienes y los males fuesen igualmente comunes a buenos y malos.
La muerte y la vida, el honor y la infamia, la molestia y el deleite, la riqueza y la pobreza, no siendo cosas de suyo honestas ni torpes, sin diferencia acontecen a buenos