Gustavo tenía un perrito llamado Chispita que sus padres le habían regalado para su cumpleaños, junto con el siguiente consejo:
–Gustavo, Chispita es tu mascota, de modo que tienes que darle de comer y ponerle agua todos los días. Hace calor, y si no lo cuidas sufrirá sed.
–Sí, papá; lo haré –prometió Gustavo.
Los días fueron pasando, y Gustavo se iba olvidando de darle de comer y ponerle agua en el plato a Chispita. Solo se acordaba si los padres le decían que tenía que hacerlo. Una tarde, llegó Roberto, su amigo, trayendo un nuevo autito a pedal. Los muchachos jugaban a que estaban manejando un gran ómnibus. Hasta que comenzaron a sentir sed.
–Vamos a mi casa –propuso Gustavo–. Mi mamá nos dará limonada fresca.
Luego de darles limonada, la mamá le hizo acordar a Gustavo de darle agua a Chispita. Pero Gustavo se fue a jugar. A la hora de la merienda volvieron por unos sándwiches y más limonada. Nuevamente, la mamá le recordó a Gustavo darle agua a su perrito. Pero era tan divertido jugar que se olvidó.
Finalmente comenzó a atardecer, así que terminaron el juego y cada uno fue a su casa. En ese momento llegó el papá de Gustavo del trabajo, así que entraron juntos a la casa. Mamá los estaba esperando con la cena lista. Cuando se sentaron a la mesa, la mamá preguntó:
–Gustavo, ¿te acordaste de darle agua a Chispita?
–Mmm... no. Me olvidé –dijo Gustavo.
–Ven –dijo la mamá–, vamos juntos a ver a tu mascota.
Pobre Chispita. Estaba con la lengua afuera, al lado de su platito de agua... vacío.
–Hijo –dijo la mamá–, con el gran calor que hizo esta tarde tú recibiste una fresca limonada las veces que quisiste. En cambio, tu perrito se la pasó en el patio con mucha sed. Necesitas ser más responsable.
Gustavo comprendió que ser irresponsable perjudicaba a otros, y se propuso ser más cuidadoso y practicar la responsabilidad. Y tú, amiguito, ¿quieres ser responsable? Gabriela
(Adaptación del relato “Chispita” de Hildegard Stanley, El Amigo de los niños, año 6, cuarto trimestre de 1979, N° 4).
9 de marzo
Catalina Shelly
“Y el segundo es: Ama a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más importante que estos” (Marcos 12:31).
Esta historia ocurrió una tormentosa noche del 6 de julio de 1881 en Iowa, Estados Unidos. Catalina Shelly, de quince años, era la mayor de cinco niños que vivían junto a su mamá, que era viuda, en una casita en la ribera del arroyo Honey, al cual cruzaba un puente ferroviario.
A las once de la noche se escuchó un fuerte ruido proveniente del puente. Por la ventana entre los refucilos de los relámpagos, Catalina y su mamá pudieron ver el arroyo desbordado y el puente destrozado. ¡La locomotora de un tren de carga había caído al arroyo!
A pesar de la negativa de su madre, Catalina tomó un farol y se dirigió al arroyo. Se alegró al escuchar con vida al maquinista y al fogonero, que estaban agarrados a un árbol. Pero tembló al pensar en el expreso de medianoche. Si nadie se dirigía a la estación a detener el tren, mucha gente podría morir.
Catalina no lo dudó. Muchas vidas dependían de ella. Así, se dirigió a la estación. Para llegar, primero caminó dos kilómetros hasta otro puente sin barandas de 150 metros de largo sobre el río Des Moines. El solo hecho de cruzarlo de noche la hacía temblar. Cuando había recorrido unos metros, una fuerte ráfaga de viento le apagó el farol. Pero, a pesar del terror, el pensar en la gente del expreso le hizo sacar fuerzas de la nada y comenzó a cruzar el puente gateando, tanteando los durmientes. Las astillas comenzaron a lastimarle las rodillas y las manos. Era una carrera contrarreloj. Por fin Catalina pudo tantear que los durmientes tocaban tierra firme. Se paró y comenzó a correr a oscuras. Se cayó muchas veces, pero se levantaba y seguía corriendo, luchando contra el viento. A lo lejos divisó una lucecita proveniente de la estación. Con las pocas fuerzas que le quedaban, logró llegar y avisar del puente roto, justo cuando el silbato del expreso comenzaba a escucharse. Sin demora, el encargado de la estación agitó en medio de la vía un farol rojo para hacer detener el tren. Esa noche, Catalina salvó a trescientos pasajeros.
¿Qué habría sido de esas personas si Catalina no se hubiera sentido responsable por sus vidas y hubiera permanecido cómodamente en su hogar? ¡Es una bendición ser responsable! Cinthya
(Adaptación del relato “Catalina Shelly salvó el tren” de Virgil Robinson, El Amigo de los Niños, año 4, segundo trimestre de 1978, N° 2).
10 de marzo
La teoría de las ventanas rotas
“Por lo tanto, cuiden mucho su comportamiento. No vivan neciamente, sino con sabiduría” (Efesios 5:15, DHH).
En 1969, el profesor Zimbardo, de la Universidad de Stanford, realizó un experimento interesante. Dejó dos autos abandonados en la calle, dos autos idénticos, de la misma marca, modelo y hasta color. Uno lo dejó en el Bronx, por entonces una zona pobre y conflictiva de Nueva York, y el otro en Palo Alto, una zona rica y tranquila de California.
El auto abandonado en el Bronx comenzó a ser vandalizado en pocas horas. Perdió las llantas, el motor, los espejos, la radio, etc. Se llevaron todo lo aprovechable, pero no lo destruyeron. En cambio, el auto abandonado en Palo Alto se mantuvo intacto. Sin embargo, el experimento no finalizó ahí.
Cuando el auto de Palo Alto llevaba una semana impecable, los investigadores le rompieron un vidrio. El resultado fue que se desató el mismo proceso que en el Bronx, y el robo, la violencia y el vandalismo redujeron el vehículo al mismo estado que el del barrio pobre.
¿Por qué el vidrio roto en el auto abandonado en un vecindario supuestamente seguro es capaz de disparar todo un proceso delictivo? Porque transmite una idea de irresponsabilidad y desinterés, y eso rompe códigos de convivencia, dando la idea de que “vale todo”. Si se rompe un vidrio de la ventana de un edificio y nadie lo repara, pronto estarán rotos todos los demás. La teoría de las ventanas rotas fue aplicada pero a la inversa a mediados de la década de 1980 en el metro de Nueva York, que se había convertido en el punto más peligroso de la ciudad. Borraron grafitis, restauraron pisos y paredes, y mantuvieron limpia la estación. ¡Los resultados fueron maravillosos! Poco a poco, el metro se convirtió en un lugar seguro.
¿Qué podemos aprender de este experimento? Que si todos somos responsables por mantener nuestro hogar, escuela, plazas y parques en buenas condiciones, incentivaremos en los demás el sentido de responsabilidad por el cuidado de los espacios comunes. Por ello, no seas irresponsable, no tires basura en la vía pública, no escribas paredes ni bancos, no rompas nada, y si notas que alguien lo hace, colabora para limpiar y restaurar. ¡Pon en práctica el versículo de hoy! Gabriela
11 de marzo
Fui yo
“Quien encubre su pecado jamás prospera; quien lo confiesa y lo deja, halla perdón” (Proverbios 28:13, NVI).
¿Has notado que muchos niños tienen la costumbre de echar la culpa de sus errores a otros cuando en realidad son ellos los verdaderos responsables? Te doy algunos ejemplos:
Cuando