Anderson (1979) busca las causas del estado absolutista en la caída de ingresos señoriales y la lucha de clases, factores que decidieron, según su opinión, que la clase feudal compusiera una organización burocrática. Estos atributos se constatan. Pero el problema es que esa relación causal entre dificultades de la clase dominante y estado, establecida con abstracción de la cronología, del devenir histórico, no da cuenta del proceso formativo concreto del estado, cuestión que se fundamenta en el capítulo 3, y que ahora nos limitamos a contemplar desde el punto de vista metodológico.
En suma, Anderson ofrece un modelo compuesto por una integración de elementos históricos que no dan cuenta de la historia. Se acerca al plano real sin manifestarlo verdaderamente. Es en este punto donde la construcción modélica se aleja de los historiadores de oficio (y también de la epistemología de Marx), en la misma medida en que se acerca al tipo ideal de Weber.
Esta diferencia epistemológica entre dos padres fundadores de las ciencias sociales ha obtenido hoy un significado trascendental, aunque poco reconocido. Lejos de ser una diferencia diáfana, reina aquí la mayor de las confusiones, en buena medida debido a la simbiosis de categorías analíticas usadas por autores que se adhieren a uno u otro principio. El problema se traduce en un rechazo tácito, que se refleja en la indiferencia que sufren eximios representantes de la sociología histórica por parte de muchos historiadores, y no en un reconocimiento de las cuestiones gnoseológicas de fondo. Suele interpretarse ese desinterés por la falta de vocación teórica de los historiadores adiestrados en el positivismo, pero esa impronta positivista de origen no agota de ninguna manera la explicación. Veamos las bases del desencuentro.
La noción de tipo ideal se comprende si recordamos el regreso que intelectuales alemanes emprendieron, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, desde Hegel a Kant.[5] Kant tuvo un peso concluyente en la formación teorética de Weber.[6] El criterio filosófico liminar que hereda es que sólo podemos explicar en términos de leyes si aplicamos a los datos una forma conceptual preconcebida, por la imposibilidad de captar la realidad en sí misma; ésta sólo podrá captarse como es para nosotros. En el idealismo trascendental kantiano, el entendimiento es una facultad de conocer no sensible, y las cosas no pueden ser percibidas como son en sí. El entendimiento es una facultad discursiva que conoce por conceptos. Es ésta una idea ya presente en Descartes, Hobbes, Spinoza y otros, sobre que el objeto del conocimiento puede ser conocido por nosotros en la medida en que ha sido producido por nosotros.
Con estas bases, Weber emprende la construcción de sus síntesis conceptuales, específicamente destinadas a objetos delimitados.[7] Como se desprende de su propio enunciado, cada modelo está constituido por un alto grado de subjetividad, que el mismo Weber aceptó francamente. Es explicable. Si el problema consiste en observar el fenómeno, y seleccionar factores que se ponen en relación, la estimación de lo que se toma en cuenta y de lo que se deja fuera es, forzosamente, una elección. Con esto se suprimen los asuntos contradictorios, las impurezas que perturban una lógica unívoca, y el resultado es entonces percibido como pasible de aprehensión racional.
La subjetividad cognitiva se reproduce en el objeto construido, destinado a dilucidar el sentido de la acción social. Esto constituyó el desvelo de Weber, paradigmáticamente manifestado en su estudio sobre el empresario que, guiado por un deber ético, se consagra al ejercicio metódico de una profesión lucrativa (Weber, 1977). La preocupación se reencuentra, en su forma descarnada, en una diversidad de autores. Puede ser la acción de la nobleza organizando su estado (Anderson), la del individuo evaluando beneficios comerciales que determinarán su modo de producción (Wallerstein) o el campesino superando la falta de medios de subsistencia con la organización de su capitalismo agrario (Brenner, 1986a; 1986b). Todos evocan al hombre económico de Weber, que éste imaginaba puntual, diligente, moderado, y que, en la búsqueda de ganancia legítima, originaba su capitalismo moderno.
El énfasis en el pronombre posesivo manifiesta el carácter de la objetivación. Es un desprendimiento natural de la sociología interpretativa de Weber, y de la escuela kantiana de Heidelberg, que, rechazando las generalizaciones objetivas del positivismo, encuentra en la comprensión (Verstehen) de los comportamientos humanos el origen y la explicación causal de los fenómenos sociales. Aunque Weber fue una autoridad influyente, la densidad de sus escritos, incrementada con el tiempo hasta opacar su contenido, permite pensar que en la transmisión del criterio participaron otros autores como Durkheim, Parsons o Malinowski, sin descartar a figuras políticas de la socialdemocracia como Bernstein. Con estas diferentes versiones kantianas se explicaría satisfactoriamente la influencia, tan extendida, del sistema hasta la actualidad.
Weber ignora, con estos presupuestos, el problema de la objetivación.[8] Para los seguidores del paradigma, la objetivación es, a lo sumo, el resultado inmediato de una acción típica ideal. En Anderson, por ejemplo, la esencia está afectada por una doble subjetividad, en tanto modelo construido y en tanto ese modelo expresa inmediatamente la intencionalidad del agente. Wallerstein comparte el mismo principio epistemológico. Su economía-mundo es la sumatoria de la racionalidad de cada homo economicus que evalúa, a partir de costes y beneficios, las opciones más convenientes. Para Brenner, nada llevaba a romper la lógica cerrada de reproducción del feudalismo; se necesitó la elección racional de determinados agentes no feudales, compelidos a resolver su existencia económica, para organizar un sistema competitivo y especializado de reinversión y crecimiento. Esto fue un logro exclusivo de los yeomen ingleses que anularon la antigua lógica «chayanoviana» de subsistencia (con ello arrastraron a la gentry, que pasaba a obtener parte de la plusvalía como renta del suelo, a su transformación en empresarios capitalistas). En el polo opuesto, los campesinos franceses, casi propietarios, y no sometidos a las mismas presiones, permanecieron en una cómoda y pobre inmovilidad.
En su identidad con la teoría general que describimos, Brenner introduce un matiz diferente con relación a Weber, en lo que se refiere a la formación del capitalismo agrario, aunque no en lo que hace a la formación del estado, que brota, igual que para Anderson, directamente de la acción intencionada (ver, además de lo citado, Brenner, 1996). En el nivel económico, los individuos que deben enfrentar dificultades, y que por ello racionalizan su actividad, ponen en marcha de manera involuntaria una lógica capitalista de crecimiento autosostenido. El capitalismo, en consecuencia, se origina por la acción racional como situación dada, no como situación racionalmente buscada, como una consecuencia no intencionada de la acción de actores individuales precapitalistas (Brenner, 2001). Es por ello que el origen del capitalismo tiene, para Brenner, una dimensión contingente que explica la singularidad inglesa de su esquema. En ese rasgo accidental se inhibe captar el doble movimiento de reproducción y transformación de la estructura.
El modelo del sentido de la acción social nunca se confunde con la realidad; más bien mide el grado de desviación que tiene la realidad con respecto al modelo. Y la desviación puede ser absoluta.[9] Por ejemplo, la economía-mundo de Wallerstein se fundamenta en el desarrollo de los países que exportan manufacturas y el subdesarrollo de los exportadores de materias primas. De acuerdo con el esquema, que establece la taxonomía económica universal, las naciones escandinavas, Canadá o Australia, productores «desarrollados» de bienes primarios, sólo pueden ser entendidos como anomalías. Es el problema de la anomalía lo que justamente interesa, pero antes de considerarlo, veamos un aspecto adicional sobre estas posiciones.
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