Un década más tarde la crisis cuestionaba de manera práctica la teoría. Argentina, al igual que otros países de los llamados mercados emergentes, había cumplido los deberes exigidos, desde la reducción del gasto público, hasta un presidente tan inculto como los que suministra la familia Bush. Todo fue hecho según los expertos.
La débâcle revelaba, con inexorable crueldad, que el mercado no funcionaba en plenitud. Sin los subsidios que el capitalismo más desarrollado aplica a sus productos agrarios, es muy posible que la catástrofe argentina no se hubiera desencadenado, o por lo menos hubiera sido atenuada. Obviamente, era necesario salvar la ortodoxia de mercado encontrando a los culpables en los alumnos brillantes de años anteriores. Se olvida en esa acusación que el expendio de políticos corruptos es sólo una parte del problema. Si no nos dejamos impresionar por fuegos artificiales, no cuesta comprobar que el problema histórico del intercambio asimétrico ha vuelto a obtener vigencia. Su actualidad no presupone desconocer la marcha hacia la disciplina de los precios a escala mundial, hecho que traduce el vigor de la ley del valor mercantil. Implica, por el contrario, reconocer antiguos lastres políticos, opuestos a la lógica del mercado, que siguen actuando en la economía contemporánea. Son factores asociados a formas socioeconómicas y sociopolíticas tan diversas como los intereses gremiales de los empresarios o las románticas protestas populares por una restauración del aislamiento comunitario.
De la misma manera que el concepto de modo de producción capitalista condiciona el estudio de su formación, el concepto de estado moderno condiciona el estudio del estado absolutista. También es postulable la afirmación inversa y complementaria: el estado moderno se explica por el estado absolutista. Pero aquí las cuestiones están menos claras. Tenemos una larga tradición de estudios sobre el modo de producción capitalista en perspectiva histórica, desde las primeras manufacturas rurales. Se encuentra en Smith (1987), Marx (1976-1977), Dobb (1975), e incluso en Weber (1961), aunque fue un tema secundario para él. Gracias a estos autores podemos apreciar la ligazón histórica entre manufacturas e industria con la pervivencia modificada de categorías específicas.
El problema del estado moderno, como estructura devenida, en su relación dialéctica con sus precedentes institucionales, se encuentra en un grado muy inferior de elaboración. Se lamenta la ausencia de un tratamiento clásico. Marx no tiene una teoría histórica y sociológica sistemática del estado.[3]
Weber (1987) utiliza la historia sobre el tema para validar su formalista sistema clasificatorio universal.[4] Gramsci (1962, 1963) proporcionó indicaciones muy sugerentes acerca de las diferencias estatales entre Oriente y Occidente sin una verdadera exploración. Si la morfología del vértice político moderno en su nexo con las categorías precedentes es un prerrequisito para la comprensión de su propia historia, y estamos ante un vacío de interpretaciones, el tratamiento merece un capítulo especial. En el capítulo 2 se intenta organizar críticamente las interpretaciones heredadas, revisión que nos franquea el camino a las categorías vinculadas entre estado moderno y estado feudal. Con esto nos introducimos en el análisis del proceso constitutivo del vértice político castellano, que es, a su vez, indiscernible de la formación socioeconómica. Éste puede ser el momento para justificar la cronología inicial de estos estudios.
Hacia el año 1250 el cuadro histórico de Castilla ofrece rasgos relativamente estables, estimados en la larga duración, no muy distintos, además, de los de otras áreas de Europa occidental: consolidación del sistema feudal y de patriciados urbanos, circulación mercantil y monetaria en niveles considerables (para los marcos del feudalismo), vínculo de esa circulación con flujos externos, y apertura de lo que podría denominarse la fase decisiva de construcción del estado absolutista.
En la dinámica del feudalismo trataremos de captar la génesis del régimen capitalista de producción y los fundamentos del estado moderno como dos cuestiones interconectadas, dependientes de diversas y jerarquizadas cualidades sociopolíticas y socioeconómicas. Esa conexión entre génesis capitalista y centralización política no implica, sin embargo, relación causal. Dicho de otra manera, si bien el modo de producción capitalista y el estado moderno se originan en el mismo tipo de fenómeno, y necesariamente interaccionan, la producción capitalista no fue engendrada por el estado absolutista ni este último fue creado por el primitivo empresario de manufacturas. Así mismo, una vez que se logra observar el oscuro parto del capitalismo, surge la posibilidad de pensar en el sujeto de la transición. La lucha de clases es, hasta cierto punto, y a costa de una simplificación excesiva pero inevitable, un desprendimiento de este movimiento de la estructura. Cuando el nuevo empresario se impone transformar los elementos que rodearon su nacimiento (y que le permitieron su constitución como agente económico), se ve también la variedad de resoluciones no preestablecidas que hacen a la riqueza del análisis particular.
Este accionar del individuo establece el límite cronológico final del libro, hacia 1520-1521, con la sublevación de las comunidades de Castilla. En ese movimiento asoman fenómenos nuevos, como el potencial revolucionario del parlamento, la vigilancia de sospechosos, los juramentos de fidelidad a la comunidad, el terror en busca de unanimidad, la consigna de gobierno de los «medianos», la dialéctica entre represión y radicalidad, la reacción externa (de Portugal), el poder dual, la prefiguración programática de acciones, el deslinde entre extremistas y moderados en el seno de los revolucionarios, la dicotomía sectorial en la burguesía (la comercial de Burgos y la manufacturera del interior), la apelación jacobina a la «comunidad» contra la elite, el desconocimiento del rey como cabeza del cuerpo político y las oposiciones de clase con fronteras muy nítidas (ver Pérez, 1977). Estas cualidades, que enlazan el suceso con la Francia de 1789, justifican el corte. Surgía con los comuneros el sujeto de la revolución burguesa, aunque no apareciera como burgués.
En el plano comercial, 1520 también marca un corte. Después de esa fecha, comienza la incidencia de la conquista americana sobre el espacio europeo.
Esta demarcación temporal no comporta que los fenómenos aquí observados hayan caducado en los inicios de la modernidad. Por el contrario, desde el siglo XVI se consolidaban los estados feudales (Anderson, 1979), el capital mercantil (Braudel, 1984), el papel de los códigos de prestigio en la interacción social (Elias, 1993), la casa proto-industrial (Laslett, 1987) y otras cualidades inherentes a la época de estos estudios.
ACERCA DEL MÉTODO
En estos estudios la teoría no interesa menos que la descripción, aunque esa teoría no se formula apriorísticamente sino desde bases empíricas y herencias interpretativas. Los exámenes historiográficos, documentales y teóricos están aquí entreverados. Con la literatura histórica recibimos, además de información, problemas que impulsan nuevas lecturas de documentos, y llegamos muchas veces a reflexiones distanciadas de los puntos de partida. En ese momento de llegada no sólo nos es dado descifrar lógicas particulares que los textos encerraban; en este caso ha quedado al descubierto una lógica general que subyace en teorías examinadas. El epílogo del trabajo preside entonces la exposición: me esforzaré por mostrar en este prólogo esa lógica general compartida, que establece una diferencia esencial entre los estudios que aquí se ofrecen al lector, y los sistemas considerados.
En una porción importante de las tesis que se discuten, la idea kantiana, según la cual sólo podemos explicar la realidad si aplicamos a los datos una forma conceptual preconcebida, es el supuesto metódico, y se traduce en la construcción de modelos. Este procedimiento, característico de la sociología histórica, se aparta del oficio tradicional de historiador que se expresa en este libro. No se trata de instaurar un encono entre disciplinas y, ante todo, habría que reconocer en muchos practicantes de la sociología histórica