Esta nueva versión la expuse en seminarios de doctorado que dicté en 1998 en las universidades de Salamanca y de Cádiz, y en la École des Hautes Études en Sciences Sociales, París, donde fui director de estudios asociado. Mi estadía en la Maison des Sciences de l’Homme, que me permitió gozar de sus maravillosas comodidades, facilitó la preparación de este trabajo. Agradezco a su director, el profesor Maurice Aymard, que hizo posible esa estancia. Expreso también mi reconocimiento a la enriquecedora discusión que he mantenido con Guy Bois sobre el problema. Su disposición a participar en el seminario en el que expuse mi visión parcialmente diferente con respecto a la que él mantiene habla de su civilizado espíritu científico.
Establecida una serie de determinaciones estructurales, la acción de las clases se impone al examen. Es el tema del sexto capítulo. Mediante una mezcla de informaciones documentales y desarrollo teórico (inspirado en gran medida en Georg Lukács) discuto el enfoque de la escuela de historiadores marxistas ingleses, representado en el medievalismo por Rodney Hilton.
El trabajo surgió de una invitación a publicar que me formuló el profesor Julio Valdeón Baruque, de la Universidad de Valladolid, para la revista que dirige. No juzgué necesario introducir modificaciones a esa primera versión: «¿Tuvo conciencia de clase el campesinado medieval?», Edad Media. Revista de Historia, 3, Universidad de Valladolid, 2000, pp. 89-113. Fue reproducido en Razón y Revolución, 8, Buenos Aires, primavera de 2001, pp. 137-159.
Ensayé las elaboraciones de este análisis en un seminario en la Universidad Nacional de La Plata, donde asistieron, además de medievalistas, estudiosos de sociedades modernas y contemporáneas. Constaté entonces los beneficios de un comercio intelectual no limitado por la especialidad. También me beneficié en este estudio con los aportes de mi hermano, Rolando Astarita.
En el capítulo 7 expongo un esquema del comercio en el feudalismo y en la primera transición al capitalismo, en oposición a la teoría del factor mercado (Braudel o Wallerstein) y a la visión endógena (representada por Brenner). Fue publicado en inglés: «Asymmetrical Trade in the Feudal System and in the Early Transition to Capitalism», New Left Review, 226, 1997, pp. 109
119. Es conocido que la NLR, consagrada a estudios teóricos, no requiere citas a pie de página, y en este sentido se sitúa en las antípodas de los anteriores trabajos, en los que respeté el culto de los historiadores por permitir que se vislumbre la erudición. Se asemeja al capítulo, «Sicilia, Italia y Castilla». Surgido de conferencias que dicté en las universidades de Florencia y de Siena, fue publicado en la serie Lezioni / Strumenti 8, dipartimento di Storia de la Università degli Studi di Firenze, 1999, conservando el modo coloquial. Agradezco a mis colegas italianos, Giovanni Cherubini y Duccio Ballestracci, la oportunidad que me brindaron para esa primera exposición, y a Franco Franceschi su empeño en publicarla. La base empírica de estos dos últimos estudios se encuentra en mi tesis de doctorado (Astarita, 1992) y, en menor medida, en los capítulos anteriores.
Comparo en este último capítulo los resultados que obtuve de mis exploraciones sobre Castilla medieval con las investigaciones de Stephan Epstein sobre Italia. Epstein nos comunica con una isla neoclásica, que encontró en Sicilia en los siglos XIV y XV. En esta edición amplié consideraciones sobre Italia con el agregado de alguna precisión historiográfica. Para concretar este estudio gocé de la condición de investigador invitado de la Universidad de Salamanca en 1997. Expreso desde ya mi agradecimiento a mis amigos salmantinos, los profesores Salustiano Moreta, Ángel Vaca, José María Monsalvo, Guillermo Mira, Gregorio del Ser y Felipe Maíllo. Agrego especialmente el recuerdo conmovido de Ángel Barrios García, cuya temprana desaparición representa una sensible pérdida para el medievalismo.
En este estudio abordo de manera crítica el último modelo sobre historia económica medieval y transición, modelo que se contrapone al eje analítico marxista que defiendo. Necesariamente, por la amplitud de cuestiones que la comparación crítica implica, tuve que recorrer temas ya tratados en capítulos anteriores, aunque de manera más concisa. Dudé en incluir este capítulo en el que reiteraba ciertos conceptos, hasta que advertí las ventajas de una síntesis general.
DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO
Desde la década de 1950, cuando se abrió un debate internacional ahora famoso (el debate Dobb-Sweezy, ver Hilton (ed.), 1982), el problema del tránsito de un régimen de producción de valores de consumo a otro de valores de cambio se ha incorporado a la agenda de los historiadores socioeconómicos y sociopolíticos. Es el interrogante que se replantea aquí.
Este derrotero implica, necesariamente, tener una concepción de capitalismo. La idea que expusieron historiadores como Braudel (1984) y Wallerstein (1979a, 1979b), idea que se resume en la fórmula de «capitalismo es comercio», ha recobrado actualidad, en el cambio de milenio, con la «colonización neoclásica» (Fine, 1977). Una vez más reaparece el eterno hombre de mercado. El paralelismo con el actual discurso de los economistas no tiene nada de asombroso cuando la ciencia se adapta a las necesidades del capital. El análisis de Marx, recordémoslo, se sitúa en otra dirección.
Para Marx el capitalismo es una relación social de producción, y éste es el resultado en el que se inicia nuestra indagación del pasado. Nos disponemos a ver el momento histórico en que el poseedor de dinero comienza a comprar fuerza de trabajo, esa mercancía cuyo valor de uso posee la cualidad de ser fuente de valor, cuyo consumo efectivo es al propio tiempo materialización de trabajo y por consiguiente creación de valor. Trataremos de establecer cómo surge esa nueva forma de producción que, lejos de extinguirse, se proyecta a nuevos rincones del mundo. No es necesario leer a Hobsbawm para saber que nuevos países son sometidos al dominio del capital, en una marcha que se aceleró desde la segunda posguerra, y que formas patriarcales tributarias con base campesina desaparecen o se baten en retirada. La proletarización del intelectual, la desaparición del patrono independiente o del profesional, y la transformación de ambos en trabajadores que proporcionan plusvalía, el crecimiento, en fin, del trabajo productivo y de la acumulación capitalista, son fenómenos que se desarrollan ante nuestros ojos.
El capitalismo es una relación social, aunque no se reduce a una esencia relacional. Es también su automovimiento. Esta aclaración importa para el problema que deseamos abordar. La relación capitalista apareció en ciudades de Europa desde el siglo XII, cuando el maestro artesano perdía, por deudas, la propiedad de sus medios de producción que pasaban al mercader. Pero no surgió en esas ciudades el modo de producción capitalista.[1] El régimen corporativo impidió entonces que el beneficio pudiera reinvertirse en la producción. Buscaremos pues el origen del sistema fuera de ese brillante ámbito urbano; lo buscaremos en el espacio rural, donde no regía la restricción del gremio para la inversión. Surgió allí la industria a domicilio, y si bien esta forma tuvo un dilatado período de crecimiento extensivo, combinando modalidades de manufacturas centralizadas y dispersas, creaba también las condiciones para la mutación técnica.[2]
Si el capitalismo no se define sólo por el mercado, el mercado es, sin embargo, un problema central de su dinámica. Los ensayos sobre el tema que aquí