Una vez establecida la importancia de los conquistadores indígenas debemos considerar sus posibles razones para aliarse con los españoles. La visión colonialista ha descartado estas decisiones con dos argumentos: por un lado, son definidas como mezquinas venganzas tribales, como hace Enrique Semo; por el otro, son considerados ingenuos al haber tomado una decisión cuyas consecuencias terminarían siendo funestas para ellos mismos.
Según la primera versión, los pueblos indígenas de Mesoamérica tuvieron la grave deficiencia de ser incapaces de construir una identidad compartida y un sentido de lealtad mutua que les permitiera defenderse entre sí y confrontar juntos a los invasores extranjeros. Las decisiones de las diferentes personas y grupos que se aliaron con los españoles, desde la Malinche y las mujeres indígenas, hasta los totonacas de Zempoala y los tlaxcaltecas, son vistas como producto de este defecto esencial del mundo indígena, demasiado dividido y confrontado entre sí. La voluntad de Malinche, la adhesión política de los gobernantes zempoaltecas o tlaxcaltecas no son analizadas como actos racionales, sino convertidas en productos de las fallas estructurales de un sistema social considerado primitivo. Por ello son consideradas acciones comprensibles, pero en el fondo autodestructivas.
Según la segunda visión, ni los totonacas ni los tlaxcaltecas, y mucho menos Marina, sabían lo que hacían al aliarse con los españoles. Lo que es peor, no podían saberlo pues no tenían manera de comprender que, al abrir la puerta de su mundo a unos cuantos combatientes desarrapados, la estaban abriendo a España, a Europa y, tras ellas, a un inmenso universo de cientos de millones de personas con una insaciable demanda de trabajo humano y de metales preciosos, con incontables contingentes de guerreros y colonos hambrientos y desesperados, dispuestos a colonizar todas las tierras que encontraran, impulsados por una ideología religiosa agresiva y por un sistema económico que los hacían explorar, atacar, conquistar y dominar a cualquier pueblo con que se topara. Por ello, aunque su decisión de apoyar a los españoles contra los mexicas pudo haber sido correcta en el corto plazo y en el ámbito restringido del mundo mesoamericano, se reveló más tarde como un terrible error a un mayor plazo temporal y en la arena más amplia del mundo recién globalizado.
Con estos argumentos, la visión colonialista convierte a los aliados indígenas en una especie de tontos útiles que sirvieron a los intereses españoles y ayudaron a los expedicionarios por motivos defectuosos y por razones falsas. Por ello, ha sido tan fácil creer a Hernán Cortés cuando los presenta como simples instrumentos de su voluntad individual. Por ello, en verdad no importa cuánto se han esforzado los tlaxcaltecas en presentarse en el Lienzo de Tlaxcala como los conquistadores indígenas de la Nueva España; nosotros, los historiadores, sabemos que en realidad no podían más que obedecer a los designios del varón blanco Hernán Cortés y por ellos lo único que lograron fue ayudarlo a que conquistara México. Por eso su punto de vista no merece ser tomado en serio y es mejor descartar sus “ilusiones”, como las ha llamado Serge Gruzinski, o incluirlos, de plano, entre los vencidos.
Desde nuestra perspectiva de análisis, sin embargo, la negación de la importancia de los conquistadores indígenas debe ser considerada no sólo como una interpretación más de lo que pasó entre 1519 y 1541, sino como otro acto retroactivo de sometimiento y conquista. Al negar la importancia de sus aliados indígenas, los conquistadores buscaban exaltar sus propias hazañas y aumentar sus recompensas. Al magnificar retroactivamente su importancia y negar la de los indígenas, los historiadores españoles justificaban el dominio de los españoles durante el régimen colonial. Las versiones nacionalistas de la Conquista, que denigran a la Malinche y tildan a los tlaxcaltecas de traidores también han servido para justificar el dominio de las élites occidentalizadas sobre México tras la independencia. Negar la importancia de los aliados indígenas en la Conquista es otra manera de negar la importancia de los pueblos indígenas a lo largo de los siguientes cinco siglos. Por ello es imperativo proponer una interpretación alternativa que resulte al menos tan convincente.
Los posibles motivos de los aliados
En este capítulo no es posible presentar con detalle las motivaciones de cada uno de los sectores indígenas que se acercaron a los españoles. Mencionaré sólo algunas líneas de comprensión generales que pueden elucidar las acciones de los gobernantes y pobladores mesoamericanos.
La primera es comprender que los nativos de estas tierras negociaron con la alteridad radical de los españoles, sus cuerpos, utensilios, animales y tecnologías tan novedosos, el peligro también de su agresividad incontrolable, utilizando prácticas de intercambio y apropiación cultural que tenían cientos de años de existir en Mesoamérica. Entre ellas destaca la costumbre de intercambiar personas y bienes con los extranjeros, con el propósito de integrarlos a las redes de intercambio y humanidad mesoamericanas, de acuerdo con la lógica de la dádiva o del don imperante en las sociedades indígenas. Como en tantas otras sociedades humanas, dar un obsequio a otra persona o grupo servía para iniciar una relación duradera con ella. El receptor quedaba obligado a corresponder al presente en el futuro y por lo tanto contraía una especie de deuda con quien realizó la dádiva. Los regalos que dieron los indígenas a los españoles desde su llegada a estas costas, mujeres cautivas y mujeres nobles, alimentos y utensilios, joyas y tesoros, trajes ceremoniales y divinos, no eran testimonios de sumisión, como los interpretaron los españoles, y mucho menos productos de un ingenuo engaño que ellos creyeron perpetrar contra los indígenas al cambiarles oro por baratijas, una idea que no tuvo fundamentos entonces y que es increíble que siga repitiéndose en el siglo xxi. Eran más bien formas de involucrar a los recién llegados en las centenarias redes de intercambio que se habían construido en Mesoamérica y así domesticarlos y humanizarlos.
Para explicar esto es importante recordar que los pueblos mesoamericanos reconocían la existencia de tipos muy diferentes de deidades, seres humanos y animales, más allá de nuestra simple clasificación tripartita. Las diferencias entre estos seres no eran esenciales o predeterminadas, sino que se construían por diversos medios: las diferentes dietas, las diversas prácticas productivas, las tecnologías y la organización política modificaban la forma de ser y la corporalidad de los seres a lo largo de los años y de las generaciones. Por eso en Mesoamérica convivían diversos tipos de personas y pueblos. Los toltecas eran seres humanos con una dieta basada en la agricultura del maíz y el riego, tenían una cultura urbana sofisticada, con formas de gobierno y de religión elaboradas, con tecnologías y formas de expresión artísticas refinadas, y su corporalidad era definida por el autosacrificio, a la manera de Quetzalcóatl. Los chichimecas, por su parte, eran cazadores itinerantes o agricultores aldeanos, con una dieta basada en el consumo de carne y la cacería, con formas de gobierno y religión más sencillas, tecnologías y formas artísticas diferentes. A lo largo de los siglos estos tipos diferentes de seres humanos intercambiaron regalos de comida, de ropa, de mujeres, de tecnología y de otros bienes culturales que provocaron que los chichimecas se toltequizaran, lo que muchos historiadores han considerado una “evolución cultural” y han llamado “la aculturación de los chichimecas”, suponiendo equivocadamente que estas dos formas de ser humanos corresponden a los estadios evolutivos que reconoce la historia occidental. Lo que no suelen tomar en cuenta es que también los toltecas se chichimequizaron por medio de estos intercambios. El resultado fue que casi todos los pueblos indígenas que encontraban los españoles combinaban estas dos formas de ser, la tolteca y la chichimeca.
Sabemos que los mexicas y los otros pueblos mesoamericanos regalaron a los españoles bienes toltecas —maíz, telas de algodón y también códices— así como bienes chichimecas —carne, pieles de animales y armas. De este modo buscaban toltequizarlos y chichimequizarlos a la vez para incorporarlos a las centenarias redes de intercambio humano y cultural que habían construido los seres humanos de estas tierras y a sus culturas. Por el otro lado, al hacer suyos los alimentos, los nombres, las vestimentas y las armas de los españoles, así como sus dioses, sumaban un nuevo elemento cristiano a sus identidades complejas que integraban ya las formas de ser tolteca y chichimeca. Las historias tlaxcaltecas y las del autor texcocano Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, nos muestran que ambos pueblos estaban orgullosos de la identidad cristiana adquirida durante la conquista, pero para ellos se complementaba