La predominancia de Marina sobre Hernán Cortés ha sido confirmada y fortalecida de manera póstuma. En la memoria de la Conquista que construyeron los pueblos indígenas —y que pervive en el México de hoy en las danzas de la Conquista, en la tradición de los concheros y en las tradiciones orales y otras manifestaciones folclóricas— esta mujer nativa es generalmente un personaje mucho más importante que el varón español. A Malinche no sólo se le llama “reina”, sino también se le considera fundadora de linajes reales, diosa, padre-madre, y se le asocia con una de las montañas más altas del país, el cerro que lleva su nombre. En comparación, la fama y figuras póstumas de Hernán Cortés parecen insignificantes y sus restos han tenido que esconderse hasta el día de hoy.
En este sentido podemos afirmar que Malinche conquistó México y esta frase quedará cargada de una ambigüedad refrescante que puede desestabilizar toda nuestra visión de los acontecimientos. Si “Malinche” es Hernán Cortés se reafirma, al menos en parte, la visión colonialista, pero en cambio, si es “Marina”, esto nos permite vislumbrar la importancia de esta mujer y de otras figuras no reconocidas hasta hace muy poco: las mujeres nativas que acompañaron, alimentaron y cuidaron a los españoles durante la Conquista de México.
Los indígenas conquistadores
Otros personajes poco apreciados en los eventos de 1519 a 1541 son los indígenas conquistadores. Resulta sorprendente que estas figuras hayan sido especialmente ignoradas por nuestras historias de la Conquista cuando sabemos que la mayoría de los pueblos indígenas se aliaron a los españoles en las guerras, entre 1519 y 1541. Sabemos también que el ejército que sitió y tomó México-Tenochtitlan tenía por lo menos cien soldados indígenas por cada soldado español. Los participantes mesoamericanos en estas fuerzas aliadas, por lo tanto, no fueron ni vencidos ni aniquilados, como nos hace creer la leyenda. Por el contrario, vencieron y destruyeron juntos a los mexicas y a muchos otros pueblos enemigos mientras comenzaban a construir un nuevo mundo, que luego fue llamado la Nueva España, en el que se consideraban conquistadores, vencedores y actores fundamentales, y así lo fueron por muchos años.
En este espíritu, el Lienzo de Tlaxcala nos muestra las victorias militares comunes de los tlaxcaltecas y los españoles en la mayoría de sus escenas. Éstas comienzan con la masacre de la población civil en la gran ciudad y santuario de Cholula, en noviembre de 1519, y culminan con la conquista de Guatemala, del Mixtón y otras regiones distantes de la Nueva España, 22 años más tarde. En todas estas escenas aparece la figura temible de un caballero español con lanza que casi siempre pisotea a sus enemigos indígenas derrotados y descuartizados. Detrás, casi siempre detrás, al lado y a veces en frente de este personaje victorioso, se representan invariablemente a múltiples guerreros tlaxcaltecas que comparten y apoyan su victoria.
El jinete español no es el simple retrato de un caballero, se trata de un ser complejo, como la Malinche. En primer lugar, encarna a los capitanes de la expedición de 1519, a Hernán Cortés, pero también a Pedro de Alvarado y más tarde a Nuño de Guzmán. Asimismo representa al ejército español en su conjunto, por medio de una metonimia; es decir, simboliza el todo por una de sus partes. Representa finalmente a la figura sagrada de Santiago Matamoros, santo patrono de los guerreros cristianos en su guerra contra los musulmanes, en la península ibérica y luego contra los infieles en América. Como el propio rey de España era representado como Santiago, servía igualmente para representar el poder de la Corona. Así como Marina, la intérprete indígena se asimiló visual y narrativamente con la figura sagrada de la Virgen María y con el altepetl de Tlaxcala, en este caso, la figura histórica de Hernán Cortés y sus hombres se asimiló con la del apóstol Santiago y su culto guerrero y con la soberanía española. Así quedó sellada la alianza, el pacto religioso-histórico entre Tlaxcala y las dos principales deidades de los conquistadores, la Virgen y Santiago.
A primera vista, la preeminencia de estas dos figuras en el Lienzo de Tlaxcala parecería confirmar la imposición de la cultura española y la aculturación rápida e irreversible de los tlaxcaltecas. De hecho, George Foster argumentó que el éxito rápido de las creencias y rituales vinculados a la guerra española contra los musulmanes entre los indígenas mesoamericanos, parte de lo que él llamó “cultura de conquista”, fue un paso irreversible en su subordinación cultural a los españoles. Tal vez inspirados por esta misma convicción, Josefina García Quintana y Carlos Martínez Marín titularon en 1967 su erudito estudio historiográfico sobre el Lienzo de Tlaxcala, “La conquista de México por Hernán Cortés”.
Dejemos de lado esta visión purificadora y examinemos de cerca las redes que implicaron a indígenas y españoles desde antes y después de 1519. La confirmación más directa e incontrovertible de la importancia de los indígenas conquistadores es estadística. Según una estimación reciente del historiador inglés Matthew Restall, el ejército que sitió, destruyó y tomó México-Tenochtitlan en 1521 estaba compuesto por 200 soldados indígenas por cada soldado español. Aunque las fuentes históricas del siglo xvi no nos proporcionan cifras exactas, esta estimación no parece exagerada. Incluso si adoptamos una más moderada, cien indígenas por cada español, la conclusión sería la misma: más que hablar de un ejército o una expedición españoles es más exacto y justo hablar de un ejército indo-español.
Más allá de su número, los soldados indígenas en este ejército no eran simples ayudantes de los guerreros españoles, sino que cumplían funciones estratégicas esenciales. Eran los encargados de realizar las primeras cargas en las batallas, de derruir las edificaciones y fortificaciones enemigas, de construir las fortificaciones para proteger a los ejércitos indo-españoles, de tomar prisioneros a los enemigos y vigilarlos, y de cubrir las retiradas de los españoles. Además, las expediciones eran guiadas por exploradores y mensajeros indígenas, los únicos que conocían los intrincados caminos a través de poblados hostiles, bosques tupidos y sierras fragorosas. Incontables mensajeros y espías indígenas transmitían noticias entre las columnas expedicionarias y los asentamientos españoles, que eran pocos y muy distantes, y obtenían además información estratégica, cuidaban las retaguardias, etcétera. Por su parte, los gobernantes aliados aconsejaban a Hernán Cortés y sus hombres sobre las estrategias para enfrentar a los mexicas, les indicaban los pueblos amigos que podían dar refugio y comida a las tropas, elegían a los gobernantes y pueblos que podían convertirse en nuevos aliados, y los orillaban a atacar a quienes eran enemigos irreductibles. Es muy probable que la distinción entre amigos y enemigos obedeciera en primer lugar a los intereses y necesidades de los propios aliados indígenas, más que a los de los españoles.
Las tropas indígenas y españolas a su vez eran acompañadas y avitualladas por grandes contingentes de tamemes o cargadores, de mujeres y de servidores. Los relatos de los conquistadores españoles suelen exagerar sus padecimientos y trabajos durante las campañas militares porque eso les servía para demandar mayores recompensas a la Corona. Por ello omiten hablar de las mujeres que les preparaban sus alimentos, los cuidaban, aseaban y deleitaban sus cuerpos, de los tamemes que portaban sus bultos, de los