1519. Los europeos en Mesoamérica. Federico Navarrete. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Federico Navarrete
Издательство: Bookwire
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Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9786073045896
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el segundo, tras la victoria militar era frecuente que lo sustituyeran con otro miembro de su linaje pero que les fuera leal, generalmente un pariente de aliados indígenas conquistadores. Es más que probable que en cada caso fueran los tlaxcaltecas, y otros aliados indígenas de los españoles, quienes se encargaron de las complejas negociaciones políticas y de las intrincadas maniobras dinásticas que se requerían. Desde luego Hernán Cortés niega siempre esta influencia y se atribuye estas decisiones, pero ya conocemos sus razones.

      Después de la destrucción de México-Tenochtitlan, durante las décadas de los veinte y treinta del siglo xvi, los indígenas conquistadores, particularmente los tlaxcaltecas, fueron el sustento real y efectivo del nuevo régimen. En este periodo, los conquistadores españoles estaban enfrascados en constantes disputas internas y la distante Corona tardó en establecer las instituciones y fundamentos de su dominio colonial. Por ello, el continuado apoyo de los aliados en las campañas militares de conquista por todo lo que sería la Nueva España, y en la reconfiguración de la estructura política mesoamericana y lo mismo en el éxito del cristianismo, fue clave para que el dominio español pudiera mantenerse y no se colapsara.

      No hay que olvidar tampoco que una de las instituciones claves del gobierno colonial sobre los indígenas, la república de indios, según las ideas de Jovita Baber, puede ser considerada una invención tlaxcalteca también, pues fue ese altepetl en el que se constituyó de modo voluntario y espontáneo el primer cabildo indígena de América y demandó a la Corona el reconocimiento de su gobierno propio en esos términos legales españoles. Así sentó un precedente que fue retomado y aprovechado por los españoles para gobernar a los demás pueblos indígenas. Por ello podemos decir que cuando los tlaxcaltecas mandaron a pintar el Lienzo de Tlaxcala, en 1552, menos de una década después del fin de las largas guerras de conquista que habían durado 20 años, no exageraban al presentarse como el centro del nuevo orden político que habían ayudado a construir.

      Espero haber demostrado que la certidumbre aplastante que ha adquirido la victoria española no data de 1521, sino que ha sido producto de 500 años de historiografía e interpretaciones construidas dentro de la visión colonialista. No fue producto de una milagrosa victoria militar y política de Hernán Cortés, sino de procesos más largos y poderosos: la consolidación gradual pero implacable del régimen colonial que terminó por desarticular las redes de intercambio y poder que sustentaban a los poderes indígenas; la imposición violenta de la ortodoxia católica a lo largo del periodo colonial; la imposición igualmente intolerante de la lengua española y la cultura occidental en los últimos 200 años de la vida independiente de México.

      Sin embargo, el futuro no explica el pasado. A lo sumo podríamos proponer que la imposición gradual y acumulativa de la dominación colonial española, el debilitamiento de los mundos indígenas por las epidemias, la desarticulación de sus redes económicas, políticas y productivas y la integración irreversible de la Nueva España a las grandes redes comerciales y sociales de la primera globalización eran un futuro posible, pero no el porvenir deseado por Hernán Cortés y sus hombres entre 1521 y 1541. Los conquistadores y el propio Hernán Cortés murieron frustrados por no haber recibido las recompensas y riquezas que creían merecer y, sobre todo, porque el régimen señorial racista que querían establecer en tierras de indios —una especie de fantasía neofeudal en que ellos y sus hijos gobernarían sobre sus siervos indígenas durante generaciones— fue sustituido muy rápidamente por las estructuras centralizadas de la Nueva España.

      Al mismo tiempo, deberíamos reconocer que las acciones de la Malinche también podrían apuntar a un porvenir potencial y deseado por ella, una salida que la intérprete indígena esclava pudo haber imaginado para sí misma y para su mundo, como propone Camilla Townsend. No podemos conocer estas expectativas porque a las personas de su origen étnico, de su género y de su condición social, no se les ha reconocido nunca la capacidad o el derecho de enunciar un futuro propio ni en el mundo mesoamericano ni en el español, ni en el siglo xvi ni en el xxi. Pero su triple marginación, de género, de clase y de situación social, no significa que sus acciones carecieran de horizonte y de intención. Negárselo sería un nuevo acto de violencia racista, de género y social.

      En contraste, no nos puede caber mucha duda de que Tlaxcala protagonizó la gran guerra mesoamericana de 1519-1541 con el objetivo firme de convertirse en un nuevo centro político y religioso en Mesoamérica, en la sucesora de México-Tenochtitlan, como se presenta claramente en el Lienzo de Tlaxcala. Que ese destino no se haya cumplido cabalmente es otra historia y no explica ni invalida las decisiones y las acciones de los tlaxcaltecas durante estos años fatídicos. Si no escamoteamos a Hernán Cortés sus méritos a partir de la premisa de que el futuro que él avizoraba para sí mismo no se realizó, no lo debemos hacer con los tlaxcaltecas. Tampoco debemos dar por supuesto que los indígenas en general dejaron de tener futuro y se convirtieron en puro pasado a partir del 13 de agosto de 1521, como pretende la historiografía nacional mexicana a la luz de su imaginaria derrota.

      En suma, las acciones de los diferentes conquistadores, indígenas o españoles, estaban orientadas a sus propios futuros, enunciados o no, y esos porvenires, contrarios y plurales, han sido cumplidos parcialmente, negados en parte y modificados mayormente en los siguientes siglos. Sin embargo, no han sido extintos, aún hoy iluminan nuestra percepción de ese pretérito y lo vuelven inseparable del presente. La presencia de estos futuros no cumplidos pero tampoco abandonados, siempre llenos de potencial para explicar el pasado y el presente, no dejan que los eventos de lo que llamamos Conquista de México se vuelvan realmente pasado, que queden atrás de manera definitiva. Aun ahora, que se cumplen 500 años de los hechos, se pueden todavía buscar respuestas diferentes e imaginar porvenires distintos para poder mejorar nuestro pasado y volver a imaginar nuestro futuro.

      El concepto de conquista

      Mi última reflexión se centrará en el concepto mismo de conquista y su largo éxito en nuestra historia política. Podemos proponer que se trata de una combinación del concepto europeo medieval de conquista, en particular el ibérico, vinculado a la guerra religiosa con los musulmanes, con el concepto mesoamericano de tepehualli, en náhuatl, o tepewal, en maya quiché, una victoria militar vinculada también a una guerra sagrada. En ambas concepciones resultaban claves el uso espectacular de la violencia y la intervención explícita de las deidades acompañantes de los guerreros victoriosos, Santiago Matamoros para los cristianos, Huitzilopochtli para los mexicas o Camaxtle para los tlaxcaltecas. La interacción entre los españoles y sus aliados dio un nuevo alcance a este concepto intercultural al vincularlo con la guerra total que inventaron los españoles y los tlaxcaltecas entre 1519 y 1522. Así se convirtió en el fundamento de una estructura de poder centralizada y vertical sin precedentes en la historia meso­americana y dio pie al más prolongado periodo de paz en la historia de nuestro país, los tres siglos del periodo colonial.

      Sin embargo, creo que hemos sobreestimado el carácter cruento de este acuerdo entre los pueblos indígenas y los españoles, tal vez porque esa violencia brutal y espectacular sirve, una y otra vez, para confirmar la superioridad española y la derrota indígena. Por eso 500 años son tiempo suficiente para que exploremos otra posible interpretación del concepto y de lo que sucedió entre 1519 y 1541.

      En esta visión alternativa se debe enfatizar, en primer lugar, la importancia de las alianzas, la diplomacia, el intercambio cultural y la comprensión mutua, entre los factores que llevaron a la construcción de una nueva legitimidad política compartida entre españoles y mesoamericanos. Para hablar en los términos construidos por la memoria tlaxcalteca de la Conquista, hay que reconocer el papel fundamental de la Malinche, encargada de tender los puentes y negociar los acuerdos que construyeron el nuevo mundo.

      También es importante reconocer la capacidad que han tenido las y los mesoamericanos, como en el caso de los indígenas conquistadores, para incorporar a los españoles a sus redes sociales y culturales, para adaptarse a las nuevas realidades, para aprender lo que los europeos y los africanos tenían que enseñarles, para interpretar lo que aprendían de acuerdo con sus propios cánones, para cambiar y transformarse sin por ello subordinarse ni desaparecer en sus particularidades. Es gracias a estas habilidades, muchas veces sorprendentes, la mayor parte de las veces ignoradas o negadas, que siguen teniendo futuro propio en este siglo xxi. También