15 Véase Sud-América, 13 de julio de 1889.
16 Véase El Correo Español, 15 de octubre de 1892. Poco después circuló en Buenos Aires la “Cocaína Midy”, indicada para molestias en la garganta, laringe y boca; Semana Médica, Año IV, 182, 8 de julio de 1897.
17 Véase El Diario, 9 de diciembre de 1890.
18 Véase Sud-América, 28 de noviembre de 1889.
19 Véase Tribuna, 2 de enero de 1893.
20 Véase La Patria Argentina, 1 de julio de 1885.
21 Para luchar contra la dificultad de conciliar el sueño, los porteños podían también recurrir al “Elixir de Cloralamido de Gibson”; El Nacional, 8 de noviembre de 1890.
22 También los cigarros Joy eran vendidos como remedio contra el asma por esa época; véase El Correo Español, 3 de febrero de 1893.
23 Véase Sud-América, 10 de julio de 1889.
24 Véase Sud-América, 13 de julio de 1889.
25 La Semana Médica, 24 de diciembre de 1896, p. DCCCXX.
26 La Semana Médica, 2 de enero de 1896, p. XI.
27 La Semana Médica, 17 de enero de 1895, p. XXIV.
28 La Semana Médica, 15 de julio de 1897, p. CCCCXLVII.
29 La Semana Médica, 18 de noviembre de 1897, p. DCCXLIII.
30 La Semana Médica, 24 de junio de 1897, p. CCCCII.
31 A ese listado podríamos sumar los “Verdaderos Collares electro-magnéticos Royer”, indicados contra las convulsiones y para facilitar la dentición de los niños (El Nacional, 19 de agosto de 1889), o el “braguero electro-médico” de los doctores Marie (de París), “que contrae los nervios, fortalece sin conmoción y sin dolor, y asegura la curación radical” de las hernias; El Diario, 18 de marzo de 1891.
32 Quizá haya que encadenar la consolidación de ese mercado sanitario con la irrupción de una nueva entidad patológica: el consumo problemático o la adicción. Ramos Mejía acopió desde bien temprano (1884) informes referidos a estos nuevos consumidores de sustancias, con los que se topó durante su trabajo en el servicio de enfermedades nerviosas del Hospital San Roque (al respecto, véase infra, capítulo 5). El médico se detuvo sobre todo en los bebedores irreprimibles del bromuro de potasio (los “bromiómanos”), una droga muy usada en el tratamiento de la epilepsia, así como de la nerviosidad o la histeria (Ramos Mejía, 1889c; 1893b). El caso más ilustrativo es el del joven de 30 años, de buena familia, que tras años de intenso trabajo intelectual, comenzó a sufrir molestos síntomas nerviosos, característicos de la neurastenia (insomnio, palpitaciones, tedio, falta de memoria, cansancio, vértigo). Consultó a un médico, quien restó importancia al cuadro; “Pero como el paciente insistiera, recetóle una poción con bromuro de potasio” (Ramos Mejía, 1889c: 155). Ese fue el inicio de su calvario, pues de inmediato se hizo adicto a esa droga. Solía entrar a cualquier botica, pedir un frasco de su sustancia, y beber de un trago hasta la última gota. Otro paciente, un conocido abogado, había desarrollado una tan notoria dependencia al bromuro, que siempre llevaba consigo una botella con el medicamento. La sola conciencia de poseer su remedio en el bolsillo, bastaba muchas veces para devolverle la tranquilidad (Ramos Mejía, 1889c: 161). Su adicción había tenido un origen similar: una noche, luego de un baile en el Club del Progreso, se vio preso de tal excitación nerviosa, que un médico le recomendó la ingesta de bromuro de potasio; desde ese día fue incapaz de prescindir del elixir, al que llamaba “el agente vivificador de su vida”. Incluso la prensa general se hizo eco de esas nuevas adicciones. A modo de ejemplo, a comienzos de mayo de 1890 una mujer de 32 años ingresó al servicio de enfermedades nerviosas que Ramos Mejía dirigía en el Hospital San Roque; deseosa de combatir su asma, hacía tiempo había comenzado a consumir morfina por medio de inyecciones, y en el momento actual no podía vivir sin esa sustancia; “Un caso de morfinomanía en Buenos Aires”, Sud-América, 8 de mayo de 1890. Ya en 1886 Meléndez había tratado en el Manicomio a otro asmático que, a resultas de la prescricpión realizada por un facultativo, había desarrollado una triste adicción a la morfina. Alertada del hecho, la familia del sujeto lo obligó a suspender de improviso su consumo, a raíz de lo cual desarrolló un cuadro de excitación maníaca (Meléndez, 1886).
33 Meléndez, el gran alienista porteño de fin de siglo, supo captar con mucha sutileza el estigma que llevaba consigo el diagnóstico de locura. En uno de sus textos señaló: “Más de una ocasión me ha acontecido encontrar en la calle a un ex-orate, que no quiso mirarme a la cara, demostrando en su rostro la vergüenza de algo que ya pasó; y sin embargo, esa persona es uno de los locos que más trabajo me dió y el que me prodigó palabras más groseras y soeces, amenazó y escupió en la cara. Estas circunstancias no son las que le avergüenzan; es el recuerdo de la vesanía!” (Meléndez, 1881b: 243).
34 A modo de ilustración, cabe citar el negocio de Jorge Tuati y Cía., ubicado en Cerrito 158. Según el anuncio aparecido bajo el rubro “Electro-homeopatía” de la Guía Kraft de 1889, ese local oficiaba de “Depósito General de Electro homeopatía, botiquines, libros, vino puro de Jerez para enfermedades, Tratamientos especiales” (Guía Kraft, 1889: 398).
35 “Remedios secretos”, Sud-América, 6 de diciembre de 1890.
36 Según la fuente que estamos siguiendo aquí, esa farmacia fue pionera en una estrategia de marketing que interesa particularmente a nuestra argumentación: el servicio de reparto a domicilio (efectuado a partir de 1893 en un vistoso coche tirado por caballos, cuya fotografía puede ser consultada en [Anónimo, 1942: 11]). Ese servicio realzaba aun más, a nuestro entender, el estatuto de producto de consumo de las mercaderías despachadas en una farmacia; las transformaba en un objeto que uno podía recibir en su domicilio, anulando las mediaciones (guardapolvos, recetas, libros de registros) que recordaran su inscripción en un universo profesional sanitario.
37 Censo General, 1887, Tomo II, pp. 213-214.