Cuba sin ti. Rubén Cortés. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Rubén Cortés
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Философия
Год издания: 0
isbn: 9786078564453
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clases por televisión. En cada aula había aparatos y muchos maestros los encendían para ver la pelota junto con los alumnos. Pero él provenía de la disciplina férrea de las escuelas de los años 80 y no toleraba que prendieran la tele en horas de tarea.

      Recorrió las aulas un par de veces y otro maestro le contó que en la tarde dos muchachas habían reñido y una le había clavado un tenedor en la frente a la otra, sin daños serios. Además, que finalmente la policía tenía en sus manos a una joven que durante meses se había hecho pasar por una colegial para saquear los dormitorios de las escuelas de la zona.

      La verdad era que ya le agotaba trabajar con jóvenes y había pensado en impartir clases de enseñanza primaria. Los niños parecían ser más dedicados al estudio. Una investigación de la unesco situaba a Cuba en el primer lugar de América Latina en conocimientos de matemáticas y lectura de tercer grado, así como de matemáticas y ciencias de sexto grado, con cien puntos por encima de la media regional.

      Se dirigió a los albergues de las muchachas, que estaban vacíos hasta que terminara el horario de estudio nocturno a las diez de la noche, pero antes pasó a uno de los lavabos comunes y orinó cuidando de no mojarse los pies en los charcos de agua del piso. No podía ver casi nada, pues la única bombilla que colgaba del techo estaba fundida.

      Entró en un dormitorio de la planta baja. Del piso superior caían goteras, las ventanas estaban claveteadas con tablas de cajas de vegetales y las paredes desconchadas necesitaban una mano de pintura. Comprobó que todo estaba en orden y se encaminó a la puerta de salida otra vez.

      Pero antes el maestro observó las literas. Le gustaba detenerse a verlas. Estaban primorosamente tendidas con sábanas blancas y con toallas de colores alegres en forma de cisnes y patos. Sobre las almohadas había pequeños osos, perros y conejos de peluche.

      Parecían flores intactas después de un bombardeo.

      La hora del búfalo

      Le habían tomado el gusto a quererse entre los árboles, a pesar de que tuvieron que hacerlo por necesidad, después de que el gobierno obligara a los amantes a registrar sus fotografías, nombres y apellidos, estado civil, dirección y centro de trabajo en las casas de cita particulares y en las posadas públicas. Pero encontraron lugar en la floresta y hasta nombre le pusieron: “Hotel Yerbita”.

      Hacían el amor en cualquier oportunidad que pudieran robarle a sus labores como médicos, y a sus matrimonios, pues ambos eran casados. Pero preferían las primeras horas de la noche, en especial de la noche cubana que había descubierto José Martí en el monte de Oriente al volver a Cuba después de haber vivido, errante y enfermo, quince ininterrumpidos años de exilio.

      La noche bella no deja dormir. Silba el grillo, el lagartijo quiquiquea, y el coro le responde: aún se ve, la sombra, que el monte es de cupey y de paguá, la palma corta y empinada; vuelan despacio en torno las animitas; e los nidos estridentes, oigo la música de la selva, compuesta y suave, como de finísimos violines; la música ondea, se enlaza y desata, abre el ala y se posa, titila y se eleva, siempre sutil y mínima —es la mirada del son fluido: ¿qué alas rozan las hojas?, ¿qué violín diminuto, y oleada de violines, sacan son, y alma, a las hojas?, ¿qué danza de almas de hojas?

      Así la describió Martí en su Diario, acampando en Palmarito, 31 días antes de que lo mataran, entre los ríos Cauto y Contramaestre, de un balazo en el cuello, uno en un muslo y otro en el esternón. El doctor español Pablo Valencia le hizo la autopsia: “… estatura regular, delgado, pelo castaño oscuro y rizado, ojos claros, bigote fino y poco poblado (se lo había afeitado totalmente el 3 de marzo en Haití), nariz aguileña, orejas pequeñas y rostro ovalado…”.

      “Temperamento bilioso”, dictaminó Valencia, una forma de decir apasionado, que así era la persona más querida por los cubanos en el último siglo y que padecía perturbaciones gástricas y cardiacas, anemia, tuberculosis crónica, una fístula inguinal que nunca le cerraba, un testículo varias veces mal operado… un hombre pobre y menguado, que vivía gracias a una energía colosal y obsesiva: el amor a Cuba.

      Al anochecer, los amantes avisaban a sus casas de una guardia imprevista, una operación urgente. Y escapaban en el coche de ella, un Fiat que le vendiera el gobierno como premio por haber prestado colaboración internacionalista en Belice. Se iban a los bosques cercanos a la ciudad: en el abra de las tierras bajas del sur, donde el gobierno había soltado una manada de búfalos que le regalaron los vietnamitas a Fidel Castro en agradecimiento a tantos años de solidaridad y alianza política.

      Una noche el hechizo se rompió, por culpa de los búfalos: uno, grande y negro, estaba plantado en medio de la carretera y ella debió detener el coche en una maniobra de último segundo para no estrellarse contra la masa de 800 kilogramos, el peso que alcanzan los machos adultos de la especie introducida en Cuba, bubalus bubalis o búfalo asiático.

      Estaba oscuro, pero la pelambre del búfalo relumbraba, como platinada, porque todo el brillo de la luna parecía caer sólo sobre su lomo. Las luces del Fiat chocaban contra sus ojos y a éstos daban un aspecto siniestro. El animal avanzó hacia el coche y ella intentó conectar la marcha atrás, pero no pudo: sólo escuchó un mugido prehistórico mientras veía dos cuernos curvos que arrancaban de cuajo el capó.

      Antes de que se iniciara otro ataque, ella logró controlar el carro y huyeron. Luego supieron que su historia era común y que, además, tuvieron suerte. Una semana atrás, una pareja de búfalos había arremetido —y producido múltiples e irreparables abolladuras— a una guagua de transporte escolar que, felizmente, iba sin estudiantes. El chofer escapó de milagro. Los primeros búfalos habían llegado el 27 de julio de 1987.

      Eran 24 hembras y dos machos de la especie de río. En 1991 vinieron 460 de pantano, 60 de ellos machos, pero fueron escapando de las granjas y reproduciéndose en estado salvaje hasta sumar unos ocho mil ejemplares, que se convirtieron en el espanto de campesinos, choferes y alumnos de las escuelas en el campo: en su incontenible avance en busca de alimentos, arrasaban con cercados y cosechas, machacaban vehículos y dañaban casas, mataban perros y caballos, embestían a los monteros.

      Un médico veterinario había provocado el pánico al advertirles en la televisión a los matarifes clandestinos que abundaban en los campos cubanos, que los búfalos llevaban en la sangre de manera natural brucelosis y tuberculosis vacuna, enfermedades que se transmitían a los humanos aún cocinando o congelando la carne y cuyos microbios sólo se podían destruir con un producto industrial, imposible de reproducir en las cocinas domésticas.

      Sin embargo, Fidel Castro estaba contento con el regalo de los vietnamitas y en un discurso había asegurado: “Pueden desarrollarse perfectamente en los lugares bajos y ser productores de carne y de leche de muy alta calidad, al extremo que algunas marcas famosas de quesos en el mundo se producen con leche de búfala”.

      Castro también había tenido gestos de bondad con Vietnam. El 19 de junio de 2007, el periódico oficial Juventud Rebelde contó la historia de un agente secreto cubano que atravesó el mundo varias veces para llevarle al patriarca Ho Chi Minh unos botes de helado cubano marca Coppelia que el gobernante caribeño le mandaba al líder comunista.

      Había varias vías aéreas para llegar desde La Habana a Hanói y todas duraban casi dos días, con muchas escalas, en una especie de ruta no de la seda, sino del helado y de las ranas toro, pues Fidel Castro, a quien le preocupaba la alimentación de los soldados vietnamitas que luchaban contra las tropas estadunidenses, también les envió ranas toro vivas, convencido de que esos batracios tenían un gran valor proteico y eran capaces de adaptarse fácilmente en Vietnam, donde abundaban las lagunas y los arroyos.

      “No sé si las ranas toro las llevó el mismo compañero del helado, pero luego nos enteramos que quien lo hizo pasó las de Caín. En Moscú tuvo que meterlas en la bañadera del hotel, para luego pescarlas una a una y seguir viaje”, reveló en la misma edición de Juventud Rebelde la periodista Rosa Miriam Elizalde, quien trabajaba en la Oficina de Información del Consejo de Estado.

      Fue después de aquello que el jefe de la Revolución cubana recibió los búfalos, con la idea de que constituyeran