Cuba sin ti. Rubén Cortés. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Rubén Cortés
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Философия
Год издания: 0
isbn: 9786078564453
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varias generaciones y era respetado por todos. Además, dominaba la rutina, como en la clase de ese día, cuando después de pasar la lista encargó una tarea a sus alumnos y los dejó libres. Luego de almorzar en la escuela quería visitar a su hermano, entrenador de boxeo en un centro deportivo y a quien no veía desde hacía un par de semanas.

      Salió del aula y enfiló hacia el comedor por un extenso pasillo. De un lado corría una pared tapizada de letreros y carteles pintados con brocha gorda. Del otro, la libertad de un terreno de béisbol y una cancha de baloncesto. El maestro leía los rótulos, aunque los conocía de memoria. Estaban bien escritos y, en ocasiones, lindamente ilustrados o con fotografías en colores. Además, era curioso que siempre hubiera uno diferente.

      “En esta hora, voluntad de héroes” —leyó—, “Las cinco batallas que integran la batalla de ideas”, “La fuerza del Che está junto a todo ser humano que se resista a perder la esperanza a esta hora”, “Hasta la victoria siempre”, “El trabajo es de los que se sacrifican”, “La sociedad en su conjunto debe de convertirse en una gigantesca escuela”, “No hay mayor honra que la de ser un combatiente por la salud”, “La juventud, alegre pero profunda”, “Y me hice maestro, que es hacerse creador”, “Ser maestro es la poesía del deber”, “Por el poder de erguirse se mide a los hombres”, “En Cuba sobra coraje”, “Patria es humanidad”, “La Revolución es igualdad y libertad plenas”.

      Al final encontró algo nuevo: una cartulina refulgente, con una fotografía de Fidel Castro vestido con un traje deportivo y un ramo de rosas rojas en las manos, sentado de perfil, delante de un gran óleo de José Martí. Tenía un título en notables letras rojas: “Consejos del Comandante en Jefe”. Y, debajo, un texto: “No caer en simples consignas…”.

      * * *

      Al salir de la escuela, el maestro tomó un carro tirado por caballos, un medio de transporte público socorrido desde que el 9 de noviembre de 1989 el último martillazo contra el Muro de Berlín paró de tajo la llegada de petróleo, autobuses, maquinaria, alimentos y de todo lo habido y por haber desde la ex Unión Soviética y el desaparecido campo socialista, con los que Cuba mantenía el 90 por ciento de su comercio.

      El país estaba cubierto de tecnología del tiempo soviético, que ya era casi chatarra. Pero, así y todo, por esos días el jefe de la misión comercial rusa en La Habana, Oleg Podelko, había declarado exultante: “Un 70 por ciento del mercado cubano está orientado a nuestra tecnología y eso representa un gran potencial y despierta el interés de los empresarios rusos”.

       El cochero utilizaba la batería de un automóvil para hacer funcionar un equipo de sonido del que salía a todo volumen la canción del momento, “Mala leche”, del grupo local Moneda Dura, otro de los favoritos de la juventud cubana.

      Un caballo de color marrón jalaba con comodidad la carreta bajo el suave sol del invierno cubano, que al mediodía aparecía en el cenit rodeado de un puñado de nubes blanquísimas. El maestro imaginó que el disco amarillo parecía allá arriba un gran huevo estrellado en medio de unas límpidas claras.

      Mientras, el disco de Moneda Dura consumía energía a chorros de la batería improvisada:

      Somos una masa de grasa y acero

      somos como vacas que se apuran hasta el matadero

      somos las hormigas que van al agujero

      somos una brasa de fuego

      Y todavía me encuentro con gente que vive

      para ponérmela más mala

      gente que no habla, sólo que te ladra

      gente que escupe las palabras

      Si yo no te hago daño, no es pa’ que te despeches

      si yo no te hago daño

      ¿cuál es tu mala leche?

      Al maestro le simpatizaba el grupo y se alegró cuando a fin de año había triunfado en los Premios Lucas, otorgados a lo más popular de la música cubana. Además, el cantante era hijo de un amigo de la casa. Su canción preferida era “Tercer Mundo”, aunque no se la sabía muy bien. Siempre la tarareaba en el baño, pero sólo recordaba el arranque: “Bienvenidos a esta fiesta, donde todo está roto, donde nadie despierta, donde todo el mundo habla con la mitad de la lengua, bienvenidos a esta fiesta”.

      Le daba igual no conocer el resto. Era un cubano atípico: poco musical, desganado para el ron y malo en el baile. Más bien resultaba un cubano anticuado con sus guayaberas blancas y su gusto por los paisajes de palmas reales y por irse al campo los domingos con su hijo Rubén y su sobrino Alejandro a cazar tomeguines, sinsontes y azulejos.

      El maestro llegó al gimnasio en el momento en que los púgiles tomaban un descanso. Su hermano, un par de colegas y los jóvenes peleadores comentaban la noticia del día: los peloteros Yadel Martí y Yasser Gómez habían abandonado la isla en una embarcación y estaban en un lugar desconocido intentando llegar a República Dominicana para buscar convertirse en profesionales.

      Martí y Gómez, jugadores de Industriales y de la selección cubana, ya habían sido sorprendidos antes al pretender abordar un bote para abandonar ilegalmente el país por Ciego de Ávila, motivo de que se encontraran excluidos de los campeonatos nacionales.

      En los últimos tiempos, las cuentas no les salían a algunos deportistas cubanos de talento sobresaliente, campeones olímpicos o mundiales, quienes recibían un estipendio mensual de 200 cuc. Uno de ellos, el jonronero Alexei Ramírez, escapó y en menos de un año consiguió un salario de 4.75 millones de dólares por cuatro temporadas como jardinero de los Medias Blancas de Chicago en las Ligas Mayores de Estados Unidos.

       Uno de los boxeadores del gimnasio, un negrito fuerte que pesaba 60 kilogramos, había intentado sin éxito irse en una lancha. Pero no lo sancionaron —como a los peloteros Martí y Gómez— y seguía entrenando sin problemas.

      Aunque no todos los deportistas pensaban en dinero. Al peso pesado santiaguero Michael López un rival le había propuesto que se dejara ganar durante una Copa Mundial a cambio de 20 mil dólares y el cubano se negó, por lo cual recibió un homenaje político y una felicitación oficial al regresar a la isla. Pero Michael ya había tenido que dejar de pelear, pues cumplía una pena de cárcel por romperle el maxilar a un joven al calor de una pelea callejera. Y su cuñado, otro pugilista estelar, también purgaba prisión por pegarle en una trifulca a un tipo que al caer tuvo la mala suerte de matarse, al chocar su nuca contra el borde de la acera.

      Mijail, el hermano de Michael, era flamante campeón olímpico de los superpesados en lucha libre en los Juegos Olímpicos de Pekín.

      Las prácticas se reanudaron y el maestro no podía dejar de admirar el tesón y el denuedo de los boxeadores cubanos, los mejores del mundo amateur, sin duda alguna, aunque se preparaban en condiciones pobres: por costal tenían una llanta de camión; por suiza, un trozo de soga; por ring, unas tablas viejas cubiertas de lona. Aun así, en las Olimpiadas de China el equipo cubano había sido el más afortunado al ganar ocho medallas de once disputadas, a pesar de verse obligado a recomponerse en pocos meses porque sus principales peleadores estaban separados del deporte por cometer indisciplinas o haber escapado del país para convertirse en profesionales.

      El maestro volvió a casa, se bañó, se quedó en shorts y camiseta y cenó. Se sentó junto con su esposa y su suegro a ver la programación nocturna del canal 57, uno de los cinco canales de la televisión cubana, que era su preferido porque transmitía durante las 24 horas espacios de Telesur, Venezolana de Televisión, Televisión Española y Discovery Channel. No se había acomodado todavía cuando un chispazo de la mente le recordó que era su noche de guardia en la escuela.

      A la esposa le disgustó la repentina desmemoria del marido y creyó advertir una cana al aire en el ambiente. Antes de que se armara la bronca, el maestro se vistió de prisa, agarró la bicicleta china Forever de su suegro y llegó a la escuela en media hora. Los alumnos terminaban de cenar y su función consistía en ocuparse de que hicieran tarea durante dos horas en las aulas, además de revisar la limpieza