Cuba sin ti. Rubén Cortés. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Rubén Cortés
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Философия
Год издания: 0
isbn: 9786078564453
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música activados por baterías de coche, desbordaban los parques, drenaban las playas, invadían los cementerios: era un hechizo de colosales proporciones.

      En medio de la resaca corrosiva que vivía la gente tras la sobredosis política del caso Elián, aquel fenómeno popular fue aprovechado por el gobierno para paliar la abulia: durante los tres primeros meses de 2001, “Un montón de estrellas” salió al aire 123 veces en Radio Ciudad de La Habana, 21 en Musicales Habana, 21 en Radio Cadena Habana, 151 en Radio Progreso o 25 en Radio Taíno, según reportes de las radiodifusoras.

      La exposición fue tal, que el periódico El Invasor, de Ciego de Ávila, advirtió que Polo Montañez saturaba al público: “La radio lo pone las 24 horas sin que haya balance entre uno y otro programa. Los bicitaxis escandalizan las madrugadas con “Un montón de estrellas”, al igual que las discotecas y otros lugares públicos y hasta la televisión, que lo pone nada menos que a continuación de un video de la bailarina rusa Maya Plisétskaya”.

      El musicólogo Pedro Díaz no lo veía igual: “Polo transmite una imagen de absoluta sinceridad y cuando canta es como si cantara un vecino del barrio y eso gusta a la gente, le comunica cercanía y autenticidad”.

      El primer día del 2002, Montañez dio un concierto ante 50 mil personas en la esquina de mi casa en Pinar del Río. Yo regresaba de madrugada a México y había preferido dormir un rato, pero terminé escuchando el concierto bajo el cocotero del patio, sugestionado por aquel feeling afable y espontáneo que hacía pensar que Polo estaba cantando para ti, solamente para ti.

      Todo por unas cuerdas

      Polo animaba, con su grupo Cantores del Rosario, los días y las noches de los turistas en el hotel Moka, así como en el pintoresco caserío de Las Terrazas, ambos enclavados en la Sierra del Rosario, a unos 60 kilómetros de La Habana. Pero no tenía dinero para comprar cuerdas profesionales de guitarra y usaba unas fabricadas con cables de frenos de motocicletas rusas. Un día bajó a comprarle algunas a un artesano, que las hacía en un pueblito cercano a San Cristóbal, y se enamoró de su esposa. Polo y la mujer del artesano, 20 años más joven, se enredaron en un amor furtivo hasta que el marido se marchó a Miami y ellos decidieron vivir juntos.

      Corría 1997 y dos años después la mujer decidió reunirse con su esposo en Miami. Entonces Polo le escribió “Un montón de estrellas”. “Era una mujer delicada, de muchos conocimientos, leía mucho, muy instruida y muy fina. Fue una persona que me ayudó mucho”, le confesó al periodista cubano Ismael León Almeida.

      Sin embargo, alguien de Las Terrazas le contó también a Almeida que en realidad aquella mujer “hizo pasar mucho trabajo a Polo”. Según esa persona, “ella era superficial, miraba a todos como si no existieran y no se subía a camiones de vacas para transportarse, como todos los cubanos; sólo quería automóviles. Polo ni pensaba en ser famoso, pero debía sacar dinero de abajo de la tierra para darle gusto; ella tenía influencia sobre él”.

      Polo la acompañó al aeropuerto de La Habana el día en que partió al exilio. La vio subir por la escalerilla del avión, vestida de blanco, y le comentó a una amiga de ambos: “Ella se lo buscó… y se lo perdió”. Y tuvo razón, pues después de ese día la vida se convirtió para él en un cuento de hadas.

       José da Silva, un empresario francés nacido en Cabo Verde y dueño del sello discográfico Lusáfrica, lo escuchó en el restaurant El Cafetal Buenavista, cerca de Las Terrazas, y al otro día se lo llevó a los estudios Abdala, en La Habana, para grabar Guajiro natural, que en pocos meses ganó un disco de oro y otro de platino —que antes sólo habían conseguido dos cubanos, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés— y convirtió a Polo en el músico del momento.

      Sin embargo, mientras el gobierno les permitía a Silvio y Pablo importar coches de modelo reciente, comprar mansiones habaneras o ser propietarios de empresas particulares, Polo Montañez se debía de transportar en carros de caballo porque no tenía permiso oficial para adquirir un auto.

      Al final le dejaron comprar un Hyundai el mismo día en que le comentó a Abel Acosta, director del Instituto Cubano de la Música, su deseo de dar conciertos en todo el país y donar el dinero de la recaudación a las escuelas provinciales de arte: del 3 al 30 de abril de 2002 se presentó en cada una de las 14 provincias cubanas y reunió en total a un millón y medio de espectadores, más del 10 por ciento de los habitantes de la isla.

      A pesar de no haber surgido de la política cultural oficial —“tenía que perder los trabajos para poder asistir a un festival”—, aprendió pronto a acomodarse con el patrioterismo y la ideología de barricada, como demostró en su forzada advertencia en la canción Guajiro natural: “Puedo montar un avión / siempre voy a regresar / conmigo no hay confusión”.

      Y luego musicalizó “Regresaré”, un poema escrito en la cárcel por Antonio Guerrero, uno de los cinco cubanos presos en Estados Unidos por espiar a grupos anticastristas de Miami. Curiosamente, en la despedida del duelo en sus propias honras no se escucharon canciones suyas, sino ese poema, declamado por estudiantes de arte.

      Lo del guajiro con sombrero también fue una simulación de Polo posterior a la fama, pues ninguna antigua foto suya lo mostraba con esa prenda tan característica del campesino cubano: “Nunca me quito el sombrero. Yo soy yo con mi sombrero y mi cubanía, es parte de mi cuerpo, algunas veces hasta me lo dejo, porque no me percato, creo que si me falta, entonces no soy yo”, declaró al periódico 26, de la provincia cubana Las Tunas. Pero Polo mentía, por supuesto, porque la verdad era que Polo se ilustraba rápido y no tenía nada de tonto. Como le confesó al periodista Jorge Smith: “No te creas, yo me hago el bobo. Pero no lo soy”.

      ¡Y claro que no lo era!, pues a pesar de no ser músico profesional, tuvo la habilidad de hacer música toda la vida y esperar su momento artístico sin tener que trabajar en serio. Siempre se las apañó para escurrir el bulto: “Ordeñé vacas, corté monte, hice de topógrafo, fui soldado, chofer, sereno, electricista… cambiaba muchísimo de trabajo, lo mío, lo mío era la canturía”.

      Había nacido el 5 de junio de 1955 en El Brujito, un escondido y profundo paraje de la serranía pinareña cuyo paisaje permanece tal y como lo describió en 1839 el pinareño Cirilo Villaverde, en Excursión a Vuelta Abajo: “A un lado y otro se ven dos enormes montañas que, habiéndose separado describiendo un círculo espacioso, dejaron en medio a la entrada y como atalaya, la colina de que hablo y un gran valle cual la palma de la mano, de llano, para volver a acercarse al Oeste, en donde principia la angosta garganta, o única senda practicable, un cuarto de legua más adelante, camino a la Vuelta Abajo”.

      Salir de El Brujito resultaba difícil, por lo que fue hasta 1960 que Polo Montañez quedó inscrito como Fernando Borrego Linares en el poblado de Candelaria, donde el 25 de diciembre de 1926, en una casa que después la Revolución convirtió en oficina de correos, había nacido uno de los músicos cubanos más importantes de la historia, Enrique Jorrín.

      Jorrín fue el creador del chachachá y también autor de la canción estrella de ese ritmo, “La engañadora”, que fundía la historia de dos mujeres: Una mañana de sábado de 1950 en La Habana vio a una dama despampanante que caminaba por las calles de Infanta y Sitios y a la que un hombre le gritaba: “Oye, ese cuerpo no es de verdad, es de goma”. Jorrín recordó que por Prado y Neptuno solía caminar una mujer de brazos delgadísimos, piernas flacas y cintura desproporcionada. El músico siempre pensó que se rellenaba y ese día, con la imagen de Infanta y Sitios en la mente, le salió, de un tirón “La engañadora”. Jorrín la grabó con la orquesta América en la empresa Panart, que le pagaba un centavo por cada disco que se vendiera, y tuvo tanto éxito que con el dinero de esa canción se compró en dos meses un carro del año que le costó dos mil dólares.

      Muerte en la carretera

      Polo Montañez le había celebrado los 15 años a una vecina suya de San Cristóbal en el Círculo Social Obrero José Luis Tassende, de La Habana, y regresaba al pueblo en su coche, acompañado de su esposa, Adys García, un hijo de ésta, la festejada y otra vecina.

      Eran casi las ocho de la noche del miércoles 20 de noviembre de 2002.