Finalmente, quisiera volver sobre la pregunta importante: ¿qué ocurre con el rol de estas élites en el proceso que hemos estado llamando “el surgimiento de la polis” a partir de Victor Ehrenberg (1937)? Parece existir un consenso universal en que no debemos conceptualizar este proceso de formación de un tipo muy específico de organización sociopolítica como un desarrollo evolutivo unidireccional y uniforme de un conjunto de instituciones y procedimientos similares –en otras palabras, un proceso de diferenciación institucional en el que una élite como colectivo fuera, por así decirlo, desempoderada poco a poco por un cuerpo ciudadano cada vez más consolidado–. Por un lado, este proceso fue mucho más complicado y variado debido a las propias características del grupo estamental de los “aristócratas”, como se mencionó previamente. Por otro lado, este proceso ciertamente tuvo un amplio espectro de repercusiones para la situación de estos aristócratas y cambió su libertad de acción de muchas maneras. En cierto modo, el surgimiento y la estabilización de las instituciones centrales de la polis y la concomitante consolidación de los cuerpos ciudadanos deben considerarse como una respuesta indirecta a la perturbación permanente generada a través de la competencia y las luchas de poder entre los aristócratas, que cada vez más se consideró como un factor principal en la crisis desestabilizadora de las comunidades8. Estas comunidades y sus instituciones nacientes tomaron el centro del escenario en el sentido pleno de la metáfora –un lugar exclusivo, en el que se discutían todos los problemas y se tomaban soluciones vinculantes en procedimientos formalizados de decisión mayoritaria; vinculantes también, y sobre todo, para los aristócratas–9. En los procedimientos legislativos, electivos y de resolución de conflictos, las asambleas populares, los consejos y los magistrados tenían que cooperar a través de procedimientos firmemente institucionalizados. Actuar por mano propia, de manera personal (self-help), por ejemplo, bajo el modo de la venganza de sangre, fue reprimido paso a paso. Para los aristócratas, las posiciones de liderazgo en las instituciones nacientes como los consejos y las magistraturas fueron de particular importancia. Al principio, estas posiciones fueron, ciertamente, ocupadas por aristócratas que eran lo suficientemente influyentes como para hacer frente a las ambiciones de los competidores y para impulsar exitosamente su reclamo a estas nuevas posiciones de preeminencia. Fue la feroz competencia entre los aristócratas lo que llevó al establecimiento gradual de reglas formales vinculantes, que regulaban cantidades, cualificaciones, procedimientos de nombramiento, duración, funciones y competencias de los cargos. En muchas poleis se establecieron sanciones y penalizaciones con el fin de disciplinar a los aristócratas, que intentaban recurrentemente eludir restricciones tales como la prohibición de la iteración y la continuidad en los cargos o que transgredían los límites de sus competencias. Procesos regulares y formalizados de rendición de cuentas complementaban la amplia escala de procedimientos por los cuales la comunidad de la polis controlaba a los magistrados. Obviamente, todas estas regulaciones buscaban limitar la concentración y la acumulación de poder en manos de los magistrados aristocráticos10.
Como consecuencia de su carácter específico, las élites fueron incapaces de reaccionar colectivamente a los múltiples vientos de cambio. Fueron más bien aristócratas individuales los que, a su manera, asumieron los nuevos roles que acabamos de mencionar. Algunos de ellos intentaron construir relaciones especiales con el conjunto de los ciudadanos, con el objetivo de obtener una posición de preeminencia entre ellos. Sin embargo, el hecho de que las magistraturas estuvieran generalmente organizadas de manera colegiada y con una corta duración hizo que, por lo general, estos cargos anuales no devinieran, al menos en un principio, en un objetivo importante ni mucho menos principal o incluso exclusivo de la competencia aristocrática. Muchos aristócratas deseaban un poder personal irrestricto y permanente –me refiero a tiranos como Cipselo en Corinto y Pisístrato en Atenas–11. Otros intentaron erigirse en líderes de la ciudadanía a través de una batería de medidas y reformas que paradójicamente aceleraron la institucionalización y consolidación del cuerpo ciudadano –los reformadores, árbitros y legisladores atenienses Solón y Clístenes son buenos ejemplos–12. Es esta amplitud de posibles reacciones al proceso de formación de la polis lo que subraya la fuerza de los aristócratas individuales y la debilidad estructural de las aristocracias como colectivos, y esa es una de las características básicas de la “edad de la experimentación” griega.
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