Estamos tratando, entonces, con una élite sobre todo económica en Corinto. Sin duda, los miembros de este grupo compartieron muchas prácticas universales de distinción social con las élites helénicas de otros lugares; de hecho, entre variadas características, la práctica de alianzas matrimoniales translocales entre las élites fue no solo una práctica universal común sino una herramienta real para respaldar la noción de lazos más estables más allá de los límites de la ciudad. Además, sus contactos comerciales a distancia los hicieron parte de una red vibrante y horizontal de comunicación e intercambio a lo largo del Mediterráneo –el tipo de conectividad que se ha incorporado a la agenda académica en los últimos años con tanta fuerza paradigmática y que ha cambiado profundamente nuestra comprensión del trasfondo de la cultura helénica en su contexto mediterráneo–. En nuestro intento de rastrear las características de las élites corintias, debemos reconocer que el gobierno de la élite en el Istmo se basó en la riqueza a partir de la propiedad de las tierras locales y las actividades comerciales conectadas por tierra y mar.
Por ende, las élites corintias estuvieron conectadas por todas partes. Al mismo tiempo, su discurso local estuvo dominado por la idiosincrasia local. Como señaló Jonathan Hall, las leyendas de fundación corintia se formaron deliberadamente con elementos narrativos y exposiciones que resaltaban la conexión profunda e innata entre los corintios y su tierra. Las principales sagas enfatizan el papel del lugar en sí, y se regían por la idea de que los corintios estaban ligados al suelo. La tierra no fue solo el telón de fondo de la historia, su escenario físico, sino que proveyó el significado social. Ya apuntamos cómo el mito de Pirene proporcionó un vínculo entre el pueblo y el lugar, y cómo esta conexión se articuló mediante una casa de la fuente monumental. Además, Píndaro habla de los corintios como “hijos de Aletes” (Olímpicas, 13.14) que, desde el siglo V a.C., se consideraba el padre de la fundación mítica de la ciudad. Aletes no solo ocupó la tierra alrededor del Istmo, sino que también introdujo las ocho phylaí que ya mencionamos. Ambas acciones –ocupación de la tierra e introducción de las phylaí– resaltaban el vínculo entre el pueblo y el lugar. El análisis de Jonathan Hall del mito de fundación revela cómo recién a fines del siglo VI la saga de Aletes fue realineada con el gran ciclo dórico, el regreso de los Heráclidas. Y, como parte integral de la narrativa dórica universal, Aletes siguió siendo siempre un héroe local, una figura que proporcionó orientación y sentido a quienes vivían en su reino: la tierra corintia y las phylaí. La saga de Aletes, por lo tanto, parece haber sido un relato decididamente local –significado local no solo localmente acotado, sino, más ampliamente, conformado por el horizonte local y lleno de ese significado, inspirado en la noción de lugar como un dominio fuente que proporciona un propósito para las interacciones comunales diarias–. Podríamos preguntarnos qué relato fue más importante para los corintios en sus interacciones cotidianas y en la conducta religiosa en particular, en las que las élites participaban: ¿la supersaga dórica o la leyenda local de Aletes? (Hall, 1997: 56-65; cf. Salmon, 1984: 38-54).
Aprovechando las circunstancias específicas de su ciudad –su ubicación, los rasgos físicos del lugar– las élites corintias establecieron un robusto conjunto de tradiciones, actitudes e idiosincrasias locales: desarrollaron una epistemología artesanal extremadamente exitosa, que fue su industria cerámica; con esto, alimentaron una ideología cívica particular que apreciaba la artesanía y el comercio en vez de menospreciar estas prácticas; tuvieron su propio mito fundacional basado en la tierra, algo que tácitamente aumentó el prestigio de quienes poseían la tierra; y tal vez incluso tuvieron un sabor decididamente local: les encantaba el besugo salado. En resumen, y a pesar de todas las redes y la conectividad, la jerarquía social y la distinción se rigieron por prácticas que estuvieron profundamente arraigadas en, e inspiradas por, el horizonte local. A menudo se considera a Corinto una ciudad conectada por excelencia, pero insto a que tengamos precaución aquí: por mucho que los corintios y sus élites se involucraran en lo que Irad Malkin ha llamado Hellenic Wide Web, ellos siguieron gravitando en torno a la órbita local del Istmo, y al propósito que esto trajo a sus vidas (Malkin, 2011; Malkin, Constantakopoulou & Panagopoulou, eds. 2011).
Es interesante cotejar con otras ciudades griegas de las inmediaciones y comprobar allí también cómo las élites estuvieron sujetas a narraciones, idiosincrasias y epistemologías que fueron igualmente locales. Por ejemplo, en la vecina Megara, el entorno discursivo siguió un régimen de distinción social sustancialmente diferente: la práctica decisiva allí para asegurar la riqueza no fue la propiedad de la tierra a gran escala sino la crianza de ganado y todo lo que esta cadena productiva implicaba, desde la gestión del rebaño y el pastoreo hasta la esquila y el hilado, para diseñar un vestido de lana especial que fue reconocido en toda la Grecia clásica por su alta calidad, el khlanís megárico. La competencia local implícita con Megara casi seguramente inspiró el engrandecimiento de la Casa de la Fuente de Glauco en Corinto en el siglo VI a.C., demostrando una habilidad local similar a la que fue necesaria para construir la Fuente de Teágenes en Megara (o viceversa, dependiendo de qué casa de la fuente fuera más antigua) (cf. Beck & Smith, eds. 2018). Considérese asimismo el caso de las élites sicionias, que se hallaban en competencia abierta con Corinto por la producción cultural y artística de todo, desde el modelado en arcilla hasta la escultura en bronce y la pintura (cf. Ziskowski, 2016). Al otro lado del Istmo, al este, las élites gobernantes de Egina operaron en un entorno discursivo plenamente local; las Odas de Píndaro cantan muchísimo a su mundo (cf. Burnett, 2005). Y al sur, las élites de la gran ciudad de Argos, que actuaron a través de un vasto conjunto de idiosincrasias locales en cultura, política y aglomeración social, tenían evidentemente su propia visión del mundo, suscitando un conjunto de habilidades bastante diferente, o Könnensbewusstsein (cf. Bearzot & Landucci, eds. 2006).
No podemos profundizar en el rico cuerpo de evidencia para cada uno de estos ejemplos. En cambio, me gustaría insistir en la noción de diversidad local y detenerme en sus consecuencias. Las élites de la Grecia clásica estuvieron bajo una inmensa presión. Las cambiantes circunstancias en la política y la sociedad, provocadas por la gobernanza completamente desarrollada de la polis, sus instituciones, reglas, procedimientos, establecen parámetros totalmente nuevos para las agencias de élite. En los siglos VII y VI, sus ideologías formativas fueron fundamentales para el surgimiento de la comunidad como tal. Sin embargo, a mediados del siglo V esta relación se derrumbó. Ya mencionamos la desaparición de kalokagathía como un eslogan para presumir distinción. Al mismo tiempo, las escenas de simposio retrocedieron dramáticamente en el canon de exhibición visual en los vasos, y lo mismo ocurrió con la participación en la competencia atlética. En resumen, los valores comunales de la polis de los hómoioi y los ideales cívicos de los polîtai no solo se habían emancipado de los de “los pocos”, “los mejores”, “los hermosos”; se habían convertido en un desafío abierto, si no en una amenaza para el gobierno de las élites.
¿Cómo las élites lidiaron con el cambio? Una estrategia en el camino hacia el ajuste fue presentarse como líderes, o garantes, de un entorno discursivo local totalmente nuevo. Esto se ha visto mucho en política. Por ejemplo, la célebre ley de ciudadanía de Pericles de 451 a.C. es considerada por muchos como un intento de comprometer la conectividad de amplio alcance de las élites gobernantes; sus lazos familiares; sus redes extrapolíticas de apoyo y éxito; el prestigio que esto traía. En este sentido, se sumó al gran proceso de convertir a las élites aristocráticas conectadas del período arcaico tardío en las élites locales de la polis de esa época (Blok, 2013; 2017).
Pero Atenas es solo un ejemplo entre muchos y, en cualquier caso, el discurso local es más profundo que la fuerza de la ley. Desde finales del siglo VIII en adelante, las ciudades-estado que se multiplicaron rápidamente a lo largo de la Grecia egea desarrollaron un profundo sentido del lugar, un apego al horizonte epicórico y a la tierra como su escenario central. Los habitantes de Corinto, Megara, Argos y otros lugares desarrollaron su propia sociología epicórica, lo cual significa que vivían en mundos vitales llenos de orden y significado que tenían una naturaleza genuinamente local. En sus