Es notable comprobar cuán anónimas resultan las élites de la Grecia clásica en nuestras fuentes. Hacen política, por supuesto, pero no de manera explícita, y ciertamente no con mano dura; esto habría puesto en peligro la idea de igualdad. No es casualidad que virtualmente ninguna de las grandes familias aristocráticas de la era arcaica tardía sobreviva hasta el siglo IV a.C., en cualquier lugar de Grecia. Si se percibe alguna continuidad familiar, esto estuvo favorecido por la acumulación de prestigio social y, más decisivamente, de capital económico. En otras palabras, existe una gran división entre las élites de la era arcaica y las del mundo helenístico. Mientras que las élites arcaicas eran familias aristocráticas por excelencia, clanes gobernantes con los que sus comunidades como tales estaban por completo amalgamadas, las élites helenísticas eran élites cortesanas o líderes de comunidades locales que no tenían ningún poder político translocal. Intercaladas entre estos extremos, las élites de la Grecia clásica enfrentaron el desafío de situarse en un mundo gobernado por ideas de igualdad cívica. Las prácticas universales de distinción continuaron siendo formativas, como el simposio, por caso. Al mismo tiempo, sus valores e ideologías, por ejemplo, el cambiante concepto de kalokagathía, fueron constantemente sondeados y torpedeados por discursos que no solo estaban fuera de su control sino también más allá de la capacidad de las élites para dirigirlos. ¿Cómo navegaron las élites de la Grecia clásica en las corrientes del cambio (Bourriot, 1995)?
Volvamos a nuestros corintios consumidores de besugo. Su ciudad ocupaba un lugar agradable. Situado en un lugar que conectaba la ciudad con las principales rutas de tráfico por tierra y mar, el propio centro urbano de Corinto estaba ubicado en un lugar perfecto. Desde el extremo inferior de la ladera norte de Acrocorinto hacia el área del ágora emergente, el asentamiento se extendía a través de una serie de terrazas de piedra caliza que permitían un fácil acceso a las vetas de agua inferiores. El sitio no solo era rico en recursos agrícolas de las tierras circundantes, sino que tenía abundantes suministros de agua y materiales para la construcción. El desarrollo del asentamiento fue impulsado por el triángulo típico de nucleamiento urbano, permeación espacial de la khóra y politización de las estructuras de poder. Desde la era arcaica temprana, podemos rastrear la aparición de ejes de conexión entre varias concentraciones de casas y tumbas en el interior del país que facilitaron e intensificaron el intercambio. Estas rutas y caminos iniciales hablan de un crecimiento de los asentamientos a través no solo de la extensión del núcleo urbano sino también de la incorporación continua de grupos de casas que evolucionaron a lo largo de dichos caminos. Al igual que las rutas de procesión a lo largo del campo en otras ciudades, esas arterias de tráfico expresaron y, a la vez, inspiraron un robusto sentido de territorialidad entre los viajeros cotidianos4.
Se desconoce cuándo este sentido de apego a la tierra se tradujo en una nueva organización integral del territorio de la polis de Corinto, pero no estaríamos mal orientados si ubicáramos el proceso general en algún momento entre fines del siglo VIII y comienzos del VII a.C., cuando Corinto estuvo bajo el gobierno de la célebre familia de los Baquíadas y, posteriormente, de Cipselo y su dinastía. Durante el predominio de las Baquíadas (ca. 747 a 657 a.C.), los arqueólogos pudieron rastrear tanto una separación notoria de espacios de la polis como una concentración creciente de estructuras monumentales. En la estrecha meseta al oeste del centro urbano tardío, un creciente distrito industrial, el llamado Barrio de los Alfareros, señala el comienzo de una especialización artesanal; la industria cerámica local pronto se convirtió en una actividad de referencia, que se suma al establecimiento de una identidad lugareña particular. En el centro de la ciudad se llevaron a cabo varios proyectos para proteger los suministros de agua con paredes terraplenadas monumentales y la consolidación de manantiales naturales mediante la construcción de estructuras y cámaras de suministro (la llamada Fuente Ciclópea). Aproximadamente al mismo tiempo, la remoción parcial de la Colina del Templo en el corazón de la ciudad permitió la construcción de uno de los templos de piedra más antiguos y presumiblemente más impresionantes de la Grecia de ese momento, adornado con elementos arquitectónicos significativos y de una escala considerable (Dubbini, 2016: 52-57).
Estos proyectos continuaron bajo los Cipsélidas (657 a 580 a.C.), aunque también se les dio un nuevo giro permitiendo la articulación creciente de una identidad local distintiva, expresada en la semántica del lugar. Por ejemplo, los lazos con Apolo y Delfos, tan manifiestamente importantes para Cipselo, fueron destacados mediante una continua ampliación del santuario en la Colina del Templo. El Manantial de Pirene recibió su primer entorno arquitectónico completo, sustituyendo la Fuente Ciclópea. Presumiblemente, la renovación se inspiró en, y a la vez inspiró, la leyenda local de Belerofonte y su domesticación de Pegaso mientras el caballo bebía de un pozo –el propio Manantial de Pirene que localizó la tradición, avalando y enriqueciendo dicha tradición con los apoyos de un lugar concreto–. El tema aparece de manera diversa en la iconografía de las producciones de cerámica local de esa época. Lo más probable es que los espacios delineados para actividades gimnásticas se establecieran bajo el propio Cipselo; por ende, en un momento en que las actividades atléticas, militares e iniciáticas afloraron con fuerza en la cerámica corintia.
El estilo de vida masculino de la élite asociado con esta imaginería se complementa con animadas muestras también de distinción femenina: el llamado tema Frauenfest [fiesta de mujeres; n. del tr.] en la cerámica corintia media, particularmente destacado en los vasos de los años 600 a 575 a.C., representa en líneas simples a mujeres que bailan con guirnaldas. Las imágenes recurrentes indican que “en Corinto, las mujeres que bailan, a veces en asociación con las procesiones, fueron una característica central del culto de las mujeres” (Dillon, 2002: 130). Aunque las mujeres y las jóvenes también bailaban públicamente durante los rituales religiosos en otras ciudades, la relevancia del Frauenfest en los medios públicos indica que la actividad siguió una idiosincrasia local: era “un aspecto importante e intrínseco del ritual de culto” en Corinto (Dillon, 2002: 130; Jucker, 1963). Al igual que la exhibición de la virtud masculina, las escenas muestran una habilidad local notable que se revela también en el mito local del avance del conocimiento y la capacidad –el tipo de Könnensbewusstsein [conocimiento de habilidades; n. del tr.] (Meier, 1978) que une a los miembros de una élite local en el acto de tomar conciencia de sí mismos y de distinguirse de los demás, tanto dentro como fuera de la polis–. A juzgar por su narrativo mundo visual, las élites locales de Corinto en la era arcaica tardía se veían a sí mismas como insuperables5.
Después de la expulsión de los Cipsélidas, Corinto fue gobernada por una oligarquía moderada que gozó de una notable estabilidad (Píndaro, Olímpicas, 13.6). En el período clásico, el territorio se dividía en ocho distritos (mére) que estaban relacionadas con ocho phylaí; efectivamente, estas sirvieron como grupos de inscripción para el cuerpo ciudadano. Las phylaí se subdividían en dos hemiógdoa cada una (“semi-ochos”), que, a su vez, comprendían un número desconocido de triakádes. La principal unidad de gobierno era una boulé formada por ciudadanos de todas las phylaí, hemiógdoa y triakádes (Grote, 2016: 145-161). Sería engañoso buscar paralelos exactos con las trittýes y phylaí atenienses, pero el modelo corintio revela obviamente una interacción similar entre la política y la permeación del espacio. Al igual que en el Ática, y presumiblemente un poco antes, la tierra y el pueblo de toda la Corintia fueron integrados en una ciudad-estado coherente y territorializada. La unificación espacial no solo impuso actitudes territoriales en el interior, sino que también balizó las reivindicaciones sobre la tierra frente a las ciudades vecinas (Morgan, 1994; Pettegrew, 2016; Dubbini, 2016).
Dada la gran cantidad de información que tenemos sobre la historia de Corinto en los siglos V y IV a.C., asombra comprobar lo poco que sabemos sobre la sociedad y la política domésticas. Hans-J. Gehrke (1986: 128-133) ha conjeturado que los terratenientes agrarios fueron la fuerza impulsora detrás de los asuntos de la ciudad; gran parte de la extensa khóra parece haber estado en