Intriga en Los Laureles. Francisco José Nesbitt Almeida. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Francisco José Nesbitt Almeida
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9781953540591
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      —Te amo.

      Subió a la camioneta con claras muestras de estar aguantando el llanto. Fabián se quedó al lado de su abuela mirando cómo se alejaba el vehículo y se veía claramente el rostro triste de Paulina mirando por la ventana trasera.

      Hubo pocas palabras durante el trayecto hasta el aeropuerto; Paulina pensaba en las maravillosas semanas que había pasado al lado de Fabián y Jean Claude pensaba en que por fin había ya separado a su hija del peón de la Hacienda de su suegro y en el fructífero negocio que había iniciado con el caporal del lugar, gracias a lo cual había decidido no hablar con su suegro de un nuevo préstamo, por el momento.

      Fabián llamó a la puerta de la biblioteca y don Luis le ordenó pasar; el muchacho muy entusiasmado le mostró en su computadora un programa que Paulina había diseñado para controlar el número de vacas con las que contaban, cuántas parían por año, el sexo de las crías, las fechas de parición, en su momento el peso para saber su incremento; también podían llevar un control con respecto a la pastura, los granos e incluso los gastos de los diversos combustibles necesarios para el mantenimiento y debido desarrollo de los trabajos de la hacienda; el hacendado estaba maravillado de lo que habían logrado esos dos muchachos en tan solo unas semanas. Fabián se comprometió con su patrón a que poco a poco cargaría la información en la computadora, para lo cual, según le dijo, sería necesario cabalgar diariamente para contar y saber con exactitud el número de animales con los que contaba Don Luis; hacer un inventario de pastura, granos e incluso herramientas existentes en la Hacienda para así iniciar con un control a detalle del negocio.

      —Entiendo que Manuel tiene en su cuaderno anotado todo lo que necesitas

      —Pues si me lo puede facilitar sería más fácil, pero de todas formas quisiera comparar lo que él tiene anotado con lo que yo vea en los campos, ¿qué le parece?

      —Si tú así lo quieres hacer, adelante; le diré a Manuel que me preste sus apuntes para que tú los transcribas en la computadora.

      —Comenzaré cuando usted diga, don Luis.

      —Ese es mi muchacho.

      Don Luis mandó llamar a Manuel y en cuanto se presentó en la biblioteca, le solicitó todos los apuntes que tuviera respecto al ganado, argumentando que solo quería revisar cómo iba todo; esto para no quitarle importancia al caporal y para que supiera que Fabián desde ese día llevaría las cuentas y el control de los animales de la hacienda en una computadora.

      Las siguientes semanas, Fabián se encargó de cabalgar a lo ancho y largo de los terrenos propiedad de don Luis, contando y recontando cada una de las cabezas de ganado, llevando inicialmente un registro escrito en una libreta, que por las noches transcribía en su computadora. En varias ocasiones se desconcertó debido a que de un día a otro no coincidían algunos números y lo más extraño es que cada vez que encontraba un error, este era con un número menor al de de las cabezas de ganado que había contado anteriormente. No dio mucha importancia a la situación, pues era muy difícil contar el ganado suelto en el campo, tal vez debería esperar a que se juntara el ganado para trabajarlo y ahí sería cuando a ciencia cierta tendría los números correctos.

      Por su parte, Paulina en la capital asistía diariamente a las clases de su último curso antes de viajar a Francia y en cuanto daba la hora pactada con Fabián, puntualmente encendía su computadora para ponerse en contacto con el muchacho; se contaban lo que hacían día a día y de esa manera ella se enteró y se alegró al saber que su abuelo estaba muy orgulloso del programa que había hecho para ayudar la administración de la Hacienda y más gusto le daba que ya se estuviera poniendo en práctica. Los muchachos comenzaron a hablar del futuro, de lo que harían cuando Paulina regresara de estudiar en Europa dentro de poco más de un año. Fabián planeaba hablar con don Luis de su deseo de comenzar a comprar unas cuantas cabezas de ganado y solicitar su autorización para que pastaran en un pequeño potrero que pocas veces era utilizado debido a su lejanía con respecto a las casas y corrales de la Hacienda; Paulina lo apoyó e incluso le dijo que si su abuelo se negaba, ella misma hablaría con él y lo convencería.

      —Si tú le llamas, sería como desarmarlo —contestó Fabián—, eres su consentida

      —Jajaja.

      Desde su oficina en la empresa de transportes en la capital del país, Jean Claude Dumont llamaba una vez por semana a Manuel Licón, al teléfono celular que le había proporcionado para saber cómo iba su negocio y al colgar con él, siempre llamaba al dueño de una empacadora en el norte del país para corroborar que lo dicho por el caporal coincidiera con la realidad y así poder llevar cuentas claras de las ganancias. Jean Claude había hecho trato con un viejo conocido en su viaje a la ciudad en compañía de Manuel semanas antes. El caporal se encargaría de sacar el ganado de la Hacienda Los Laureles, encorralarlo cerca de ahí para proceder a embarcarlo en un pequeño y viejo camión propiedad de Dumont que transportaría a los animales hasta los corrales de la empacadora y una vez ahí, los animales serían sacrificados de inmediato, sin papeleo alguno para que su carne fuera vendida junto con la carne de los cientos de animales que se adquirían lícitamente, no dejando así huella alguna de la existencia de la operación irregular; los pagos se hacían mediante depósitos en efectivo a una cuenta abierta en la capital por la secretaria de Jean Claude Dumont, a nombre de ella. Jean Claude tenía pensado liquidar, en aproximadamente un año, con las jugosas ganancias, el pasivo pendiente de pago al banco y liberar así la hipoteca existente sobre las oficinas y bodegas de su negocio, la cual ya se encontraba en proceso de demanda en un Juzgado de la capital.

      Ya en el mes de febrero don Luis dio la orden a Manuel de juntar todo el ganado en los corrales de la Hacienda para contar las vaquillas que se venderían ese mes, ocultándole al caporal que otro de los motivos era realizar un conteo general, que debería coincidir en mucho con los números de Fabián. La orden fue puesta en marcha de inmediato, por lo que se convocó a los trabajadores de la hacienda para indicarles que al día siguiente deberían ensillar a primera hora para comenzar a juntar el ganado, lo cual tomaría varios días. Pero tal situación siempre alegraba a los trabajadores, ya que sabían que al terminar la corrida, como agradecimiento por su trabajo extra, el patrón mataba una vaquilla y repartía su carne entre todos ellos.

      Días después se presentó Manuel en la casa grande y dijo al patrón:

      —Todo el ganado está ya en los corrales, señor.

      —¿Seguro que es todo? —indagó don Luis.

      —Seguro, patrón, ya cabalgamos cada rincón del terreno y no queda ni una sola cabeza de ganado fuera de los corrales.

      Ya con todo el ganado junto, comenzó el trabajo en los corrales y don Luis ordenó a Fabián que no se separara de su lado; se separaron las vaquillas para venta y, con posterioridad se contó una a una las cabezas de ganado de la hacienda Los Laureles, cosa que no se había realizado desde hacía años. Esto obviamente sorprendió a Manuel Licón, pero él estaba seguro que no sucedería nada ya que no existía un inventario anterior que pudiera mostrar el faltante de ganado existente. Don Luis y Fabián se retiraron hacia la casa grande, no sin antes dar orden de que el ganado no se soltara aún. Ya en la biblioteca y ante la computadora compararon los números y el resultado fue un faltante de decenas de animales.

      —¿Estás seguro que contaste bien, Fabián? —preguntó don Luis con el ceño fruncido.

      —Don Luis, puedo haber fallado con algunos, pero con tantos animales por ningún motivo; es mucho el faltante.

      —Me parece muy extraño; aquí está pasando algo raro… Manda a alguien a buscar a Manuel para que venga aquí de inmediato.

      Manuel se presentó en la biblioteca y encontró a don Luis en su escritorio frente a una computadora, que él nunca había visto; junto al patrón, Fabián revisaba apuntes en una libreta y ambos los corroboraban con los datos que estaban en la pantalla de la máquina. Al entrar el caporal, el patrón levantó la vista y en su rostro se notaba una clara molestia.

      —Falta