—Fabián ya es caporal de Los Laureles.
—¡Qué bien! ¿Desde cuándo? No me ha dicho nada y eso que platicamos por internet todas las noches.
—Desde ayer por la noche
—Ah, con razón no se conectó, ya se está dando paquete, jajajaja.
—No, hija, ayer estuvimos hasta tarde trabajando en la biblioteca y hoy muy temprano me llevó al aeropuerto para venirme para acá.
—Por cierto, abuelo, ¿a qué viniste y por qué tan de sorpresa?
—Hija, a ti no te voy a mentir, o te lo digo yo o te lo dirá Fabián. Me han estado robando ganado en la hacienda.
—Pero ¿cómo?... ¿quién?
—Al parecer Manuel y algún cómplice; nos dimos cuenta gracias al programa que hiciste para la computadora. Tal vez me han robado por años y hasta ahora me percaté; dirás que soy un tonto.
—No, abuelo, jamás pensaría eso, pero ¿qué tiene que ver el robo de ganado con que estés aquí en la capital?
—Tal vez mañana lo sabrás, o tal vez mañana recupere todo lo que me han robado durante años…
—¿Ves abuelo? No eres nada tonto, por lo que percibo tienes todo bajo control; pero dime, ¿cómo es que Fabián llegó a caporal de la hacienda?...
A esa misma hora Jean Claude ya se dirigía a un bar en el que había quedado de verse con su abogado. Aprovechando que Paulina había interrumpido la discusión con su mujer, se había salido de casa y había llamado al licenciado desde su auto para citarlo. Se sentaron en una mesa arrinconada en donde no pudieran ser escuchados y Dumont comenzó diciendo:
—Mi suegro ya está enterado de todo, está en mi casa y me exige que como pago le entregue mi casa mañana mismo.
—Si estará loco ese viejo; tu casa vale varios millones, es muchísimo para pagar unas cuantas cabezas de ganado.
—No, mi amigo, ahora me exige que le pague todo lo que con el tiempo le he pedido y jamás le he pagado, a cambio de no meterme a la cárcel y de no decir la verdad a Ana Karen y Paulina.
—Pues creo que esta vez estás perdido.
—Te hablé para que me ayudes a solucionar el problema, no para que te pongas de lado del viejo.
—Ya lo sé, déjame pensar… ¿y si seguimos con el plan de la herencia?
—Si el viejo se muere y mi esposa hereda, ¿cómo voy yo a recibir los cientos de millones que vale mi suegro?
—Por lo que sé, tu esposa no sabe nada de negocios, siempre ha estado acostumbrada estirar la mano y recibir, ¿o me equivoco?
—Sí, esa es la verdad.
—¿Qué te parece si pides a tu esposa que te otorgue un poder amplio; tendrás que decirle que es debido a que existen acciones a su nombre dentro de tu empresa y así, cuando el viejo falte, con ese poder tú te harás cargo de todos los bienes de Ana Karen, incluyendo su herencia; me parece sencillo.
—Me parece buena tu idea; hablaré con ella hoy mismo para hacer el poder cuanto antes y después veremos la manera de deshacernos de mi suegro, para recuperar mi casa y comenzar a disfrutar de mi hacienda, jajajaja.
A primera hora de la mañana don Luis se instaló en el despacho de Jean Claude con una taza de café a esperar a su yerno, como habían acordado. En cuanto abrió la puerta, don Luis de inmediato preguntó:
—Y, ¿qué decidiste?
—Usted gana, don Luis, vamos a la notaría para que se hagan las escrituras correspondientes.
—Bueno, una vez que den las nueve llamaré al notario que me lleva mis asuntos aquí en la capital, para que elabore la correspondiente escritura.
—Bien, don Luis. Usted me indica qué documentos le solicita el notario y la hora en que nos veremos para firmar
—Mientras más rápido mejor. Anda vete a trabajar; yo te llamo más tarde.
Don Luis se quedó en el despacho bastante sorprendido por la actitud de su yerno. Nunca pensó que sería tan fácil lograr su plan para recuperar todo el dinero que con los años había entregado a Jean Claude, así como el valor de los animales robados; esto más que agradarle, lo dejó muy intranquilo, pues seguramente el esposo de su hija tenía algo entre manos.
Llegada a la hora llamó al notario y ordenó que se llevaran a cabo los trámites necesarios y se fijó la fecha para firmas dos días más tarde. Durante ese tiempo don Luis asistió a varias reuniones con amistades, banqueros y diversos empresarios, aprovechando su estancia en la capital.
Desde su oficina en la transportadora, Jean Claude llamó a su esposa por teléfono para citarla a comer en un conocido restaurante.
—Tengo algo que hablar contigo y quiero que estemos solos —dijo Dumont.
—Pero está aquí mi papá y quisiera estar con él.
—Precisamente del motivo por el que está aquí tu padre es de lo que quiero hablar; nos vemos en el restaurante. ¡Ah! Y necesito que vengas sola. Dile a Paulina que ella salga a comer con su abuelo.
—Me intrigas, Jean Claude, ¿seguro que las cosas están bien?
—Sí, solo algunos cambios en los negocios; pero allá te cuento, tú tranquila.
Cuando Ana Karen llegó al restaurante, su esposo ya la esperaba; se levantó para recibirla y le pidió una copa de vino, antes de comenzar a exponer su plan.
—Como te dije ayer, algunos negocios no han estado yendo muy bien; tu padre y yo no hemos querido preocuparlas, ni a ti ni a Paulina, pero como tu esposo, creo que es mi obligación ponerte al tanto, a pesar de la negativa de tu padre que insiste en que esto lo manejemos solo él y yo. Por esta razón seguramente no te dirá nada, ya ves que es muy anticuado y tiene la idea de que las mujeres no deben inmiscuirse en los negocios. Tenemos de cierta forma todo bajo control —continuó diciendo, pero para asegurar y proteger todos los bienes que con tanto trabajo he construido para ti y nuestra hija, he decidido poner la mayoría de las acciones de la transportadora a tu nombre; todo seguirá trabajando igual, solo que la socia mayoritaria serás tú
—La verdad no entiendo mucho de esto, pero si se trata del bienestar de Paulina y de su futuro, confío en lo que tú consideres correcto.
—Bien, solo que para poder seguir administrando los negocios será necesario que me firmes un amplio poder ante un notario, así no tendré que molestarte cada lunes y martes con una firma, juntas de consejo y esas cosas tan enfadosas.
—¿Y para decirme esto me citaste aquí casi a escondidas?
—No, mi amor, ¿cómo a escondidas? Lo hice de esta manera para evitar problemas con tu padre, pues él no aprueba que tú sepas lo que sucede. Por favor no comentes nada con él de nuestra plática, él insiste en que no debemos preocuparlas, y yo no quiero tener un disgusto con tu papá ahora que después de tanto tiempo hemos estrechado nuestra relación; es solo eso… ¿Qué te parece si pedimos de comer y de aquí nos vamos de una vez a la notaría para que elaboren el poder?
—Está bien, si así ya me dejarás en paz para disfrutar de la estancia de mi papá en la ciudad.
Terminaron de comer y juntos se fueron a la notaría en donde ya los esperaba el abogado de Jean Claude, con el documento listo para que Ana Karen firmara. Era un poder general para pleitos, cobranzas, actos de administración y dominio, irrevocable incluso con la muerte. La mujer firmó lo necesario e inmediatamente después, se retiraron del lugar.
A la mañana siguiente, Jean Claude recibió una llamada de Manuel